Los políticos –sean de derechas, de izquierdas o del centro–, disfrutan cuando pueden hablar frente a un auditorio. Les encanta que las televisiones se fijen en ellos y reproduzcan sus imágenes como si fueran vedettes. Y que su palabra sea retransmitida por las ondas hertzianas. Pero a veces, en sus discursos, utilizan idénticos argumentos, repetidos por activa y por pasiva desde la oposición o desde el poder. Aznar, en su apogeo, manejó, cuando le interesó, las mismas palabras que las empleadas por Felipe González. Algunos de los reproches de Zapatero, cuando estaba en la oposición, eran idénticos a los sostenidos diez años antes por José María Aznar, líder del PP, contra González. Y hoy, desde la oposición, el PP repite, a menudo, tácticas mantenidas anteriormente por los socialistas. De esta manera, Gobierno y oposición no dejan representar el mismo papel, repitiendo palabras y acusaciones idénticas, siempre de acuerdo con el lugar que ocupan.
Claro que, en medio de esta lucha continua por la conquista del poder que utiliza idénticos métodos, a veces hay discursos que sorprenden por su tino y por sus términos. Quiero recordar hoy lo sostenido por Gaspar Llamazares, de IU, quien arremete contra tirios y troyanos y no deja a ninguno de los dos principales parlamentarios con cabeza. En su día, comparó a Aznar con el emperador del cuento de Hans Christian Andersen, al que nadie se atrevía a decir que estaba desnudo. Atacó despiadadamente al Gobierno, por su presunta arrogancia, y al entonces secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, por su política pactista. Calificó de escandaloso el hecho que las grandes empresas españolas, que antes eran públicas y ahora están privatizadas, fueran las que más se benefician de la política del Gobierno, y estuvieran en manos de “amigos y correligionarios” del propio Aznar. Acusación que extendió a los medios de comunicación, también controlados por personas “afines al Gobierno, imitando a su amigo, Berlusconi”. Y reclamó a Aznar que cesara inmediatamente al ministro de Exteriores, Josep Piqué, y al de Medio Ambiente, Jaume Matas. “Su creación –dijo– ha sido como poner a las zorras cuidando de las gallinas”.
Llamazares propuso una serie de medidas anticorrupción, como “un código ético del cargo público que permita acordar las reglas del juego”. Dijo que la obsesión por la competitividad lleva a España a “ser un país del todo a cien” y recordó a Aznar que era “fuerte con los débiles y débil con los fuertes”. Sostuvo que el presidente del Gobierno rendía vasallaje a EEUU mientras se mostraba duro con Marruecos y países de Iberoamérica. Rechazó la globalización y criticó la actuación policial hacia los que se manifestaban en contra.
Claro que, en medio de esta lucha continua por la conquista del poder que utiliza idénticos métodos, a veces hay discursos que sorprenden por su tino y por sus términos. Quiero recordar hoy lo sostenido por Gaspar Llamazares, de IU, quien arremete contra tirios y troyanos y no deja a ninguno de los dos principales parlamentarios con cabeza. En su día, comparó a Aznar con el emperador del cuento de Hans Christian Andersen, al que nadie se atrevía a decir que estaba desnudo. Atacó despiadadamente al Gobierno, por su presunta arrogancia, y al entonces secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, por su política pactista. Calificó de escandaloso el hecho que las grandes empresas españolas, que antes eran públicas y ahora están privatizadas, fueran las que más se benefician de la política del Gobierno, y estuvieran en manos de “amigos y correligionarios” del propio Aznar. Acusación que extendió a los medios de comunicación, también controlados por personas “afines al Gobierno, imitando a su amigo, Berlusconi”. Y reclamó a Aznar que cesara inmediatamente al ministro de Exteriores, Josep Piqué, y al de Medio Ambiente, Jaume Matas. “Su creación –dijo– ha sido como poner a las zorras cuidando de las gallinas”.
Llamazares propuso una serie de medidas anticorrupción, como “un código ético del cargo público que permita acordar las reglas del juego”. Dijo que la obsesión por la competitividad lleva a España a “ser un país del todo a cien” y recordó a Aznar que era “fuerte con los débiles y débil con los fuertes”. Sostuvo que el presidente del Gobierno rendía vasallaje a EEUU mientras se mostraba duro con Marruecos y países de Iberoamérica. Rechazó la globalización y criticó la actuación policial hacia los que se manifestaban en contra.
Hoy, Llamazares se muestra en desacuerdo con los pactos del PSOE y PP, “sobre todo porque desmovilizan a la izquierda” y arremete contra ellos. Son discursos políticos llenos de aciertos y de fallos. Pero discursos, al fin y al cabo. Palabras que, por bellas y fuertes que sean, están al servicio de los que las pronuncian. Lástima que entre ellas no se encuentren otras dirigidas a uno de los problemas más graves que España sigue teniendo: el paro. Ninguno de los políticos que participara en el último debate de la Nación en el pugilato de Las Cortes mencionó y menos aún propuso soluciones prácticas y concretas sobre la situación de los que siguen formando las huestes de españoles marginales. ¿Será que se ha terminado por asumir esta cuestión? Y quien dice asumir, dice tolerar, aceptar, conformar…
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