De la prensa del corazón de los últimos años, al periodista de verdad que acaba de morir. Hace tres días que Ryszard Kapuscinski, uno de los grandes reporteros del mundo, ha dejado de existir. Kapuscinski, quien cubriera más de una veintena de revoluciones en doce países de África, Asia, América Latina, escapó en cuatro ocasiones a las garras de la muerte. Pero esta vez, el periodista polaco de 75 años, conocido internacionalmente por toda la profesión, no sobrevivió a una delicada operación. Y dejó, tras él, miles de artículos, reportajes y colaboraciones en The New York Times, Frankfurter Allgemeine Zeitung, El País y en la revista Times, así como 19 libros. Una obra no menos libre e independiente que su misma vida.
El periodismo, según la opinión de este experto que aceptaba el escepticismo, el realismo y la prudencia pero excluía siempre el cinismo, se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen porque, sin los otros, no podemos hacer nada. “Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de los otros, no existimos... Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas, no podemos existir sin la sociedad”.
Kapuscinski nos recuerda que trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Y con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre los demás, podemos destruirles la vida. “De ahí que el periodismo sea una actividad sumamente delicada. Y merezca la pena medir cada una de las palabras que usamos, porque cada una de ellas puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de esa gente”.
En “Los cinco sentidos de un periodista” (estar, ver oír, compartir y pensar), Kapuscinki advierte que, hoy en día, está claro que, desde esta profesión, tampoco se puede manipular a la opinión pública. “La gente conoce la historia del mundo a través de los grandes medios. Y los poderosos de este mundo saben que, dominando la imagen que dan a conocer a la sociedad, operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan. De manera que, través de los medios –la televisión, la radio, los métodos de distribución electrónica–, nos hacen vivir cada vez menos en la historia real y cada vez más en la ficticia”.
Kapuscinski piensa que el lector es una persona activa, con sus opiniones y sus preferencias, que compra el periódico y pierde su tiempo leyéndonos porque confía en que va a encontrar en él respuestas a sus preguntas. Y si no las halla, dejará de leer al periódico y al periodista. “Sería interesante saber cuántos lectores de periódicos han dejado últimamente de leerlos por desconfiar de ellos. Siempre los ha habido, pero estoy seguro que nos alarmaría saber en qué proporción”.
El escritor nos advierte de que, desde un primer momento, el periodismo se hacía por ambición y por ideales, pero, desde que se advirtió que la noticia era negocio y que permitía ganar dinero pronto y en grandes cantidades, el ambiente de trabajo cambió en las redacciones. Ya no se buscaron las noticias por su interés, sino las que más impactaban y vendían. El periodismo dejó de ser una misión y los periodistas se limitaron a cumplir con los objetivos claros de los propietarios que distorsionaron la realidad para adaptarla a sus intereses.
“Eso creó una brecha –sostiene Kapuscinski– entre los dueños y gerentes de los medios y nosotros, los periodistas, porque ellos persiguen otros intereses y objetivos. Hoy, el jefe no pregunta al cronista que llega a hacer una cobertura si la noticia que trae es verdadera, sino si es interesante y si la puede vender. Este es el cambio más profundo en el mundo de los medios: el reemplazo de una ética por otra... Tras el ingreso del gran capital en los medios masivos, ese valor es reemplazado por la búsqueda de lo interesante o lo que se puede vender. Y, por verdadera que sea una información, carecerá de valor si no está en condiciones de interesar a un público que, por otro lado, es crecientemente caprichoso”
Estos conceptos, tan vinculados con el periodismo de hoy, tienen la suficiente seducción como para interesarme. Un periodismo que sigue, pese a todo, condicionado por la manipulación. Porque ayer, en la dictadura, funcionó la censura; pero hoy, una vez más, de acuerdo con Kapuscinski, en la democracia, resulta más adecuada la manipulación.
El periodismo, según la opinión de este experto que aceptaba el escepticismo, el realismo y la prudencia pero excluía siempre el cinismo, se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen porque, sin los otros, no podemos hacer nada. “Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de los otros, no existimos... Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas, no podemos existir sin la sociedad”.
Kapuscinski nos recuerda que trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Y con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre los demás, podemos destruirles la vida. “De ahí que el periodismo sea una actividad sumamente delicada. Y merezca la pena medir cada una de las palabras que usamos, porque cada una de ellas puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de esa gente”.
En “Los cinco sentidos de un periodista” (estar, ver oír, compartir y pensar), Kapuscinki advierte que, hoy en día, está claro que, desde esta profesión, tampoco se puede manipular a la opinión pública. “La gente conoce la historia del mundo a través de los grandes medios. Y los poderosos de este mundo saben que, dominando la imagen que dan a conocer a la sociedad, operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan. De manera que, través de los medios –la televisión, la radio, los métodos de distribución electrónica–, nos hacen vivir cada vez menos en la historia real y cada vez más en la ficticia”.
Kapuscinski piensa que el lector es una persona activa, con sus opiniones y sus preferencias, que compra el periódico y pierde su tiempo leyéndonos porque confía en que va a encontrar en él respuestas a sus preguntas. Y si no las halla, dejará de leer al periódico y al periodista. “Sería interesante saber cuántos lectores de periódicos han dejado últimamente de leerlos por desconfiar de ellos. Siempre los ha habido, pero estoy seguro que nos alarmaría saber en qué proporción”.
El escritor nos advierte de que, desde un primer momento, el periodismo se hacía por ambición y por ideales, pero, desde que se advirtió que la noticia era negocio y que permitía ganar dinero pronto y en grandes cantidades, el ambiente de trabajo cambió en las redacciones. Ya no se buscaron las noticias por su interés, sino las que más impactaban y vendían. El periodismo dejó de ser una misión y los periodistas se limitaron a cumplir con los objetivos claros de los propietarios que distorsionaron la realidad para adaptarla a sus intereses.
“Eso creó una brecha –sostiene Kapuscinski– entre los dueños y gerentes de los medios y nosotros, los periodistas, porque ellos persiguen otros intereses y objetivos. Hoy, el jefe no pregunta al cronista que llega a hacer una cobertura si la noticia que trae es verdadera, sino si es interesante y si la puede vender. Este es el cambio más profundo en el mundo de los medios: el reemplazo de una ética por otra... Tras el ingreso del gran capital en los medios masivos, ese valor es reemplazado por la búsqueda de lo interesante o lo que se puede vender. Y, por verdadera que sea una información, carecerá de valor si no está en condiciones de interesar a un público que, por otro lado, es crecientemente caprichoso”
Estos conceptos, tan vinculados con el periodismo de hoy, tienen la suficiente seducción como para interesarme. Un periodismo que sigue, pese a todo, condicionado por la manipulación. Porque ayer, en la dictadura, funcionó la censura; pero hoy, una vez más, de acuerdo con Kapuscinski, en la democracia, resulta más adecuada la manipulación.
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