El empresario mallorquín, Pedro Serra, editor de diarios y recopilador de obras de arte, ha anunciado oficialmente su dimisión como presidente de la Fundación Es Baluard. Serra había conseguido que los Reyes acudieran por segunda vez a su Museu d’Art Modern i Contemporani, gestionado por él, e inauguraran, la última adquisición: la macroescultura de 40 toneladas y 15 metros de altura, realizada en bronce por Santiago Calatrava. Cuatro días después, anunciaba que su tiempo se había acabado.
La Fundación fue polémica desde el primer momento en que el Museo abriera sus puertas, en enero del 2004, sin tener licencia de funcionamiento ni cédula de habitabilidad. Serra ya tuvo entonces un primer amago de dimisión, pero aguantó durante tres años críticas de todo género que terminaron con este gesto de renuncia.
“Me hubiera gustado –comenta en su despedida–, que el número de visitantes del Museo hubiera llegado al millón de visitantes”. Sus gestores le habían pronosticado millón y medio, pero, con sus 900.000, Serra se conforma. “En estos tres años, los periódicos más importantes del mundo han escrito elogiosos artículos sobre Es Baluard. Aunque –advierte– no me iré del todo, porque Es Baluard es como un hijo mío...”. Serra critica el papel de los profesores del departamento de Historia del Arte de la Universitat de las Illes Balears quienes, antes de la inauguración oficial por parte de los Reyes, tacharon su colección de “modesta e irregular” y remarcaron la “falta de coherencia del centro”. Y sentencia solemnemente: “¡Quien no ama Es Baluard no ama Mallorca!”.
A lo largo de los últimos años, Pedro Serra no se limita a dirigir sus periódicos, sino que se convierte en asesor en materia artística de la Consellería de Cultura, actuando como intermediario en la mayoría de adquisiciones de obras de arte. Desde el Consell Insular de Mallorca, (presidido por María Antonia Munar, presidenta, al mismo tiempo de Unión Mallorquina, partido bisagra entre el PP y el PSOE) nada se hace en contra de sus intereses y de su prensa.
A mediados del mes de febrero del 2001, Pedro Serra se presenta en Madrid, en la Feria de Arte Contemporáneo (ARCO). Y, ante los medios de comunicación, muestra el proyecto de creación de dicho Museo. Serra, había empezado como redactor de “Baleares”, ex diario del Movimiento, terminando como propietario y director del mismo, de “Última Hora”, de varios periódicos en inglés y en alemán, de emisoras de radio y de televisión. Tras el franquismo, del que mamó y se jactó en sus labores empresariales, criticó cuando le convino, y se convirtió en uno de los empresarios de prensa más polémicos de las Baleares.
Con el tiempo, Serra se hizo propietario de numerosas obras de arte, promocionadas en sus medios de comunicación. Más que del mundo del arte, formó parte de los que dominaron el mercado del mismo y supo apreciar su valor monetario por encima de todo. No en vano es de la misma escuela e isla de nacimiento que su maestro, Juan March, personaje narrado por Benavides en “El último pirata del Mediterráneo”. Y, con constancia, contundencia y, si cabe, con una evidente falta de escrúpulos que ha marcado su política, Pedro Serra supo labrarse un puesto importante, pisando como un elefante en una cacharrería, en una isla en donde el turismo se combina con el arte.
“El arte –me contaba Miguel Tugores, un aparejador mallorquín que trabajó como responsable de la oficina técnica de RTVE y dirige, en Madrid, la Galería de Arte Dionis Bennasar, centro de manifestaciones artísticas y literarias– parece ser, después del turismo, la principal fuente de ingresos de las Baleares. Si en el año 1988, en Nueva York, con 20 millones de habitantes, había 25.000 artistas plásticos censados, en Pollensa, ciudad mallorquina que cuenta con una población de 10.000, había dos centenares de artistas, además de contar con diez galerías de arte privadas y con tres o cuatro salas culturales. Es decir, que en este pueblo mallorquín había más artistas por persona (un dos por ciento) que en Nueva York (un 1,5 por ciento) Y seguramente no haya ningún pueblo en el mundo con más salas de arte y más artistas por habitante.”.
