Hay personas que no pueden vivir sin trabajar, cuando la mayoría trabaja para poder vivir. Luke Pittard es el ejemplo del primer caso. Camarero británico de 25 años en un restaurante de McDonald, en Cardiff (Gales), en julio del 2006 Pittard ganaba 1,3 millones de libras (1,6 millones de euros) en la Lotería Nacional del Reino Unido. Desde ese momento, tanto él como su novia, Emma Cox, de 29 años, se convirtieron en la pareja de nuevos millonarios que colgaron sus uniformes y se retiraron a disfrutar de la vida. Compraron una casa por 230.000 libras (292.100 euros), celebraron una boda por todo lo alto y se pagaron unas vacaciones de lujo en las Islas Canarias (España). Pero, veintiún meses más tarde, Luke decide volver al Mc Donald’s, no porque se le hubiera acabado el dinero, sino porque su nueva vida, aburrida, había perdido todo su aliciente y añoraba a sus compañeros de trabajo.
Luke presentó una solicitud para retomar su trabajo de vendedor de hamburguesas. Y, aunque los ejecutivos pensaron en un principio que era una broma, él insistió en que le creyeran. No importaba que le advirtiesen que cobraría como todos, 5,85 libras por hora (7,5 euros). El sueldo no parecía importarle demasiado. Lo que él desea es reencontrar a tantas "caras conocidas" y volver al "grupo de viejos amigos". Algunos de ellos creyeron que estaba un poco loco. Pero, “a mi edad –comentaba el menda– un poco de trabajo duro no le hace daño a nadie".
"Me alegra –comentó su jefa, Katherine Jones– que Pittard haya tenido tiempo de disfrutar del premio, pero me encanta también tenerle aquí, entre nosotros. Es como si nunca se hubiera ido". Ella sabía, aunque no lo dijera abiertamente, que la publicidad conseguida con él sería positiva para el restaurante. En efecto, la prensa se ocupó ampliamente del caso y el McDonald’s de Cardiff aumentó la clientela. Los habitantes de los alrededores, los turistas nacionales e internacionales, no faltaron desde ese momento a su cita en el McDonald´s, en donde podían contemplar en directo a ese peculiar personaje que no se había dejado aburguesar por el dinero y que trabajaba como uno más, aunque por diferentes motivos al del común de los mortales.
Claro que Luke contaba con su esposa, Emma, quien le apoyaba sin reservas: "Le entiendo perfectamente –comentaba ésta–. Ambos disfrutamos trabajando en McDonald y aún tenemos buenos amigos ahí". Y no sólo permitió que su marido volviera a su antiguo trabajo, sino que consintió que jugara en sus ratos libres de portero, como antes hacía, en un equipo de fútbol, hasta que finalizara la temporada. Luke Pittard se consideraba el hombre más afortunado del mundo. Por lo de su suerte en la Lotería Nacional, por volver a su puesto de trabajo que le gustaba, por disfrutar con sus compañeros a los que adoraba, y porque su esposa se mostraba comprensiva con él.
Pero, aunque esta especie de cuento de hadas tienes visos de realidad, no hay duda de que la historia no es cerrada. Y está sujeto a diversas circunstancias, coyunturas y casualidades que la rodean. Porque, ¿quién sabe lo que pasará si Pittard pierde toda su fortuna acumulada en algún banco? ¿O si su querida esposa cae enamorada de otro? ¿O si, un día, sufre los improperios de algún cliente desagradable, de los que siempre tienen razón? ¿O si su jefa cambia o le exigen un trabajo sin concesiones y con nuevas exigencias? ¿Qué ocurrirá el día en que sus compañeros amenacen con una huelga para cobrar un poco más? ¿Qué hará Luke con las reivindicaciones de sus compañeros que tal vez no trabajan como él, sino que lo hacen para poder vivir? ¿Con quiénes se alineará entonces ese filántropo de su trabajo? ¿Seguirá entonces siendo de la misma forma un adicto a servir hamburguesas?
Luke presentó una solicitud para retomar su trabajo de vendedor de hamburguesas. Y, aunque los ejecutivos pensaron en un principio que era una broma, él insistió en que le creyeran. No importaba que le advirtiesen que cobraría como todos, 5,85 libras por hora (7,5 euros). El sueldo no parecía importarle demasiado. Lo que él desea es reencontrar a tantas "caras conocidas" y volver al "grupo de viejos amigos". Algunos de ellos creyeron que estaba un poco loco. Pero, “a mi edad –comentaba el menda– un poco de trabajo duro no le hace daño a nadie".
