Mayo del 68, en París
Los eslóganes que se gritaban estaban dirigidos contra el capitalismo, la sociedad de consumo, la democracia burguesa, así como contra los Estados Unidos y contra la guerra del Vietnam. Hoy, cuarenta años más tarde, son contra los mismos objetivos e imperios que atacaron Afganistán e Irak Y las brasas desprendidas han movido al actual presidente francés, Nicolás Sarkozy, a intentar liquidar la herencia del 68, habiéndolo convertido en fuente de todos los males. Jaime Pastor, profesor de Ideologías Políticas Contemporáneas en la UNED, puntualiza que "Mayo del 68" no significa "nostalgia", ni búsqueda de un "manual revolucionario", sino "una historia imposible de enterrar, cercana a los desafíos de lucha política que nos plantea el capitalismo global". Pastor evoca la "tímida liberalización" que asomó en España desde 1965 hasta 1968, periodo en el que se creó el sindicato de estudiantes y él, como delegado de clase, acudía a las juntas de facultad a discutir con los profesores. "Éramos ilegales, pero teníamos nuestras multicopistas y más o menos se nos toleraba. Y todo se cortó a finales de 68, con un estado de excepción. Pero no pudieron impedir que Raimon diera su concierto en la universidad aquel 18 de mayo, aún sabiendo que sería un acto político, como lo fue, el punto álgido de la protesta estudiantil".
En la lejanía de cuatro décadas, oigo los gritos lejanos del mayo francés. Y aunque el grito de “Ce n’est qu’un début, continuons le combat” es interpretado por algunos por “Cette fois c’est la fin, cessons le combat”, que distorsiona su sentido, el principal elemento común sigue siendo el antiautoritarismo en todos sus ámbitos: familiar, social y político. Lo que se traduce en una desconfianza en las instituciones, empezando por el Estado.
Tal día como hoy, hace 40 años, me encontraba en París, en donde pasé tres años, del 67 al 69. Allí estudiaba y trabajaba y allí viví, sin habérmelo propuesto ni buscado, los acontecimientos que marcaron el 68. Algunos periodistas de Mallorca, a la que volví después de este periplo, me preguntan hoy por mi experiencia en estos hechos, cuatro décadas después de sucedidos. Debo advertir que, aunque no llegué a participar en todos, sí me adherí a algunas de las manifestaciones desarrolladas a lo largo de ese largo Mayo del 68. Desde mi buhardilla de la calle Pigalle, oía las detonaciones y disparos de la Policía y fui testigo de algunos enfrentamientos aunque, repito, no fui de los que se metieron directamente en el fregado.
Recuerdo cómo se me hacía la carne de gallina cuando pasaba con mi chica ante los grupos de CRS (Cuerpos Republicanos de Seguridad) a los que llamábamos Cuerpos Represivos de Seguridad. Ellos se ensañaban especialmente, arremetiendo con sus porras contra los estudiantes “enragés” (rabiosos) que se atrevían a levantar su voz. Las primera vez que tomaron la calle fue el 4 de mayo y la revuelta se extendió como un reguero de pólvora. “Se realizaron –dicen las fichas policiales conservadas hasta hoy por los servicios secretos– 574 detenciones. Entre ellas, 179 menores, 45 mujeres y 58 extranjeros”. Su lectura resulta curiosa, puesto que se encuentran varios nombres, entonces anónimos. Entre ellos, futuros ministros y periodistas, líderes como Alain Krivine, dirigente troskista de la Juventud Comunista Revolucionaria y el omnipresente Cohn-Benit. Recuerdo cómo temía que la “Internacional”, entonada a media voz por mi compañera, una francesa de la que estaba enamorado y con la que vivo desde entonces, encolerizara a la Policía. Y estaba preocupado por su atrevimiento, sobre todo cuando pasábamos ante los CRS. Temía que arremetieran contra nosotros, especialmente contra mí, un meteco de tantos, deteniéndome y expulsándome de Francia sin contemplaciones y devolviéndome a la España franquista.
Los estudiantes del 68 parisino denunciamos el capitalismo liberal y el capitalismo de Estado y no dejamos de plantear eslóganes que superaron las barreras del tiempo: “La imaginación al poder”, “Sed realistas, pedid lo imposible”, “Bajo los adoquines, la playa”. “La propiedad es un crimen (de Estado)”... Estábamos convencidos de los riesgos de envilecimiento moral a través del consumo, y aspirábamos a crear bucólicas comunas autogestionarias. Los más radicales propusieron la ocupación de fábricas e impusieron un modelo de producción ecológico-libertario. Todos soñábamos con hacer la revolución anti-capitalista y anti-totalitaria. El movimiento pasó a la historia como propio de una generación que rompía con el comunismo y proponía una ruptura global, una alternativa anti-totalitaria.