La creación de este Museo de Arte Museo, pagado íntegramente por el Gobierno Balear, el Consell de Mallorca y el Ayuntamiento de Palma (17,5 millones de euros) y supervisado, hasta este momento, por Pedro Serra, es un ejemplo de ello. Museo que cuenta, por otra parte, según las constantes críticas que recibiera, con frecuentes carencias e irregularidades, falta de registro de las obras de arte, ausencia de criterio de las adquisiciones donaciones, etcétera. De hecho, la Asociación de Artistas Visuales cuestiona la legitimidad del mismo. Pero Serra laza sus dardos a todos los que le critican con expresiones tales como: “Muchos de los que se llaman artistas, sólo vienen a pedirme un plato caliente de sopa”.
Ahora, Pedro Serra comunica, al fin, oficialmente su decisión de abandonar la presidencia de la Fundación Es Baluard, en una carta dirigida a los representantes de las tres instituciones públicas que han financiado el Museo: el president Jaume Matas, la presidenta Maria Antònia Munar y la alcaldesa de Palma, Catalina Cirer. En ella, Serra anuncia su intención de centrarse en otros proyectos personales (como la creación de una fundación de arte con sede en Suiza, o la casa museo de Sóller, centrada en el modernismo que contará con grandes obras). Y considera concluida su etapa al frente del Museo. Aunque, advierte que no se irá del todo.
Las autoridades le adulan y agasajan. Matas advierte que su voluntad de abandonar el cargo “es una gran pérdida irremplazable”. Munar, señala que así tendrá menos críticas pero “no encontraremos a nadie capaz de dedicar al Baluard las 24 horas del día y conseguir las mejores exposiciones y obras”. Y Cirer remata con esta tercera pe(d)rogullada: “Habrá un antes y un después de su dimisión”
La Fundación fue polémica desde el primer momento en que el Museo abriera sus puertas, en enero del 2004, sin tener licencia de funcionamiento ni cédula de habitabilidad. Serra ya tuvo entonces un primer amago de dimisión, pero aguantó durante tres años críticas de todo género que terminaron con este gesto de renuncia.
“Me hubiera gustado –comenta en su despedida–, que el número de visitantes del Museo hubiera llegado al millón de visitantes”. Sus gestores le habían pronosticado millón y medio, pero, con sus 900.000, Serra se conforma. “En estos tres años, los periódicos más importantes del mundo han escrito elogiosos artículos sobre Es Baluard. Aunque –advierte– no me iré del todo, porque Es Baluard es como un hijo mío...”. Serra critica el papel de los profesores del departamento de Historia del Arte de la Universitat de las Illes Balears quienes, antes de la inauguración oficial por parte de los Reyes, tacharon su colección de “modesta e irregular” y remarcaron la “falta de coherencia del centro”. Y sentencia solemnemente: “¡Quien no ama Es Baluard no ama Mallorca!”.
A lo largo de los últimos años, Pedro Serra no se limita a dirigir sus periódicos, sino que se convierte en asesor en materia artística de la Consellería de Cultura, actuando como intermediario en la mayoría de adquisiciones de obras de arte. Desde el Consell Insular de Mallorca, (presidido por María Antonia Munar, presidenta, al mismo tiempo de Unión Mallorquina, partido bisagra entre el PP y el PSOE) nada se hace en contra de sus intereses y de su prensa.
A mediados del mes de febrero del 2001, Pedro Serra se presenta en Madrid, en la Feria de Arte Contemporáneo (ARCO). Y, ante los medios de comunicación, muestra el proyecto de creación de dicho Museo. Serra, había empezado como redactor de “Baleares”, ex diario del Movimiento, terminando como propietario y director del mismo, de “Última Hora”, de varios periódicos en inglés y en alemán, de emisoras de radio y de televisión. Tras el franquismo, del que mamó y se jactó en sus labores empresariales, criticó cuando le convino, y se convirtió en uno de los empresarios de prensa más polémicos de las Baleares.
Con el tiempo, Serra se hizo propietario de numerosas obras de arte, promocionadas en sus medios de comunicación. Más que del mundo del arte, formó parte de los que dominaron el mercado del mismo y supo apreciar su valor monetario por encima de todo. No en vano es de la misma escuela e isla de nacimiento que su maestro, Juan March, personaje narrado por Benavides en “El último pirata del Mediterráneo”. Y, con constancia, contundencia y, si cabe, con una evidente falta de escrúpulos que ha marcado su política, Pedro Serra supo labrarse un puesto importante, pisando como un elefante en una cacharrería, en una isla en donde el turismo se combina con el arte.