"Me alegra –comentó su jefa, Katherine Jones– que Pittard haya tenido tiempo de disfrutar del premio, pero me encanta también tenerle aquí, entre nosotros. Es como si nunca se hubiera ido". Ella sabía, aunque no lo dijera abiertamente, que la publicidad conseguida con él sería positiva para el restaurante. En efecto, la prensa se ocupó ampliamente del caso y el McDonald’s de Cardiff aumentó la clientela. Los habitantes de los alrededores, los turistas nacionales e internacionales, no faltaron desde ese momento a su cita en el McDonald´s, en donde podían contemplar en directo a ese peculiar personaje que no se había dejado aburguesar por el dinero y que trabajaba como uno más, aunque por diferentes motivos al del común de los mortales.
Claro que Luke contaba con su esposa, Emma, quien le apoyaba sin reservas: "Le entiendo perfectamente –comentaba ésta–. Ambos disfrutamos trabajando en McDonald y aún tenemos buenos amigos ahí". Y no sólo permitió que su marido volviera a su antiguo trabajo, sino que consintió que jugara en sus ratos libres de portero, como antes hacía, en un equipo de fútbol, hasta que finalizara la temporada. Luke Pittard se consideraba el hombre más afortunado del mundo. Por lo de su suerte en la Lotería Nacional, por volver a su puesto de trabajo que le gustaba, por disfrutar con sus compañeros a los que adoraba, y porque su esposa se mostraba comprensiva con él.
Pero, aunque esta especie de cuento de hadas tienes visos de realidad, no hay duda de que la historia no es cerrada. Y está sujeto a diversas circunstancias, coyunturas y casualidades que la rodean. Porque, ¿quién sabe lo que pasará si Pittard pierde toda su fortuna acumulada en algún banco? ¿O si su querida esposa cae enamorada de otro? ¿O si, un día, sufre los improperios de algún cliente desagradable, de los que siempre tienen razón? ¿O si su jefa cambia o le exigen un trabajo sin concesiones y con nuevas exigencias? ¿Qué ocurrirá el día en que sus compañeros amenacen con una huelga para cobrar un poco más? ¿Qué hará Luke con las reivindicaciones de sus compañeros que tal vez no trabajan como él, sino que lo hacen para poder vivir? ¿Con quiénes se alineará entonces ese filántropo de su trabajo? ¿Seguirá entonces siendo de la misma forma un adicto a servir hamburguesas?
Aquí hay algo que se me escapa. Si me tocan 1.6 millones de €, y por un casual echo de menos a mis compañeros de trabajo, de un McDonals ojo, se me ocurre que mejor sería poner una empresa, tal vez un restaurante por no cambiar mucho de sector, y contratarlos con un sueldo mejor, ¿tal vez 10€/h? Y todos contentos. Aquí me falta algo...
ResponderEliminarDaniel: también yo noto que, en esta historia, no se ha contado todo. Pero nadie, en los veinte o treinta medios que comentan la noticia, hace la mínima alusión a lo que tú comentas. Tal vez porque así es más impactante y vende más. De ahí que yo apuntara la posibilidad de una historia abierta cuyo desenlace ignoramos y cuyo final desconocemos. Seguro que existe, aunque no sea tan atractivca para los medios que viven de vender noticias.
ResponderEliminarSantiago Miró
Tal vez la cuestión que en principio se nos escapa sea la propia personalidad del individuo. Sindrome de estocolmo, o Peter Pan, con un ego muy profundo. De otro lado también podria estar la programación cerebral a que someten algunas grandes multinacionales, -a modo de sectas- a sus empleados, convirtiendose en el eje fundamental de sus vidas, tal como practican macdonalds y el corte ingles -por ejemplo.- Algunos presos no saben que hacer con su libertad tras cumplir una larga condena, y añoran la celda, el patio, y el resto de la penitenciaría. Este podría ser un caso parecido si sustituimos los barrotes por las freidoras.
ResponderEliminarchiflos.
Lo que veo aquí es la historia de un par de pobres tipos. Pobres en su sentido más estricto, que no es el económico precisamente. Aparte de que el trabajo es, si hacemos caso al Génesis, un castigo, el problema de estos energúmenos nuevos ricos es que, como diría Erich From, tienen miedo a la libertad.
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