Vivimos en un país en donde los días de fiestas, de charangas y de tracas a porrillo, pese a la crisis que se mantiene sobre todo, aparentan imponerse y enseñorearse sobre el resto. Un país que se levanta corriendo ante los toros, camino de la plaza. Un país que pretende vivir al minuto las fiestas de cada barrio, de cada pueblo o pueblecito del interior o de la costa. Que se pirra por los santos y las procesiones, con la venta pública y simoníaca de sus imágenes, por los encierros y corridas a gogó, por las viejas y renovadas costumbres. Un país sobrado de sol y de problemas de toda índole, que pretende recuperar a los turistas y extranjeros del boom. Un país, en fin, que termina sus festejos, sus galas y celebraciones –tantas como pueblos y ciudades hay en nuestra geografía–, con una lluvia atronadora de fuegos artificiales. Son las fiestas que, pese a los recortes presupuestarios del momento, levantan pasiones entre nacionales y extranjeros, como la Tomatina de Buñol, en la que se libra la batalla del tomate entre 40.000 personas o la “guerra de las camisetas”; la Nit de l´Alba, noche de petardos y carretillas, en la que los más jóvenes se enfrentan a una batalla de pólvora y fuego con decenas heridos por quemaduras; o las miles de gamberradas con animales, como la Serenata del Toro de Vilafamés o Serenata del Bou; la fiesta de Moros y Cristianos de Albaida o de Muro de Alcoy; la fiesta del Cipotegato; la del toro Moscatel, perseguido y torturado por las calles de Tordesilla; la de los ocho danzadores de Anguiano; la de los “Enharinados” de Ibi, a golpe de escaramuzas y batallas de huevos, de harina y de cohetes borrachos; las de las “Traídas del Barro” en La Atalaya; la de Moros y Cristianos. … Todas y cada una de ellas lucha por convertirse en la mejor fiesta de España mientras el ciudadano cae de bruces en el caos veraniego y pierde definitivamente el punto de equilibrio en que, con harta dificultad, se mantenía.
En Tarazona de Aragón, se celebraba el jueves pasado la fiesta en honor al patrón, San Atilano, en la que entra de lleno un personaje pintoresco. A las doce del mediodía, al sonar las campanadas del reloj del Ayuntamiento, se abrió la puerta principal del edificio, y salió el Cipotegato, ataviado con una indumentaria semejante a la de un arlequín de la baraja. Fue recibido por más de 5.000 personas concentradas en la plaza de España que, en cinco minutos, le lanzaron más de 15.000 kilos de tomates al grito de “¡Cipote!, ¡Cipote!”. El ambiente se transformó en una batalla campal entre los participantes, mientras el Cipotegato trataba de abrirse paso entre el gentío para iniciar una carrera por la ciudad. De regreso a la plaza, era izado hasta el monumento, desde donde saludaba a la multitud, que lo vitoreó. Y, desde allí, lo trasladaron a hombros hasta la Casa Consistorial.
Cipotegato
Durante varios siglos, el Cipotegato salió, por encargo del Cabildo, a ahuyentar a los chiquillos delante de las solemnes procesiones; en su recorrido, éstos le arrojaban las hortalizas que, sobrantes de los mercados de la Plaza de España, encontraban por el suelo, lugar en donde se instalaba el mercado al aire libre. Luego, perdió su relación con las ceremonias religiosas y, tras la guerra civil, comenzaron a arrojarle tomates. En 1998, la Diputación General de Aragón declaró la fiesta de Interés Turístico.
Guerra del tomate en Tarazona.
El próximo 15 de septiembre, el toro bautizado como “Moscatel” será, como todos los años, con la excusa de que la brutal tradición así lo exige, perseguido y torturado por las calles de Tordesillas (Valladolid). Moscatel tiene cuatro años de edad, pesa 540 kilos y se le clavarán lanzas repetidas veces en su cuerpo, hasta que caiga muerto en el campo. El mozo que le propine el último lanzazo, será premiado y se llevará sus testículos atados en su bastón. También esta celebración, rancia y cruel como pocas, es considerada fiesta de interés cultural en España.
Diversas organizaciones de defensa de los animales denuncian estas barbaridades de la España más profunda enviado a los organismos pertinentes, para que se ponga fin a estas manifestaciones intolerables, la siguiente carta: “Muy Señores Nuestros, hemos tenido constancia de la celebración que se lleva a cabo en Tordesillas durante la primera quincena de septiembre, denominada Toro de Vega, en la que centenares de personas a pie y a caballo acosan a un toro hasta la muerte a lanzazos. Nos ponemos en contacto con ustedes para manifestarles el desagrado que este hecho nos provoca como miembros de una sociedad sensible hacia el maltrato y el sufrimiento animal. En nuestro país disponemos de legislación en materia de protección animal que harían imposible que se dieran este tipo de celebraciones, ya que no solo perjudican a los animales sino que degradan la imagen de la sociedad que los permite. Es por ello que les solicitamos reconsideren la celebración de dicho festejo. Mientras se siga celebrando, daremos a conocer a los turistas las prácticas del municipio de Tordesillas como parte de la vergüenza que supone para Europa que se sigan manteniendo tan sanguinarias tradiciones, propias de otros siglos”.
