“Veintiún siglos haciendo el bien –rezaba una cuña publicitaria, en el 2001, puesta en boga por Radio Popular, emisora de la COPE, propiedad de los prelados españoles que no se cansaban de pedir, pedir y pedir– Participa en el sostenimiento económico de la Iglesia”. Sostenida en parte por el impuesto religioso de la declaración de renta, firmado en 1988 por el Gobierno de Felipe González y la Conferencia Episcopal Española, la Iglesia tenía sus necesidades. Pero, el convencimiento de que, en un periodo de tres años, le bastaría para autofinanciarse, gracias a las aportaciones de sus seguidores, resultó un reconocido fracaso. Y trece años más tarde, el 90,9 del presupuesto de la Iglesia seguía corriendo a cuenta del Estado, pese a las campañas entre sus fieles que, por lo visto, no estaban muy convencidos de que la madre Iglesia utilizara correctamente su dinero.
Ante evidente contradicción, me preguntaba yo entonces quién estaría mintiendo: o las encuestas del CIS sobre creencias religiosas, o los Obispos, que seguían extendiendo la mano al Estado. Porque, si la independencia entre Iglesia y Estado fuera tal, éste no aportaría millones al presupuesto de la Iglesia. ¿Cómo se explicaba esta generosidad por parte del Estado que, pasara lo que pasase con las recaudaciones en cada ejercicio, concedía a los obispos una cantidad fija garantizada y revisada cada año? ¿Quién estaba engañando a quién?
Para los obispos y los gerifaltes de la Iglesia, la resolución de su supervivencia era casi un dogma de fe y la razón misma de su existencia. Pero ni el aumento de dotación económica del Estado para la Iglesia Católica, ni las concesiones posteriormente realizadas, conformaron a la Conferencia Episcopal Española que hoy acaba de declarar la guerra contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y no excluye recurrir, en “determinadas circunstancias” a “acciones legales”, según dijo el portavoz, Juan Antonio Martínez Camino. Los prelados católicos españoles no aceptan la asignatura. Invitan a “recurrir a todos los medios legítimos, sin excluir ninguno” contra la nueva asignatura obligatoria. Y sostienen que ésta “implica una lesión grave del derecho inalienable de los padres y de la escuela a elegir la formación moral que deseen para sus hijos”.
A los obispos les molesta la mención de la homofobia, quieren cambiar la palabra “género” por la tradicional de “sexo” y no admiten “la imposición desde el Estado de una moral no elegida”. Creen que se les adoctrinará ideológicamente y que el Estado debe ser neutral. E incitan a los padres a hacer la guerra por su cuenta y a boicotear la asignatura.
Por su parte, la vicepresidenta del Ejecutivo lo ha dejado claro. María Teresa Fernández dice que los contenidos de la materia no van en contra de la moral de nadie, sino que se centran en valores compartidos por todos los demócratas. “La asignatura de Ciudadanía –asegura– no se ha concebido para enfrentarla a las clases de religión.. Además, no tiene mucho sentido oponerse cuando todos, parlamento, Gobierno, padres, profesores, federación de Religiosos y alumnos, se han puesto de acuerdo en los contenidos obligatorios y han decidido entre todos que hablar de valores constitucionales es algo bueno. Si alguien no está de acuerdo, que acuda a los tribunales”.
Pero los obispos prefieren que sus curas y feligreses boicoteen esta asignatura. No importa que, en el 2004, mantuvieran que ni padres ni alumnos pueden negarse a cursar una asignatura del currículo oficial. Ahora opinan que sí. Y la autora de este cambio es la misma Iglesia que, en la guerra civil y en los casi cuarenta años posteriores, apoyó a Franco, recibiéndole bajo palio y bendiciendo sus huestes. Lo que me extraña es que los mismos fieles de esta Iglesia no se harten de aguantar a tanto obispo y Conferencias Episcopales metidas en política o saliendo de ella cuando les conviene.
Con el mismo espíritu proclama el Vaticano sus diez mandamientos para el conductor católico. Mandamientos que suponen algo tan elemental como el no matar pero que también van acompañados de una serie de opciones como la importancia de la señal de la cruz realizada antes de emprender viaje o la protección integral. “Durante el viaje –dicen los consejos vaticanistas– se podrá también rezar oralmente, alternándose en la recitación con los acompañantes, como por ejemplo el rezo del rosario que, por su ritmo y su dulce repetición, no distrae al conductor. Eso contribuirá a sentirse inmersos en la presencia de Dios y a permanecer bajo su protección, o la de contemplar las diversas manifestaciones de religiosidad que aparecen junto a la carretera o la vía férrea: iglesias, campanarios, capillas, cruces, estatuas, metas de peregrinaje”...
Me pregunto si los 35 millones de muertos en la carretera durante el siglo XX no tienen algo que ver con estas normas.
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