El flamante presidente de Honduras, Manuel Celaya, con sus sombrero tejano y su bigote criollo, no pudo con su Ejército.
El presidente de Honduras es recibido y apoyado por los presidentes de Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Cuba.
Ese día, Tegucigalpa amaneció bajo el control militar. Los ciudadanos estaban convencidos de poder refrendar o no en las urnas el proyecto de Zelaya de reformar la Constitución. Y muchos no contaban con que los militares tomaran por la fuerza el Gobierno republicano. En unas horas, el flamante presidente, con su sombrero tejano y su bigotazo criollo, se convirtió en otro presidente sudamericano expulsado de su país, quien exigió sus derechos desde Managua (Nicaragua). Tras reivindicar su cargo, declaraba en mangas de camisa: “He sido sacado de mi casa de forma brutal, secuestrado por soldados encapuchados que me apuntaban con rifles de grueso calibre en las primeras horas de la mañana de este domingo”. Y proseguía, observando cómo la comunidad internacional le respaldaba y aislaba al nuevo presidente: “En forma muy audaz, les dije: Si traen orden de disparar, disparen. No tengo problema de recibir, de parte de los soldados de mi patria, una ofensa más para mi pueblo, porque lo que están haciendo es ofender al pueblo”.
El presidente de Honduras es recibido y apoyado por los presidentes de Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Cuba.
El pasado domingo, 28 de junio, Honduras, población de América central de casi ocho millones de habitantes, quedó bajo el Estado de sitio. Los militares, basados en una carta del hasta ese momento presidente, Manuel Celaya, aislaron herméticamente al país de todo contacto con el exterior e impusieron a su sustituto, Ricardo Micheletti. En ella, Zelaya renunciaba por razones de salud. El supuesto autor de la misma, desde Costa Rica, denunció que se trata de “una conspiración político-militar”. Zelaya había decretado un importante incremento al salario mínimo y estrechado relaciones con los sectores populares. En política internacional, se sumó a la oleada de gobiernos progresistas que renegaban de las políticas neoliberales que dominaron los años noventa, se integró en la Alternativa Bolivariana de las Américas y restauró las relaciones diplomáticas con Cuba. Hasta que el Ejército hondureño, harto de soportarle, se levantó en armas y cambió de un plumazo al presidente.
Ese día, Tegucigalpa amaneció bajo el control militar. Los ciudadanos estaban convencidos de poder refrendar o no en las urnas el proyecto de Zelaya de reformar la Constitución. Y muchos no contaban con que los militares tomaran por la fuerza el Gobierno republicano. En unas horas, el flamante presidente, con su sombrero tejano y su bigotazo criollo, se convirtió en otro presidente sudamericano expulsado de su país, quien exigió sus derechos desde Managua (Nicaragua). Tras reivindicar su cargo, declaraba en mangas de camisa: “He sido sacado de mi casa de forma brutal, secuestrado por soldados encapuchados que me apuntaban con rifles de grueso calibre en las primeras horas de la mañana de este domingo”. Y proseguía, observando cómo la comunidad internacional le respaldaba y aislaba al nuevo presidente: “En forma muy audaz, les dije: Si traen orden de disparar, disparen. No tengo problema de recibir, de parte de los soldados de mi patria, una ofensa más para mi pueblo, porque lo que están haciendo es ofender al pueblo”.
Zelaya contó cómo los militares le arrebataron el celular de su mano y lo trasladaron al avión que lo llevó a Costa Rica. Fue recibido por el jefe de protocolo de este país. El presidente hondureño se quejó de la violencia con la que los militares le trataron pero añadió que, como cristiano, perdonaba a los que “en un momento determinado, casi me asesinan”. Insistió en que había “una conspiración, un complot de la élite política y de la cúpula militar, temiendo perder su prestigio por una encuesta de opinión pública”. Y reafirmó que, en Honduras, hay un solo mandatario y “está aquí enfrente de ustedes, porque los presidentes los elige el pueblo”. “Me secuestraron –dijo–, pero, aún aquí, sigo siendo el presidente. Mi período termina el próximo año, no en éste. Y sólo me puede quitar el pueblo. No un grupo de gorilas”.
Luego, Zelaya llegó a Managua, donde se inauguraba la cumbre extraordinaria de la ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). Y fue recibido y apoyado por los presidentes Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa (Ecuador), Daniel Ortega (Nicaragua) y el canciller de Cuba, Bruno Rodríguez. Hugo Sánchez y sus aliados llamaron a los hondureños a la rebelión. Zelaya añadió enfáticamente: “Hoy estoy vivo por una gracia de Dios, y honestamente se lo digo”. Dios le había concedido la gracia de la vida. Pero permitió que los militares le arrebataran su presidencia. De no haber confiado tanto en la gracia de ese Dios omnipotente que, curiosamente, siempre se alinea con los más fuertes, y más aún con militares insurgentes, quizás, quien sabe, se hubiera podido frenar ese golpe disfrazado de cambio de presidencia. Pero con ese Dios tan celoso del poder, cualquiera se fía... En todo caso, Zelaya parece agradecer el que no le hayan llevado por delante y tenga la posibilidad de una añorada vuelta a su país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario