En los últimos años, y bajo gobiernos tanto socialistas como de derechas, la España de la esperanza y del golpe de suerte se ha entregado a toda clase de juegos de azar, multiplicando la publicidad de los mismos en todos los medios. Y ha creado con cierto mimo el mito de la fortuna que toca semanalmente a la puerta y apacigua los ánimos, encrespados por un malestar creciente y una miseria corrosiva.
Cada español que nace es un futuro ludópata y no se conforma con los sorteos más importantes –el de Navidad, el del Niño y el de los extras que, por unos días, hacen soñar a los españoles–, sino que prueba fortuna en la menor ocasión. Alentado por un Estado de derechas, izquierdas o de centro, que no cesan de proponer este sueño insatisfecho, el pueblo sigue creyendo cada vez más en los golpes de suerte. Necesita confiar cada vez más en ellos y se deja engatusar por las máquinas tragaperras, las rifas clandestinas, el juego ciego del bingo o de la ONCE, la “loto” o las quinielas...
Los participantes de estos juegos de azar se dedican durante la semana a imaginarse lo que harían si la suerte por una vez les acompañara. Hasta que llega el momento esperado y vuelve el desengaño. Pero, muy pronto, invadido por la sacrosanta publicidad, el español cae de nuevo en la tentación de creer en la fortuna y vuelve a intentarlo. Así semana tras semana, mes tras mes, año tras año.
Frecuentemente, la conversación se monopoliza en torno al plante que cada cual haría en su lugar de trabajo si la suerte se liara por fin con uno. Muy pocos, por no decir ninguno, estarían dispuestos a seguir trabajando si les tocara el gordo. Y, curiosamente, el ingenuo español, obligado a aceptar su trabajo y su medio de vida, y alentado por la propaganda que el mismo Estado no deja de sostener, sigue soñando, soñando y soñando.
De esta manera, España se ha convertido en un inmenso casino alentado y potenciado por el Estado, en donde mezquinos como yo, que habitualmente no juegan un céntimo, somos parte de la España miserable, fracasada y desplazada que no tenemos ningún futuro ni contamos para nada.
Cada español que nace es un futuro ludópata y no se conforma con los sorteos más importantes –el de Navidad, el del Niño y el de los extras que, por unos días, hacen soñar a los españoles–, sino que prueba fortuna en la menor ocasión. Alentado por un Estado de derechas, izquierdas o de centro, que no cesan de proponer este sueño insatisfecho, el pueblo sigue creyendo cada vez más en los golpes de suerte. Necesita confiar cada vez más en ellos y se deja engatusar por las máquinas tragaperras, las rifas clandestinas, el juego ciego del bingo o de la ONCE, la “loto” o las quinielas...
Los participantes de estos juegos de azar se dedican durante la semana a imaginarse lo que harían si la suerte por una vez les acompañara. Hasta que llega el momento esperado y vuelve el desengaño. Pero, muy pronto, invadido por la sacrosanta publicidad, el español cae de nuevo en la tentación de creer en la fortuna y vuelve a intentarlo. Así semana tras semana, mes tras mes, año tras año.
Frecuentemente, la conversación se monopoliza en torno al plante que cada cual haría en su lugar de trabajo si la suerte se liara por fin con uno. Muy pocos, por no decir ninguno, estarían dispuestos a seguir trabajando si les tocara el gordo. Y, curiosamente, el ingenuo español, obligado a aceptar su trabajo y su medio de vida, y alentado por la propaganda que el mismo Estado no deja de sostener, sigue soñando, soñando y soñando.
De esta manera, España se ha convertido en un inmenso casino alentado y potenciado por el Estado, en donde mezquinos como yo, que habitualmente no juegan un céntimo, somos parte de la España miserable, fracasada y desplazada que no tenemos ningún futuro ni contamos para nada.
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