Semanas después del 11 de septiembre del 2001, miembros de las fuerzas especiales en Afganistán no habían dejado de seguir todas las pistas que llevaban a la captura de Bin Laden al que Bill Clinton, el anterior presidente, ya había ordenado detener y matar. “Estamos pisándole los talones”, aseguró George W. Bush, quien sostenía que “la guerra contra el terrorismo” se desarrollaba en secreto y que no se facilitaría ningún tipo de información sobre ciertas operaciones. “Buscar a Bin Laden –reconocía, no obstante, un ex miembro de las Special Air Forces británicas– es como buscar una aguja en un campo de fútbol”. Desde entonces, Usa lanzó miles de bombas contra Afganistán e Irán y mandó sus marines para su total demolición. Hoy, seis años más tarde, los talibanes, desbancados, no han dejado de amenazar y Bin Laden sigue apareciendo en la pantalla de Internet, retando a sus perseguidores y burlándose olímpicamente de todos ellos.
El escurridizo personaje que lleva a los yanquis de cabeza, ha demostrado ser un prestidigitador nato y emite, muy de vez en cuando (los primeros en casi tres años), mensajes que pasman al respetable. Sus anuncios suelen adelantarse en dos o tres días a la emisión del mensaje, según el Intelcenter, un organismo antiterrorista estadounidense que vigila este tipo de comunicados. Y su figura y palabras desde Internet rompen todos los esquemas de defensa americanos. Aunque muchos reconocen que Bin Laden ha sido la excusa perfecta para atacar a Afganistán, país tan rico en petróleo como en tráfico de drogas. Y la pregunta básica sigue siendo la misma: ¿Era el objetivo de Bush la simple búsqueda de ese saudí, ex agente de la Cía, o una operación mucho más amplia de castigo a los talibanes y grupos afines, y de conquista de esta zona del mundo tan rica en petróleo?
Porque, pese a las dos últimas guerras provocadas por los norteamericanos, los resultados, excepto el de asegurarse un puesto en esa región, han sido prácticamente nulos. En Afganistán, los talibanes ya no están en el poder pero la estrecha conexión entre el narcotráfico y la insurgencia amenaza seriamente la estabilidad del Gobierno de Hamid Karzai que se ve incluso ninguneado por las mismas fuerzas americanas ante su incapacidad por atender las necesidades sociales de la población. La estrecha vinculación entre el narcotráfico y la insurgencia ha despertado todos los rumores. La propia ONU revela en un informe que Afganistán ha producido en el 2007 el 95 por ciento del total mundial de amapolas opiáceas, batiendo su popio récord del 92 por ciento del año pasado. Los 400 millones de euros destinados por la ONU a la lucha contra la droga se han perdido en los bolsillos de muchos funcionarios corruptos mientras insurgencia y narcotráfico parecen ir de la mano.
En Irak, las fuerzas aéreas estadounidenses patrullan los cielos, impidiendo que Teherán, interesado en dotarse de armas atómicas, se apodere del espacio aéreo. El ataque de los americanos en el 2003 tampoco arregló nada. Jimmy Carter lamenta hoy esta invasión y la permanencia americana en este territorio “Las tropas –ha dicho el ex presidente de los EEUU– nunca debieron ser enviadas. Yo siempre estuve en contra de la invasión. No veo progreso alguno por parte del Gobierno de Irak en la reducción de la violencia. Actuaciones como esta guerra y lo que ha ocurrido en Guantánamo han aumentado la falta de confianza en mi país y van en contra de lo que hay que hacer para reducir la pobreza”. Siete militares del ejército americano escribieron recientemente en The New York Times: “Operamos en un contexto de enemigos decididos y aliados poco fiables” Consideran una “retórica engañosa” que se afirme desde el Petágono y desde el Capitolio que buena parte de los mandos militares iraquíes son “socios de confianza”. Reiteran que el primer ministro, Nuri al Maliki, falla en la utilización del refuerzo de tropas estadounidenses. Y aseguran que “tras cuatro años de ocupación, hemos fracasado en cada promesa, mientras que hemos sustituido la tiranía del partido Baaz por la tiranía islamista y la violencia criminal”.
Maliki, por su parte, defiende su gestión y dice haber evitado una guerra civil, reduciendo la violencia en un 75 por ciento. Pero Bush le culpa de todos los fracaso y se resiste a una retirada rápida. El presidente americano sigue empeñado en prolongar la guerra hasta el final de su mandato. En un discurso ante veteranos de guerra, invoca el fantasma del Vietnam y el sufrimiento que causó a millones de civiles la precipitada salida del Ejército de los EEUU del sureste asiático. Argumento inmediatamente rebatido por los entendidos.
