Calle Velázquez, iluminada.
En estos días previos a final de año, las más importantes ciudades españolas llenan sus calles con luces de adornos navideños y villancicos de antaño. En Madrid, desde la tarde-noche del lunes 26 de noviembre; en Barcelona, desde el 23 del mismo. Cada vez con más antelación, se conecta un alumbrado que embelesa a los curiosos y tapona cualquier vista del cielo estrellado. No importa la lejanía de esas fiestas. Lo importante son los días que las preceden, las calles iluminadas con su escaparates repletos de mercancías navideñas y el consumo a tope de las fiestas navideñas y de año nuevo.
Los empresarios son los más convencidos de que las luces “provocan ilusiones y favorecen las compras” Y desean ampliarlas hasta la fiesta de Reyes” Dicen que, así, se alargan las compras y se evitan que suban los precios en fechas clave. El Ayuntamiento de Madrid asegura que este año se ha aumentado el número de bombillas –hasta nueve millones– pero se ha reducido su consumo –2,1 millones de kilowatios que suponen cerca de cuatro millones de euros–. Por el contrario, asociaciones ecológicas como Ecologistas en Acción denuncian la contaminación lumínica que hace desaparecer las estrellas del cielo, aparte de ir contra el ahorro de emisiones. Dicen que hoy se ven entre cinco y cien cuerpos celestes menos que hace dos décadas. Y que sólo con el encendido de las luces de Navidad se echa al traste el ahorro de emisiones de dioxo de carbono, principal culpable del cambio climático.
Hace unas semanas, en un ejercicio de concienciación colectiva sobre la urgencia de actuar contra el cambio climático, los españoles fuimos invitados a apagar la luz eléctrica durante cinco minutos. Con el apagón, conseguimos ahorrar un 1 por ciento de energía, pero ahora, en nombre de los principios de la Navidad, la derrochamos con un 20 o un 30 por ciento durante treinta días y pico. Y a las luces de las calles se suman las de todos los establecimientos que compiten entre sí por ver quién consume más kilowatios.
Mientras tanto, me pregunto sobre estos conceptos de los que algunos pretenden disfrutar. ¿Qué es la luz sin la sombra que desplaza? ¿O la sombra sin la luz que la provoca? Parece que ambas son imprescindibles y están obligadas a coexistir. Pero, entre luces y sombras, entre invitaciones al ahorro e incitaciones al consumo, nueve millones de personas pobres sobrevivirán en nuestro país. “Una España pagada de sí misma –escribe Paco Beltrán en el diario El Público–, hortera, consumista, bienintencionada y cruel, al lado de otra España sufriente, callada, obligada a la austeridad, a no creer en nadie y a aguantarse. Nuestros políticos hablan de Estado de Derecho para referirse a un estado de privilegio e injusticia. Los partidos ofrecen, con cuentagotas, un poco de lo que sobra para los que pasan miserias. Y la voz de la necesidad no tiene quien la represente”.
Aquí hay demasiados pavos reales y regalos navideños, demasiado turrón y luz fosforescente, demasiado consumo y propaganda, demasiada paja y letra muerta. Demasiados conceptos y colores. Lo terrible es que, una vez apagadas esas calles, no volvamos a levantar lo ojos hacia arriba y tal vez no volvamos a encontrar a las estrellas de nuestra infancia.
En estos días previos a final de año, las más importantes ciudades españolas llenan sus calles con luces de adornos navideños y villancicos de antaño. En Madrid, desde la tarde-noche del lunes 26 de noviembre; en Barcelona, desde el 23 del mismo. Cada vez con más antelación, se conecta un alumbrado que embelesa a los curiosos y tapona cualquier vista del cielo estrellado. No importa la lejanía de esas fiestas. Lo importante son los días que las preceden, las calles iluminadas con su escaparates repletos de mercancías navideñas y el consumo a tope de las fiestas navideñas y de año nuevo.
Los empresarios son los más convencidos de que las luces “provocan ilusiones y favorecen las compras” Y desean ampliarlas hasta la fiesta de Reyes” Dicen que, así, se alargan las compras y se evitan que suban los precios en fechas clave. El Ayuntamiento de Madrid asegura que este año se ha aumentado el número de bombillas –hasta nueve millones– pero se ha reducido su consumo –2,1 millones de kilowatios que suponen cerca de cuatro millones de euros–. Por el contrario, asociaciones ecológicas como Ecologistas en Acción denuncian la contaminación lumínica que hace desaparecer las estrellas del cielo, aparte de ir contra el ahorro de emisiones. Dicen que hoy se ven entre cinco y cien cuerpos celestes menos que hace dos décadas. Y que sólo con el encendido de las luces de Navidad se echa al traste el ahorro de emisiones de dioxo de carbono, principal culpable del cambio climático.
Hace unas semanas, en un ejercicio de concienciación colectiva sobre la urgencia de actuar contra el cambio climático, los españoles fuimos invitados a apagar la luz eléctrica durante cinco minutos. Con el apagón, conseguimos ahorrar un 1 por ciento de energía, pero ahora, en nombre de los principios de la Navidad, la derrochamos con un 20 o un 30 por ciento durante treinta días y pico. Y a las luces de las calles se suman las de todos los establecimientos que compiten entre sí por ver quién consume más kilowatios.
Mientras tanto, me pregunto sobre estos conceptos de los que algunos pretenden disfrutar. ¿Qué es la luz sin la sombra que desplaza? ¿O la sombra sin la luz que la provoca? Parece que ambas son imprescindibles y están obligadas a coexistir. Pero, entre luces y sombras, entre invitaciones al ahorro e incitaciones al consumo, nueve millones de personas pobres sobrevivirán en nuestro país. “Una España pagada de sí misma –escribe Paco Beltrán en el diario El Público–, hortera, consumista, bienintencionada y cruel, al lado de otra España sufriente, callada, obligada a la austeridad, a no creer en nadie y a aguantarse. Nuestros políticos hablan de Estado de Derecho para referirse a un estado de privilegio e injusticia. Los partidos ofrecen, con cuentagotas, un poco de lo que sobra para los que pasan miserias. Y la voz de la necesidad no tiene quien la represente”.
Aquí hay demasiados pavos reales y regalos navideños, demasiado turrón y luz fosforescente, demasiado consumo y propaganda, demasiada paja y letra muerta. Demasiados conceptos y colores. Lo terrible es que, una vez apagadas esas calles, no volvamos a levantar lo ojos hacia arriba y tal vez no volvamos a encontrar a las estrellas de nuestra infancia.
Pues no pienso entrar en madrid, ni pagar por ello en estas saturnales. Me quedaré en el bosque encantado de mi memoria. Allí están Virna Lisi, Brigitte Bardot, María del Puy, y Nuria Torray. Mis estrellas favoritas. ah, y Teresa Gimpera, y Doris Day.
ResponderEliminarMis navidades fueron las mandarinas.
chiflos.