Dentro de unas horas no quedará del presidente Bush ni el gesto de los dedos de sus manos.
Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, fue el presidente más popular de la historia, con índices que superaban el 90 por ciento. Persiguió a muerte a Osama Ben Laden sin haberlo nunca conseguido. Invadió Irak, lo arrasó y destruyó, pese a no haber encontrado armas de destrucción masiva. Se embarcó, con sus aliados neoconservadores, en una agresiva política exterior de lucha contra el terrorismo que termina socavando su propia hegemonía. El pasado jueves se mostraba orgulloso de Afganistán y de Irak. Estaba convencido de que “ahora, EEUU es un país más seguro”. Pero se olvidó de mencionar la crisis como la principal preocupación de los estadounidenses. Y se defendió con argumentos absurdos, como que “tomamos medidas decididas y serían momentos aún más duros si no hubiéramos actuado”.
En siete años, el presidente Bush pasó del cielo al infierno. Desde Londres, el ministro de Exteriores, David Miliband, criticó su estrategia militarista –y la de Blair– en un ataque directo a la ideología que ha guiado la política norteamericana de los últimos años. “El concepto de guerra contra el terror –dijo el responsable del Foreign Office, distanciándose sin reservas del fundamento ideológico de Bush– es engañoso y erróneo. El problema de la insurgencia y de los conflictos civiles no se resuelve matando. El mejor antídoto contra la amenaza terrorista a largo plazo es la cooperación. Los terroristas triunfan cuando hacen que un país caiga preso del miedo y la venganza; cuando plantan división y animosidad; cuando fuerzan a un país a responder con violencia y represión”.
Al contrario de Bush, el ministro británico basa su receta en conceptos más firmes: la ley, los derechos humanos y las libertades civiles. Y recuerda que, en Oriente Próximo, la respuesta de Israel a los cohetes de Hamás es una feroz campaña militar que ya ha dejado un millar de muertos en Gaza”. Miliband aprovechó su intervención para acercar posiciones con la Administración del nuevo presidente Barack Obama. “Hemos de responder al terrorismo defendiendo el imperio de la ley, no subordinándola, porque es el pilar de la sociedad democrática. Debemos respetar nuestros compromisos con los derechos humanos y libertades civiles, en casa y en el extranjero. Esta es sin duda la lección de Guantánamo y por eso celebro el compromiso del presidente electo Obama para cerrar [el centro de detención militar]”.
A menos de 24 horas del fin de su vida política, despedimos a Bush en esta colección de sus mejores dibujantes, impresos en la revista Fanity Fair. Mientras su sucesor deguste su primer almuerzo como presidente, también en la sede del Congreso, el abatido sheriff se subirá por última vez al avión “Air Force One” que le trasladará a Texas y a su retiro como ciudadano privado. Que descanse en paz. O ni eso. Porque un hombre que ha hecho de la guerra su arma política más letal ¿puede descansar en paz?
Al sheriff Bush, a menos de 24 horas de abandonar su puesto en la Casa Blanca, se le acaba su “autoridad” y las balas de su colt. Su nombre y su popularidad hace ya tiempo que se arrastran por los suelos. El jueves pasado hacía su despedida oficial, defendiendo a capa y espada su gestión. Se va con un 72 por ciento de rechazo, el peor en los últimos 80 años y reconoce incluso algún “tropiezo”, pero pide compresión por haber gobernado “en tiempos difíciles” que lo forzaron a tomar polémicas decisiones. Pasó las últimas semanas pidiendo disculpas, admitiendo errores, o justificando sus acciones. Sin embargo, el balance, mirado fría y objetivamente, no puede ser más desalentador. Dos guerras abiertas y mal acabadas, una economía sumida en su peor crisis desde la Gran Depresión y una política exterior desastrosa con un humillante detalle final: la sumisión del presidente y su secretaria de Estado al gobierno de Israel a la hora de votar una resolución en el Consejo de Seguridad. Ni fue capaz de borrar la imagen creada por sus enemigos ideológicos, ni de imponer su obra, destruida por la incredulidad y desprecio de sus críticos. El sheriff Bush aparece y desaparece en la historia como un personaje incompetente del que mejor no volver a acordarse.
Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, fue el presidente más popular de la historia, con índices que superaban el 90 por ciento. Persiguió a muerte a Osama Ben Laden sin haberlo nunca conseguido. Invadió Irak, lo arrasó y destruyó, pese a no haber encontrado armas de destrucción masiva. Se embarcó, con sus aliados neoconservadores, en una agresiva política exterior de lucha contra el terrorismo que termina socavando su propia hegemonía. El pasado jueves se mostraba orgulloso de Afganistán y de Irak. Estaba convencido de que “ahora, EEUU es un país más seguro”. Pero se olvidó de mencionar la crisis como la principal preocupación de los estadounidenses. Y se defendió con argumentos absurdos, como que “tomamos medidas decididas y serían momentos aún más duros si no hubiéramos actuado”.
En siete años, el presidente Bush pasó del cielo al infierno. Desde Londres, el ministro de Exteriores, David Miliband, criticó su estrategia militarista –y la de Blair– en un ataque directo a la ideología que ha guiado la política norteamericana de los últimos años. “El concepto de guerra contra el terror –dijo el responsable del Foreign Office, distanciándose sin reservas del fundamento ideológico de Bush– es engañoso y erróneo. El problema de la insurgencia y de los conflictos civiles no se resuelve matando. El mejor antídoto contra la amenaza terrorista a largo plazo es la cooperación. Los terroristas triunfan cuando hacen que un país caiga preso del miedo y la venganza; cuando plantan división y animosidad; cuando fuerzan a un país a responder con violencia y represión”.
Al contrario de Bush, el ministro británico basa su receta en conceptos más firmes: la ley, los derechos humanos y las libertades civiles. Y recuerda que, en Oriente Próximo, la respuesta de Israel a los cohetes de Hamás es una feroz campaña militar que ya ha dejado un millar de muertos en Gaza”. Miliband aprovechó su intervención para acercar posiciones con la Administración del nuevo presidente Barack Obama. “Hemos de responder al terrorismo defendiendo el imperio de la ley, no subordinándola, porque es el pilar de la sociedad democrática. Debemos respetar nuestros compromisos con los derechos humanos y libertades civiles, en casa y en el extranjero. Esta es sin duda la lección de Guantánamo y por eso celebro el compromiso del presidente electo Obama para cerrar [el centro de detención militar]”.
A menos de 24 horas del fin de su vida política, despedimos a Bush en esta colección de sus mejores dibujantes, impresos en la revista Fanity Fair. Mientras su sucesor deguste su primer almuerzo como presidente, también en la sede del Congreso, el abatido sheriff se subirá por última vez al avión “Air Force One” que le trasladará a Texas y a su retiro como ciudadano privado. Que descanse en paz. O ni eso. Porque un hombre que ha hecho de la guerra su arma política más letal ¿puede descansar en paz?
Todos los individuos de la especie humana poseen un mecanismo de defensa que les permite justificar sus actos,resultando inutil el esfuerzo de otros por hacerles ver las atrocidades que pudieran haber cometido.(caso de Bush) Hoy, Pedro Solbes, sin ir mas lejos- es mas feliz que ayer, pero menos que mañana. ¡dios mio!-digo- y se que no creo.
ResponderEliminarchiflos.