sábado, 22 de septiembre de 2007

22 de septiembre. Quince años antes; quince después...


Quince años antes, Manu, en su despacho de la Agencia Colpisa, me contestaba a una serie de preguntas de tipo personal. Eran cuestiones nimias sin importancia, pero que me daban las claves para entender a este gurú del periodismo que rechazó ofertas para dirigir varios periódicos porque no le gustaba nada mandar y prefería ver las cosas de la calle. Por ejemplo, al preguntarle qué solía comer, me respondía:

- Al amorzar, tengo tendencia a comer mucho pero a veces no ceno y casi nunca desayuno. Me gusta mucho el vino. Es una bendición. A eso de las doce tomo lo que los vascos llamamos la “amaiketako”, que siempre es un poquito de jamón y un taco de algo. Entiendo de comida desde el punta de vista más simplón. Al vivir toda mi vida fuera y ser mi madre una gran concinera, tengo el paladar bien educado. No soy un especialista de estos que se pasan horas hablando de la calidad de una comida. Pero creo que tengo buen diente y que soy capaz de detectar las buenas comidas. Me gusta la clásica. Soy, en fin, una persona bastate lineal y un poco elemental.

-¿Cuántas horas duermes?, seguía preguntando.

- En esto soy muy irregular y desconcertante. Normalmente, estoy hasta las cuatro o las cinco de la madrugada leyendo y viendo en televisión las películas que me interesan. Generalmente, me levanto cada hora para oír los partes, como se llamaban en tiempos de Franco. Tengo sueños muy a trompicones y muy complicados. La fórmula para dormir bien es acostarte después de haber hecho monte, cuando los músculos están muy cansados.

- ¿Eres creyente y/o practicante?

- No. Bueno, no sé. Lo que sí tengo es un enorme respeto por la gente que sí lo es. No sé a quién le preguntaron que cómo quería que lo enterraran y contestó: “A mí que me entierren con algún rito de alguna religión”. Pero ¿cuál?, le volvieron a preguntar. “Me da igual”, contestó. No es mi caso, pero sí tengo un gran respeto porque he visto cómo se utiliza la religión para fines bastardos. Aunque también he visto a gente muy... Y eso me ha impresionado mucho. A veces pienso que tendría que retirarme y dejarlo todo, pero me falta valentía para hacerlo.

- ¿Cuántas veces intentaron sobornarte?

- Algunas, y de formas muy curiosas. Debo de dar una imagen un poco berroqueña y difícil de entrar. Pero sí, ha habido ocasiones. Una vez, lo intentaron los rusos. Hay formas de sobornar cuando el que soborna oculta su nombre.

- ¿Cuántas querellas coleccionas?

- Afortunadamente, no he tenido. Sólo una de Milans del Bosch poco antes del golpe que, si llega a triunfar, me hubiera colocado en la lista negra.

- ¿Qué color eliges?

- El azul, por su tendencia natural. Quizás por mi proximidad con el mar, suponiendo que éste sea azul. Pero no tengo manías. Reconozco que, en algunas zonas, los colores muy vivos llegan, con un poco de fotofobia, a...

- ¿Cuál es tu día y número preferido?

- No tengo preferencias ni números supersticiosos. Ni siquiera, números preferidos. Dicen que, para los solteros, los fines de semans son muy malos. Quizás, acostumbrado a hacer muchas cosas, los domingos son días... Termina pasando como en Japón, en donde las empresas tienen que crear centros siquiátricos para los fines de semana de los japoneses, porque cuando dejan de trabajar, no se acostumbran a ello. Y hay quien pide un trabajo voluntario. Lo que crea unos traumas terribles. Evidentemente, yo no llego a esto. Y lo digo en plan de broma. Porque los domingos, hago lo que es habitualmente en la vida normal: leer mucho, escribir y estar pendiente de las noticias.

- ¿Qué te cuesta más: saltar de tu vida interior al mundo externo y de éste al extranjero o viceversa?

- Yo soy una persona muy acaracolada. Me refugio en mí mismo y me retraigo. Soy huidizo y espantadizo, como te he dicho antes. Pero no me cuesta nada salir, sobre todo si estoy convencido de que eso es útil para mis periódicos y que puedo hacer un buen trabajo. Y, como tengo que ir deprisa, a veces he salido sin nada, sólo con un cepillo y una carta de crédito.

- ¿Cuál es tu mejor entrevista?

- Tal vez la que conseguí con Borges en Buenos Aires, cuando la guerra de las Malvinas. Borges no daba nunca entrevistas, ¡aquello era una primicia. Pero, en Madrid no les interesó...

- ¿Y qué te dijo Borges?

- Que aquella guerra era la batalla de dos calvos por un peine. Borges era muy sarcástico...

- ¿Por qué cantidad claudicarías de algo?

- A pesar de que todo tiene un precio, puedo permitirme el lujo de no estar a la venta por nada. Creo que no me vendería ni siquiera por lo que más pudieran darme.

- ¿Todo se vende y se compra?

- Desgraciadamente, esto parece que es verdad. Pero hay ciertamente gente honrada. A veces no lo crees, pero descubres que sí la hay. Y eso te anima. Aunque todos tenemos flancos débiles y miserias humanas. Pero, ¿quién sabe? A lo mejor llega el momento y entonces te lo tienes que plantear.

- ¿Tú crees que hay preguntas indiscretas o sólo respuestas?

- A veces, los entrevistadores cometen el error de confundir la audacia con la impertinencia. Pero yo creo que habría que hacer un esfuerzo por ser imaginativos, divertidos, simpáticos, relativamente audaces... Yo soy partidario de preguntarlo todo.

- ¿Es difícil distinguir el límite?

- No es fácil. Por eso, muchas veces los mejores entrevistadores son gente tan audaz como inadecuada. A veces se confunde el término, y hay un terreno de nadie en donde las cosas se complican.

Hoy, quince años después, seis días antes de que Manu Leguineche cumpla los 66 años, hemos vuelto a entrevistarnos con ese periodista de fondo que ha dado varias veces la vuelta al mundo. Y comprobamos cómo, retirado definitivamente de los avatares de la prensa, no ha dejado de recibir premios y galardones: el Nacional de Periodismo, el Pluma de Oro, el Cirilo Rodríguez, el Godó, el Julio Camba, el Ortega y Gasset... Este mismo año recibió el Premio Periodistas Vascos, el FAPE de Periodismo. Premios que le llegan un poco tarde, cuando ya no puede ni escribir libros. Y desde su retiro de Brihuega, se alegra de mantener amistad con un vasco que vive en ese mismo pueblo y tiene 39 años más que él. “Pese a sus 105 años –me comenta– hace ejercicios con bicicleta estática y se mantiene como un jovencito”. Aunque no ha visitado tantos países como Manu. Este dice haber perdido la cuenta, pero segura que han sido más de cien, de los que ha recogido amplia información para un millar de crónicas viajeras y han servido de base para sus más de treinta libros publicados.

Nos preguntamos qué piensa hacer Manu ahora, sin poder caminar por el mundo, con su vista disminuida y sin movimiento de su mano derecha. Pero preferimos no hacerle esta ni otras preguntas. Es tarde y, a sus pies, corretean dos perritos de dos meses, con nombre vascos, que acaba de adquirir. Son como la alegría de su huerta, mientras el tiempo sigue pasando por delante de él, arrastrando el pasado.

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