¿A quién puede interesar hoy, en los albores del 2007, el diario de un periodista que, involuntariamente, no ejerce como tal, con el supuesto perjuicio de que no roza la actualidad? Es la pregunta que los posibles lectores se plantearán antes de que dicho diario –que, emitido por Internet, no es un objeto palpable ni tocable y que ni siquiera cuenta con el nombre de su autor en la portada ni la etiqueta del PVP– comience a aparecer ante sus ojos. De ahí que tratemos de contestar a esta cuestión y de satisfacer la curiosidad del lector.
De las tres desventajas con las que se inicia este diario, que aparecerá por entregas en esta página web a lo largo de todo el año 2007, la primera de ellas es que el nombre completo del autor del mismo no aparece en ningún sitio, aunque, evidentemente, está permanentemente presente. En realidad, no se trata de un texto nacido por generación espontánea. Al contrario, es fruto de una dura experiencia demostrable, protagonizada en primera persona, cuyo autor se responsabiliza íntegramente de su autenticidad, aunque, sólo en caso necesario, imprescindible o evidente, piensa salir de su anonimato. Creemos que, de cara al lector, es más importante sopesar el contenido de cada una de estas páginas virtuales que conocer, por su nombre y apellido, al personaje que así se expresa. Nos conformaríamos con que estos textos tuvieran la suficiente fuerza e interés y con que cualquiera que comience a leerlos sintiera la necesidad de no desvincularse de los mismos hasta llegar al final, expresando, al término de cada jornada, lo que piensa, tanto si se está de acuerdo como en desacuerdo. Sus impresiones y comentarios, así como sus nombres, si así lo desean –tanto si ellos también son periodistas, putas, políticos, fontaneros o ejercen cualquiera de las profesiones vigentes, como si están o estuvieron también en algún momento en paro–, serán igualmente incluidos, pudiendo colaborar en la confección y complemento de este diario. Una manera, creemos que oportuna, de enriquecer esta experiencia.
E insistimos en que el autor no esconde su nombre, sino que deja, tras evidentes y suficientes pistas, que sea el lector quien lo adivine. Porque lo que menos importa, en este caso, es su firma y lo que más interesa es lo que escribe, siente y expresa. No creemos que importe mucho quién lo dice, sino cómo lo dice y cómo llegan los lectores a identificarse o a diferenciarse de él, a protestar o a avalar lo que leen, y a ampliar esa información que ni es material cerrado sobre sí mismo, ni inflexible ni incorregible, sino abierto, maleable y corregible.
Al protagonista de este diario le incumben, sobre todo, las manifestaciones de apoyo o de rechazo del lector, la confirmación o impugnación de lo sentido por él o las posibles discusiones y correcciones que pueden presentarse. Pensamos que, hoy en día, sobran los autores que, con su simple firma, son capaces de atraer la atención de los lectores, simples entes pasivos que se limitan a leer a sus autores predilectos sin mostrar su aprobación o rechazo a lo leído y sin que sus pensamientos sean compartidos ni se produzca la deseable comunión entre lector-autor, tan importante como la del autor-objeto de venta.
La segunda de las desventajas es la falta de actualidad. El texto, en efecto, fue escrito a lo largo del año 2001. Y, tratándose, al fin y al cabo, de un material periodístico, escrito hace un lustro por un periodista, aunque, en el momento de elaborarlo sufriera, al mismo tiempo, los zarpazos del paro laboral, algunos tal vez piensen que no tiene actualidad. Como si ésta fuera esencial para comprender lo que el autor pretende decir. Lamentablemente, ya conocemos de sobra la mencionada actualidad a la que aspiran algunos periodistas que se desentienden de cualquier tema que no se mueva, chispeante, entre sus dedos, de acuerdo con estas normas. La actualidad que, en realidad, nos interesa no es esa, sino otra mucho más permanente, que sigue viva a pesar de que hayan pasado días, meses, años o siglos.
El tercer obstáculo o desventaja podría ser la falta de papel en la confección de este diario y la carencia del formato tradicional, o la creencia de que lo gratuito no tiene ningún valor. Porque cualquier persona que disponga de Internet puede, en efecto, no sólo hacerse con él gratuitamente, sino colaborar con el mismo. Cierto que el texto, inodoro e insípido de las páginas web, no se pueden comparar a la claridad y fijeza sin vibraciones de las letras impresas sobre el blanco del papel. Cierto que la machacona publicidad en torno a un libro, la sensualidad del tacto del mismo, su olor a tinta o las páginas impolutas de los ejemplares expuestos en las librerías, son motivos para sentirse orgulloso de su compra. Lo admitimos, pero, en este caso, prescindimos de estas satisfacciones personales. Porque creemos que no son esenciales para que una obra llegue a interesar.
En todo caso, la facilidad con que un mismo texto sea compartido por decenas, centenares o millares de lectores en las páginas del ordenador y, sobre todo, la inmediatez del mismo texto sólo con pulsar unas teclas, no tiene comparación alguna con las galeradas tradicionales. Por supuesto que ello puede suponer un quebranto para el autor, que no ve recompensado económicamente su trabajo. Pero tiene una ventaja no menor. Y es que el lector interesado que, generalmente, se ve limitado por su presupuesto para hacerse con el libro, puede, en este caso, leerlo sin necesidad de comprarlo. Todo autor, por el hecho de escribir y publicar virtualmente su obra, tiene al menos la posibilidad de ser leído y comentado por cualquier lector, antes incluso de ser sopesado y rechazado por cualquier editorial que (con sus vetos y sus justificaciones de rentabilidad) anteponga sus objetivos materiales a la calidad del mismo, lo censure o lo ignore. Es de sobra conocido que el autor anónimo juega siempre con desventaja frente al autor conocido. Y el objetivo frustrado de su obra tiene un precio no comparable con el de la obra del autor reconocido. Por eso, después de haber intentado inútilmente salir a la luz, ¿quién no se ha sentido tentado de servirse de Internet para conseguir salir de la sombra del olvido, aunque ello suponga renunciar al cobro del trabajo? En todo caso, es preferible que el lector pueda leerlo gratis, aunque el lector no cobre por ello ni un céntimo, que el perder o arrinconar definitivamente el manuscrito, el peor de los males del escritor. Algo así como tener un hijo y no ser capaz de reconocerlo.
Resumiendo: este es el diario de un periodista cualquiera, limitado en las circunstancias socio-políticas del momento en que fue escrito, en el año 2001, es decir, hace cuatro días. Un diario que aparecerá a partir del 2007 y a lo largo de los doce meses de este año, enriquecido, tras cada jornada, con la aportación de los lectores que lo encuentren oportuno. Así, al menos nosotros, lo esperamos. Hasta entonces, y sin esperar más compensaciones, saludos a todos.