El escurridizo personaje que lleva a los yanquis de cabeza, ha demostrado ser un prestidigitador nato y emite, muy de vez en cuando (los primeros en casi tres años), mensajes que pasman al respetable. Sus anuncios suelen adelantarse en dos o tres días a la emisión del mensaje, según el Intelcenter, un organismo antiterrorista estadounidense que vigila este tipo de comunicados. Y su figura y palabras desde Internet rompen todos los esquemas de defensa americanos. Aunque muchos reconocen que Bin Laden ha sido la excusa perfecta para atacar a Afganistán, país tan rico en petróleo como en tráfico de drogas. Y la pregunta básica sigue siendo la misma: ¿Era el objetivo de Bush la simple búsqueda de ese saudí, ex agente de la Cía, o una operación mucho más amplia de castigo a los talibanes y grupos afines, y de conquista de esta zona del mundo tan rica en petróleo?
Porque, pese a las dos últimas guerras provocadas por los norteamericanos, los resultados, excepto el de asegurarse un puesto en esa región, han sido prácticamente nulos. En Afganistán, los talibanes ya no están en el poder pero la estrecha conexión entre el narcotráfico y la insurgencia amenaza seriamente la estabilidad del Gobierno de Hamid Karzai que se ve incluso ninguneado por las mismas fuerzas americanas ante su incapacidad por atender las necesidades sociales de la población. La estrecha vinculación entre el narcotráfico y la insurgencia ha despertado todos los rumores. La propia ONU revela en un informe que Afganistán ha producido en el 2007 el 95 por ciento del total mundial de amapolas opiáceas, batiendo su popio récord del 92 por ciento del año pasado. Los 400 millones de euros destinados por la ONU a la lucha contra la droga se han perdido en los bolsillos de muchos funcionarios corruptos mientras insurgencia y narcotráfico parecen ir de la mano.
En Irak, las fuerzas aéreas estadounidenses patrullan los cielos, impidiendo que Teherán, interesado en dotarse de armas atómicas, se apodere del espacio aéreo. El ataque de los americanos en el 2003 tampoco arregló nada. Jimmy Carter lamenta hoy esta invasión y la permanencia americana en este territorio “Las tropas –ha dicho el ex presidente de los EEUU– nunca debieron ser enviadas. Yo siempre estuve en contra de la invasión. No veo progreso alguno por parte del Gobierno de Irak en la reducción de la violencia. Actuaciones como esta guerra y lo que ha ocurrido en Guantánamo han aumentado la falta de confianza en mi país y van en contra de lo que hay que hacer para reducir la pobreza”. Siete militares del ejército americano escribieron recientemente en The New York Times: “Operamos en un contexto de enemigos decididos y aliados poco fiables” Consideran una “retórica engañosa” que se afirme desde el Petágono y desde el Capitolio que buena parte de los mandos militares iraquíes son “socios de confianza”. Reiteran que el primer ministro, Nuri al Maliki, falla en la utilización del refuerzo de tropas estadounidenses. Y aseguran que “tras cuatro años de ocupación, hemos fracasado en cada promesa, mientras que hemos sustituido la tiranía del partido Baaz por la tiranía islamista y la violencia criminal”.
Maliki, por su parte, defiende su gestión y dice haber evitado una guerra civil, reduciendo la violencia en un 75 por ciento. Pero Bush le culpa de todos los fracaso y se resiste a una retirada rápida. El presidente americano sigue empeñado en prolongar la guerra hasta el final de su mandato. En un discurso ante veteranos de guerra, invoca el fantasma del Vietnam y el sufrimiento que causó a millones de civiles la precipitada salida del Ejército de los EEUU del sureste asiático. Argumento inmediatamente rebatido por los entendidos.
Ante una persecución tan implacable como inútil de Bin Laden, y entre tanta esfuerzo por apoderarse de estas regiones, los discursos de Geroge W. Bush, que ha demostrado que lo que realmente le interesa es su estrategia y el petroleo, dan cada vez más risa. En una entrevista publicada por Robert Drapper en su libro “Certeza absoluta...”, Bush confiesa que llora mucho, pero asegura que no le gusta que se le noten los pesares que carga y que lo único que desea mostrar en público es “firmeza”. ¿Tan sensible es el jefe del Pentágono? ¿O es cuestión de puro cinismo? ¿Será verdad que le ponen nervioso las malas noticias y que no soporta las críticas? Claro que habría que saber qué entiende él por una “mala noticia” y que entiende por una “crítica”. Todo un programa de actitudes y motivos que distingue un ciudadano honrado de un bellaco.... Y, entretanto, desde su escondrijo, Bin Laden, sigue tronchándose de risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario