Hay épocas en que me harto de leer en la prensa noticias que, primando la actualidad, llegan a extremos irrisorios, como el subrayar cualquier chorrada pronunciada por un famoso o el dar relieve e importancia a cualquier hecho intrascendente, como el traspié de la reina, mientras se olvidan o menosprecian otras como la de la situación de los parados o la protesta de trabajadores de prensa ante la política de las empresas, que despiden a sus empleados considerados más incómodos, cerrándose en banda ante cualquier reivindicación y haciendo oídos sordos a las protestas de la mayoría.
Contra estas desavenencias sociales, a menudo recuerdo la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobados en la Asamblea Nacional francesa. Sobre todo el artículo XI, en el que se proclama la libre comunicación de pensamientos y de opiniones, uno de los derechos más preciados del hombre (“Todo ciudadano puede hablar, escribir, imprimir libremente...”) Pienso que, pese a ser aprobados en agosto de 1789, estos derechos siguen cojeando en no pocas redacciones de periódicos y revistas de este país.
Harto y cansado me hallo de una prensa, obsesionada por lo que pasa en el último momento, y de unas radios y televisiones fascinadas por cierta actualidad, pero que se olvidaron de las causas, motivos, orígenes o consecuencias de los hechos, siempre elegidos según el interés de la empresa periodista y no del periodista que la escribe, del lector, vidente u oyente. De ahí el que cada vez me apetezca menos leer lo que les interesa a las empresas editoras y no al público lector.
Sólo a mis gatos, resguardados en noches de invierno en su casita de madera, les interesa tener periódicos, sin importarles ni el día ni los acontecimientos publicados en ellos. Colocadas en el cajoncito apropiado para el caso, sus páginas, llenas de tinta y de verdades a medias, les sirven para hacer sus necesidades. ¡Qué les importa a ellos si las noticias están enfocadas de una manera o de otra, o si están escritas por lumbreras o por patanes! Con tal de poderse espatarrear en esos papeles impresos y dejar sobre ellos sus caquitas, se conforman y hasta agradecen que se los pase, sin importarles que las noticias sean frescas o pasadas, de aquí, de allá o de ninguna parte. Sólo entonces la prensa que compro sirve para algo útil, al menos para esos felinos que disfrutan de su rinconcito, siempre a punto para sus necesidades.
Contra estas desavenencias sociales, a menudo recuerdo la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobados en la Asamblea Nacional francesa. Sobre todo el artículo XI, en el que se proclama la libre comunicación de pensamientos y de opiniones, uno de los derechos más preciados del hombre (“Todo ciudadano puede hablar, escribir, imprimir libremente...”) Pienso que, pese a ser aprobados en agosto de 1789, estos derechos siguen cojeando en no pocas redacciones de periódicos y revistas de este país.
Harto y cansado me hallo de una prensa, obsesionada por lo que pasa en el último momento, y de unas radios y televisiones fascinadas por cierta actualidad, pero que se olvidaron de las causas, motivos, orígenes o consecuencias de los hechos, siempre elegidos según el interés de la empresa periodista y no del periodista que la escribe, del lector, vidente u oyente. De ahí el que cada vez me apetezca menos leer lo que les interesa a las empresas editoras y no al público lector.
Sólo a mis gatos, resguardados en noches de invierno en su casita de madera, les interesa tener periódicos, sin importarles ni el día ni los acontecimientos publicados en ellos. Colocadas en el cajoncito apropiado para el caso, sus páginas, llenas de tinta y de verdades a medias, les sirven para hacer sus necesidades. ¡Qué les importa a ellos si las noticias están enfocadas de una manera o de otra, o si están escritas por lumbreras o por patanes! Con tal de poderse espatarrear en esos papeles impresos y dejar sobre ellos sus caquitas, se conforman y hasta agradecen que se los pase, sin importarles que las noticias sean frescas o pasadas, de aquí, de allá o de ninguna parte. Sólo entonces la prensa que compro sirve para algo útil, al menos para esos felinos que disfrutan de su rinconcito, siempre a punto para sus necesidades.
Aunque entienda perfectamente lo que dices, amigo Santi, creo que es necesario distinguir entre un tipo y otro de prensa. Hablando de la prensa diaria sin duda podemos descubrir que ciertas publicaciones tienen el aval que proporcionan trayectorias de objetividad y honestidad, en cambio otras se rigen por la demagogia y el ruido que más vende.
ResponderEliminarAunque mi intención no era generalizar, estoy hablando de una época en la que incluso las publicaciones más serias, por motivos publicitarios, caen a menudo en este defecto.
ResponderEliminarUna época que no sólo es de ayer (hace cinco años), sino que también incluye el presente. Una época en la que, tal vez sí, se informa de lo que ocurre en la redacción de otros medios competentes, pero se guardan bien de airear lo que sucede en otros en los que, gracias a la publicidad que reciben de los mismos, se cuidan de no perjudicar. Y, quien tenga oídos para oír y ojos para ver, que oiga y vea...
Santiago Miró