- ¿Cómo lo quiere? –me preguntó el barbero, al que acudí una mañana, decidido a cambiar de aire, con mi cabeza alborotada de tanto cabello rebelde–. ¿Le cortamos los bajos y le dejamos un poquito arriba? – insinuó, mientras me observaba en el espejo.
- Quiero un buen rape –le ordené, decido– Córtelo a cero y sin contemplaciones.
Mientras el peluquero trataba de cumplir mi orden al pie de la letra y mostraba su agilidad en su profesión de rapista, el pelo cortado iba cubriendo mis hombros y yo pensaba en la frase de Voltaire: “Todo el mundo tiene un número determinado de cabellos, de dientes y de ideas, y, a lo largo de su vida, los va perdiendo”. Aunque más que perderlos, me desprendía de ellos voluntariamente. Y hacía cábalas sobre los metros de cabello cortados diariamente en el mundo. ¡Cuántos metros cuadrados de pelo y césped se cortan entre todas las cabezas y jardines del mundo!. Eh aquí dos profesiones con un futuro asegurado, más que la de periodista, que tiene una independencia y libertad cada vez más limitada por las circunstancias. Al menos los peluqueros, barberos y jardineros nunca dejarán de cortar el cabello ni la hierba, ni llegarán a extinguirse.
Lo estaba pensando mientras sentía las tijeras y la máquina de afeitar sobre mi cráneo cabelludo que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó más raso que un campo de tiro. Y, a medida que observaba mi rostro, limpio de polvo y paja, distinguí sobre el espejo, entre el hemisferio derecho de mi cuerpo y el izquierdo, una pequeña desigualdad, lo que provocaba cierto desequilibro que, al parecer, es norma común entre los mortales. En efecto, una de mis orejas, la de la izquierda, estaba más elevada que la de la derecha. Según me consta, todos tenemos ciertas partes del hemisferio de la derecha algo diferentes a las del hemisferio de la izquierda. Si cortáramos longitudinalmente la fotografía de un cuerpo humano y superpusiéramos las dos mitades, podríamos averiguar cuán pocos seres disfrutan de una completa igualdad. Unos tienen la mano, la pierna, la oreja, el testículo, la mama, el ojo o lo que sea de la derecha, ligeramente más grandes o elevados que los de la izquierda o viceversa. Lo mismo que cada cual actúa de diferente manera siendo de ideología izquierdista o derechista.
Me alegré de que, al menos, no fuera cojo, ni manco, ni me faltara un ojo o la dentadura superior, aunque ya me arrancaron tres muelas de arriba y una de abajo. Es difícil conseguir un cuerpo totalmente ecuánime y menos aún un espíritu equidistante. Los mismos que se consideran neutrales, son generalmente más de derechas que los que se definen como tales.
Total, que cuando salí de la peluquería pude distinguír meridianamente en el cristal de un escaparate cuál de mis orejas estaba situada ligeramente más arriba que la otra, dónde estaban mis mejores dedos de la mano para empujar los pistones de la trompeta, de qué ojo podía fiarme más para que no me engañaran, de qué pie cojeaba, cuál era mi posición favorita para chutar y marcar gol y un par de asimetrías que dan al cuerpo más ligereza y al alma más claridad a la hora de elegir el camino correcto. Afortunadamente, no era un hombre perfecto. Y de una cosa estaba absolutamente seguro: de que muy pocos pelos seguían en mi cabeza.
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