Recuerdo cómo se me hacía la carne de gallina cuando pasaba con mi chica ante los grupos de CRS (Cuerpos Republicanos de Seguridad) a los que llamábamos Cuerpos Represivos de Seguridad. Ellos se ensañaban especialmente, arremetiendo con sus porras contra los estudiantes “enragés” (rabiosos) que se atrevían a levantar su voz. Las primera vez que tomaron la calle fue el 4 de mayo y la revuelta se extendió como un reguero de pólvora. “Se realizaron –dicen las fichas policiales conservadas hasta hoy por los servicios secretos– 574 detenciones. Entre ellas, 179 menores, 45 mujeres y 58 extranjeros”. Su lectura resulta curiosa, puesto que se encuentran varios nombres, entonces anónimos. Entre ellos, futuros ministros y periodistas, líderes como Alain Krivine, dirigente troskista de la Juventud Comunista Revolucionaria y el omnipresente Cohn-Benit. Recuerdo cómo temía que la “Internacional”, entonada a media voz por mi compañera, una francesa de la que estaba enamorado y con la que vivo desde entonces, encolerizara a la Policía. Y estaba preocupado por su atrevimiento, sobre todo cuando pasábamos ante los CRS. Temía que arremetieran contra nosotros, especialmente contra mí, un meteco de tantos, deteniéndome y expulsándome de Francia sin contemplaciones y devolviéndome a la España franquista.
Los estudiantes del 68 parisino denunciamos el capitalismo liberal y el capitalismo de Estado y no dejamos de plantear eslóganes que superaron las barreras del tiempo: “La imaginación al poder”, “Sed realistas, pedid lo imposible”, “Bajo los adoquines, la playa”. “La propiedad es un crimen (de Estado)”... Estábamos convencidos de los riesgos de envilecimiento moral a través del consumo, y aspirábamos a crear bucólicas comunas autogestionarias. Los más radicales propusieron la ocupación de fábricas e impusieron un modelo de producción ecológico-libertario. Todos soñábamos con hacer la revolución anti-capitalista y anti-totalitaria. El movimiento pasó a la historia como propio de una generación que rompía con el comunismo y proponía una ruptura global, una alternativa anti-totalitaria.
Los eslóganes que se gritaban estaban dirigidos contra el capitalismo, la sociedad de consumo, la democracia burguesa, así como contra los Estados Unidos y contra la guerra del Vietnam. Hoy, cuarenta años más tarde, son contra los mismos objetivos e imperios que atacaron Afganistán e Irak Y las brasas desprendidas han movido al actual presidente francés, Nicolás Sarkozy, a intentar liquidar la herencia del 68, habiéndolo convertido en fuente de todos los males. Jaime Pastor, profesor de Ideologías Políticas Contemporáneas en la UNED, puntualiza que "Mayo del 68" no significa "nostalgia", ni búsqueda de un "manual revolucionario", sino "una historia imposible de enterrar, cercana a los desafíos de lucha política que nos plantea el capitalismo global". Pastor evoca la "tímida liberalización" que asomó en España desde 1965 hasta 1968, periodo en el que se creó el sindicato de estudiantes y él, como delegado de clase, acudía a las juntas de facultad a discutir con los profesores. "Éramos ilegales, pero teníamos nuestras multicopistas y más o menos se nos toleraba. Y todo se cortó a finales de 68, con un estado de excepción. Pero no pudieron impedir que Raimon diera su concierto en la universidad aquel 18 de mayo, aún sabiendo que sería un acto político, como lo fue, el punto álgido de la protesta estudiantil".
En la lejanía de cuatro décadas, oigo los gritos lejanos del mayo francés. Y aunque el grito de “Ce n’est qu’un début, continuons le combat” es interpretado por algunos por “Cette fois c’est la fin, cessons le combat”, que distorsiona su sentido, el principal elemento común sigue siendo el antiautoritarismo en todos sus ámbitos: familiar, social y político. Lo que se traduce en una desconfianza en las instituciones, empezando por el Estado.
Mañana, continuará: (II) ¿Qué fue de la herencia del 68?
Esperaré pues la continuación...
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