El “Ermitaño” propinó varias cornadas a lo largo de la cuesta de Santo Domingo, durante el sexto encierro de los Sanfermines 2009.
Los casos son demasiado frecuentes para considerarlos excepcionales. Ignoro la cifra que habrá que cubrir para cambiar esta costumbre ibérica. A lo mejor, quién sabe, antes de terminar el verano, hayamos conseguido lo imposible. Porque todavía faltan mes y medio de encierros y corridas en las que, las autoridades aseguran extremar las medidas de seguridad pero que siguen dejando que miles de jóvenes corran ante unos toros provocados hasta la extenuación porque es el deporte “hispano” por excelencia y porque así demuestran su bravura. Una moda muy hispánica que cuenta con tantos aficionados como accidentes y muertes provocadas, con la bendición de la Iglesia y el apoyo de los Ayuntamientos que, hasta el momento, las sigue subvencionado. Afortunadamente, este año, con la crisis, la mayoría de grandes municipios han reducido los presupuestos de las fiestas y bajado hasta un 70 por ciento, disminuyendo los encierros o corridas patronales. Pinto se ha quedado sin astados; Leganés conserva los encierros, pero se desentiende de las corridas; Rivas-Vaciamadrid ha prescindido de las corridas y otros municipios han limitado el número de éstas.
Sin embargo, los accidentes provocados por los cuernos del toro bravío se repiten y multiplican en las plazas de toros sin que estos espanten ni agüen la fiesta. Al contrario, hay políticos, como Pío García Escudero, portavoz del PP en el Senado, fundador de la Agrupación de Parlamentario Taurinos, que no sólo no se avergüenza de su afición a los toros, sino que presume de ello. Su partido y el PSOE, con el que hace tiempo hicieron las paces en este asunto, llegó el consenso, a pesar de las declaraciones en contra de la fiesta de la ex ministra Narbona. Pío quiere que los españoles den un paso adelante y defiendan la fiesta ante los ataques del Parlamento Europeo. Se muestra “orgulloso de ser torero” y suele ir a las Ventas durante el verano.
Rafa Almazán escribe en su blog, Kabila: “Yo creo que todos los que vivimos en este país, de cerca o de lejos, hemos visto qué ocurre en los encierros (el subconsciente me había traicionado, había escrito entierros), y, a mi modo de ver, se trata de una salvajada. En la mayoría de los casos, los participantes son gente que, si no borracha, al menos está bebida y que se dedica a vacilar a un toro a y provocarle para luego burlarle y que no le coja. Es verdad que no llega a ser como en las corridas puesto que el sufrimiento del toro aquí es mucho menor, pero sigue siendo un acto temerario para el que lo practica, un acto de violencia para el animal y un acto de exhibicionismo y de autoafirmación en el que el ser humano parece que ha de demostrar su superioridad sobre los animales. Todo esto como espectáculo que precede a la gran tarde de la Corrida. Donde se culmina la faena”.
A. M. A., un adolescente navarro de 16 años, fue arrollado el pasado martes por un cabestro durante la celebración de la suelta de vacas de Cabanillas (Navarra), en las fiestas populares. Otras seis personas fallecieron por idénticas causas durante este verano. Todas ellas por correr ante cornúpetas. Quince víctimas mortales cayeron desde 1922 en los Sanfermines. Una cifra que demuestra el peligro de participar en los encierros. Pero, acostumbrados a esta clase de accidentes tan “nuestros”, los medios de comunicación valoran a quienes participan en la suelta de reses, reseñando su “valor”, “arrojo”, “riesgo” y “aventura” antes que mostrar su temeridad, imprudencia e insensatez. Sólo falta que a los corneados que se acercan a la muerte por el prurito de ser “valientes y atrevidos” se les cante el himno nacional y se les levante un monumento, dedicándoseles un bonito epitafio. Así logran no pocos levantar la fiesta.
Los casos son demasiado frecuentes para considerarlos excepcionales. Ignoro la cifra que habrá que cubrir para cambiar esta costumbre ibérica. A lo mejor, quién sabe, antes de terminar el verano, hayamos conseguido lo imposible. Porque todavía faltan mes y medio de encierros y corridas en las que, las autoridades aseguran extremar las medidas de seguridad pero que siguen dejando que miles de jóvenes corran ante unos toros provocados hasta la extenuación porque es el deporte “hispano” por excelencia y porque así demuestran su bravura. Una moda muy hispánica que cuenta con tantos aficionados como accidentes y muertes provocadas, con la bendición de la Iglesia y el apoyo de los Ayuntamientos que, hasta el momento, las sigue subvencionado. Afortunadamente, este año, con la crisis, la mayoría de grandes municipios han reducido los presupuestos de las fiestas y bajado hasta un 70 por ciento, disminuyendo los encierros o corridas patronales. Pinto se ha quedado sin astados; Leganés conserva los encierros, pero se desentiende de las corridas; Rivas-Vaciamadrid ha prescindido de las corridas y otros municipios han limitado el número de éstas.
Sin embargo, los accidentes provocados por los cuernos del toro bravío se repiten y multiplican en las plazas de toros sin que estos espanten ni agüen la fiesta. Al contrario, hay políticos, como Pío García Escudero, portavoz del PP en el Senado, fundador de la Agrupación de Parlamentario Taurinos, que no sólo no se avergüenza de su afición a los toros, sino que presume de ello. Su partido y el PSOE, con el que hace tiempo hicieron las paces en este asunto, llegó el consenso, a pesar de las declaraciones en contra de la fiesta de la ex ministra Narbona. Pío quiere que los españoles den un paso adelante y defiendan la fiesta ante los ataques del Parlamento Europeo. Se muestra “orgulloso de ser torero” y suele ir a las Ventas durante el verano.
Rafa Almazán escribe en su blog, Kabila: “Yo creo que todos los que vivimos en este país, de cerca o de lejos, hemos visto qué ocurre en los encierros (el subconsciente me había traicionado, había escrito entierros), y, a mi modo de ver, se trata de una salvajada. En la mayoría de los casos, los participantes son gente que, si no borracha, al menos está bebida y que se dedica a vacilar a un toro a y provocarle para luego burlarle y que no le coja. Es verdad que no llega a ser como en las corridas puesto que el sufrimiento del toro aquí es mucho menor, pero sigue siendo un acto temerario para el que lo practica, un acto de violencia para el animal y un acto de exhibicionismo y de autoafirmación en el que el ser humano parece que ha de demostrar su superioridad sobre los animales. Todo esto como espectáculo que precede a la gran tarde de la Corrida. Donde se culmina la faena”.
El encierro entronca con la atávica ofrenda sacrificial a los dioses Yahvé y Moztezuma, y como es sabido, estos siempre quieren sangre. Afortunados somos quienes desprovistos de fe, no somos obligados a ponernos delante del minotauro. Los mozos bajo la influencia del alcohol u otras sustancias, se predisponen a la superación del pánico y muy prudentemente no hablan por el móvil mientras corren.
ResponderEliminarchiflos.