“El arte –me contaba Miguel Tugores, un aparejador mallorquín que trabajó como responsable de la oficina técnica de RTVE y dirige, en Madrid, la Galería de Arte Dionis Bennasar, centro de manifestaciones artísticas y literarias– parece ser, después del turismo, la principal fuente de ingresos de las Baleares. Si en el año 1988, en Nueva York, con 20 millones de habitantes, había 25.000 artistas plásticos censados, en Pollensa, ciudad mallorquina que cuenta con una población de 10.000, había dos centenares de artistas, además de contar con diez galerías de arte privadas y con tres o cuatro salas culturales. Es decir, que en este pueblo mallorquín había más artistas por persona (un dos por ciento) que en Nueva York (un 1,5 por ciento) Y seguramente no haya ningún pueblo en el mundo con más salas de arte y más artistas por habitante.”.
La creación de este Museo de Arte Museo, pagado íntegramente por el Gobierno Balear, el Consell de Mallorca y el Ayuntamiento de Palma (17,5 millones de euros) y supervisado, hasta este momento, por Pedro Serra, es un ejemplo de ello. Museo que cuenta, por otra parte, según las constantes críticas que recibiera, con frecuentes carencias e irregularidades, falta de registro de las obras de arte, ausencia de criterio de las adquisiciones donaciones, etcétera. De hecho, la Asociación de Artistas Visuales cuestiona la legitimidad del mismo. Pero Serra laza sus dardos a todos los que le critican con expresiones tales como: “Muchos de los que se llaman artistas, sólo vienen a pedirme un plato caliente de sopa”.
Ahora, Pedro Serra comunica, al fin, oficialmente su decisión de abandonar la presidencia de la Fundación Es Baluard, en una carta dirigida a los representantes de las tres instituciones públicas que han financiado el Museo: el president Jaume Matas, la presidenta Maria Antònia Munar y la alcaldesa de Palma, Catalina Cirer. En ella, Serra anuncia su intención de centrarse en otros proyectos personales (como la creación de una fundación de arte con sede en Suiza, o la casa museo de Sóller, centrada en el modernismo que contará con grandes obras). Y considera concluida su etapa al frente del Museo. Aunque, advierte que no se irá del todo.
Las autoridades le adulan y agasajan. Matas advierte que su voluntad de abandonar el cargo “es una gran pérdida irremplazable”. Munar, señala que así tendrá menos críticas pero “no encontraremos a nadie capaz de dedicar al Baluard las 24 horas del día y conseguir las mejores exposiciones y obras”. Y Cirer remata con esta tercera pe(d)rogullada: “Habrá un antes y un después de su dimisión”
Desde luego dios los cría, y ellos se juntan.
ResponderEliminarSin mas comentarios, PATETICOSSSS
un saludo Santiago.
Aquí te mando el artículo que publicaré mañana en El Mundo-El Día de Baleares. Gracias por tu brillante y sabia ironia. Un abrazo
ResponderEliminarIra e ironía
Joan Pla
Santiago Miró, que destapó corrupciones y denunció a tumba abierta al ex ministro Matutes, escribe ahora en Internet y cuenta las vivencias de un periodista en paro. Los artículos de Miró son ahora dulces, sosegados e irónicos. El último que he leído se titula Pe(d)rogrulladas y se refiere a las lindezas que se han dicho a propósito de la dimisión de Serra, que acaba de dejar la presidencia del museo público de Es Baluard. Creo que la ironía, para destapar miserias y enmendar chorradas, es más eficaz que la ira de los comentaristas. Así, Matías Vallés ve una grúa en lo de Calatrava y yo veo la noria de una feria. Dice Miró, refiriéndose a su antiguo patrón: “Las autoridades le adulan y agasajan. Matas advierte que su voluntad de abandonar el cargo “es una gran pérdida irremplazable”. Munar, señala que así tendrá menos críticas pero “no encontraremos a nadie capaz de dedicar al Baluard las 24 horas del día y conseguir las mejores exposiciones y obras”. Y Cirer remata con esta tercera pe(d)rogullada: “Habrá un antes y un después de su dimisión”. Así es, si así os parece, como diría el maestro Pirandello.