Toro de Tordesillas.
En Anguiano (La Rioja), ocho danzadores bajan, durante sus fiestas de junio, la empinada y empedrada cuesta de la localidad, encaramados a unos zancos de madera de medio metro de altura, mientras giran y giran sobre sí mismos en un colorista espectáculo. La espectacular danza, del año 1630, se repite durante varios días. Los ocho van ataviados con una camisa blanca, un chaleco de bandas horizontales (azul, roja, rosa, verde, amarilla y marrón), un pantalón negro, rematado en la rodilla con una cinta de color. Lo más espectacular de su vestimenta es la amplia falda amarilla que se ahueca como una campana y les da estabilidad mientras giran cuesta abajo. El conjunto festivo se completa con una faja azul, unas medias blancas, unas alpargatas de esparto y unas castañuelas de madera de boj, que los danzantes hacen sonar mientras bailan. Se trata de una fiesta declarada en 1970 de Interés Turístico Nacional.
Danzadores de Aguiano bajan la cuesta girando sobre sus zanjos.
En la fiesta de “Los Enharinados” (“Els enfarinats”), el 28 de diciembre en Ibi (Alicante), los ciudadanos que se atreven a cruzar la plaza de la Iglesia y osan incumplir las disparatadas órdenes, acaban rebozados en harina y huevo. El centro urbano se cubre de una gran nube blanca y, al final de la “encarnizada” lucha, la oposición se doblega a los invasores, en las escalinatas de la iglesia, sin que haya que lamentar bajas en ninguno de los dos bandos. Con la rendición, llega el armisticio por el que los dos bandos enfrentados se unen, al fin, por una causa común: recaudar fondos para el asilo de ancianos San Joaquín de Ibi.
La guerra de la harina.
Del 4 al 8 de julio se celebra en Santa Brígida (Las Palmas) la fiesta del Barro. La ancestral recogida del barro se convierte en un acontecimiento multitudinario, que recuerda el proceso por el que los artesanos consiguen su materia prima y la cargan hasta sus cuevas para elaborar la cerámica.
Embarrados de la cabeza a los pies en santa Brígida.
Otra de las fiestas patronales más conocidas son la de “Moros y Cristianos”, en Muro de Alcoy (Alicante), durante la segunda semana de mayo, en honor a la patrona, “la Mare de Déu dels Desemparats”. En el primer fin de semana se concentran la mayoría de actos, como las entradas moras y cristianas, el traslado de la Virgen desde su ermita hasta el templo parroquial donde permanece una semana, la procesión general, el día de los truenos, así como la representación de las embajadas Cristiana y Mora por la lucha y conquista del castillo.
Entrada mora en Muro de Alcoy .
Fila Madre de Dios .
Por su parte, Territorio Vergara presenta las vacaciones de la Conferencia Episcopal, la de los Aznar, la de María Dolores de Cospedal y la de Luis Bárcenas.
Pep Roig presenta esta semana la crisis: A pagar la crisis y para salir de ella.
Además, presentamos algunos de sus cuadros.
Por último, presentamos cuatro vídeos. El primero plasma el espectáculo de la ‘tomatina’ de Buñol que se repitió, una vez más, desde hace ya sesenta y cuatro años. En la batalla, indígenas y visitantes se arrojaron tomatazos hasta quedar exhaustos. Un espectáculo que sirve, según dicen, para promocionar el tomate aunque resulte lesivo para la imagen de un pueblo trabajador y próspero que quisiera, además, ser solidario con otros que quizá no pueden ni soñar en tirarse los tomates a la cabeza porque los necesitan para comer.
En el segundo, los ilicitanos rinden pleitesía a su patrona, la Virgen de la Asunción, con la celebración de la Nit de l'Albà, cada 13 de agosto. El cielo de la ciudad se ilumina durante 45-60 minutos con el disparo de más de 350 palmeras de fuegos artificiales, 9.000 docenas de cohetes, 1.800 carcasas de trueno y 500 silbatos y troncos de palmeras. Más de 15.000 kilos de pólvora neta. Este pequeño video sólo muestra 3 minutos del espectáculo.
En el tercero, se resume un siglo de efectos especiales en cinco minutos: esta es la propuesta de este vídeo que, comenzando en los pasos que los pioneros del séptimo arte dieron a finales del siglo XIX, culmina con las grandes obras actuales en las que la interacción de los actores “de carne y hueso” con los efectos generados por ordenador en tres dimensiones dominan las pantallas.
En Camarma de Esteruelas (madrid)también se da muerte a lanzazos a un toro suelto.(el toro de Camarma) Este es perseguido en su deambular por el campo desde vehiculos todoterreno y a caballo. Es muy probable que quienes hacen esto, durante la semana santa se paseen por las calles llevando un cirio en la mano y custodiando la imagen de Jesús (otro toro torturado y alanzeado, en su día, del que muchos -arrepentidos- creen que debió ser indultado por su nobleza)
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