Tomoji Tanabe
La lectura de esta información no duraba más veinticinco segundos y dejaba cierto sabor agradable aunque superfluo. Porque pocos días más tarde, me enteraba que, además de Tanabe, había habido otros personajes que disfrutaron de una longevidad excepcional, sobrepasando incluso la edad de este anciano. Me enteré, por ejemplo, que otro personaje español había conseguido alcanzar los 114 años. Se trataba de un republicano español llamado Joan Riudavets quien, el día de su cumpleaños, había recibido del presidente del Gobierno Balear, entonces el derechista Jaume Matas, una felicitación con un surtido de turrones. El 5 de marzo del 2004, moría ”tranquilo” y con serenidad en su isla menorquina. Internet informaba de otros personajes centenarios como de Benito Martínez Abogán, un cubano-haititano fallecido el 11 de octubre del 2006, a la edad de 126 años; de Emiliano Mercado del Toro, un músico español que vivía en Puerto Rico desde que emigrara de España, en 1898, el hombre más viejo, según el libro Guiness de los records; de la mujer más longeva, María Esther de Capotilla, de Ecuador, que llegó a los 117 años; del musulmán, Habib Miyan, que muriera el mes pasado, y de un sinfín de personajes centenarios, que aparecían en sus páginas.
Y es que, cuando se trata de buscar al hombre más longevo, al más alto, al más guapo, al más inteligente, al más astuto, al más rico, al más de todo, siempre hay listas para elegir. Otra cosa es cuando se trata del hombre perfecto. Ese no existe en el mundo. O, mejor dicho, no existe mundo que lo conciba. Excepto en “El mundo feliz”, de Aldous Huxley.
Hace unas semanas, los periódicos intentaban sorprenderme con la noticia del hombre más viejo del mundo. Se trataba del japonés Tomoji Tanabe, quien acababa de cumplir 113 años y aseguraba que no quería morir, sorprendiéndole la muerte en un jaque-mate. El célebre personaje había pasado a formar parte del libro Guinness de los records y declaraba que la clave para vivir tanto tiempo era beber leche a las tres de la tarde, además de no fumar ni beber alcohol. De practicar el sexo no decía nada aunque estaba casado un una mujer 52 años más joven que él y ambos vivían con el quinto hijo de ambos. La noticia se completaba con el anuncio de la población nipona que ocupaba los primeros puestos en esperanza de vida, siendo las japonesas las primeras del mundo con 85,99 años y los varones japoneses los terceros con 79,19 años, superados por los islandeses con 79,4 años, y los hongkoneses con 79,3 años.
La lectura de esta información no duraba más veinticinco segundos y dejaba cierto sabor agradable aunque superfluo. Porque pocos días más tarde, me enteraba que, además de Tanabe, había habido otros personajes que disfrutaron de una longevidad excepcional, sobrepasando incluso la edad de este anciano. Me enteré, por ejemplo, que otro personaje español había conseguido alcanzar los 114 años. Se trataba de un republicano español llamado Joan Riudavets quien, el día de su cumpleaños, había recibido del presidente del Gobierno Balear, entonces el derechista Jaume Matas, una felicitación con un surtido de turrones. El 5 de marzo del 2004, moría ”tranquilo” y con serenidad en su isla menorquina. Internet informaba de otros personajes centenarios como de Benito Martínez Abogán, un cubano-haititano fallecido el 11 de octubre del 2006, a la edad de 126 años; de Emiliano Mercado del Toro, un músico español que vivía en Puerto Rico desde que emigrara de España, en 1898, el hombre más viejo, según el libro Guiness de los records; de la mujer más longeva, María Esther de Capotilla, de Ecuador, que llegó a los 117 años; del musulmán, Habib Miyan, que muriera el mes pasado, y de un sinfín de personajes centenarios, que aparecían en sus páginas.
Y es que, cuando se trata de buscar al hombre más longevo, al más alto, al más guapo, al más inteligente, al más astuto, al más rico, al más de todo, siempre hay listas para elegir. Otra cosa es cuando se trata del hombre perfecto. Ese no existe en el mundo. O, mejor dicho, no existe mundo que lo conciba. Excepto en “El mundo feliz”, de Aldous Huxley.
¿Tomar leche a las tres?, vaya nunca lo hubiera imaginado. En cuanto al hombre perfecto ¿quién quiere serlo?, y más en este país donde la envidia es deporte nacional.
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