Cabina “Félix II” en la que saldrán todos los mineros.
Mario Sepúlveda, segundo rescatado, saluda a la primera dama y al presidente Piñera.
Diecisiete días después del derrumbe de la mina de oro y cobre, San José de Atacama, a 900 kilómetros al norte de Santiago, 33 mineros chilenos eran localizados el pasado 5 de agosto, a 672 metros de profundidad. La mayoría de ellos estaban en buenas condiciones de salud. Posteriormente, para llegar hasta ellos, la máquina T-130 perforó durante más de dos meses la gran roca que los separa de la superficie. Hoy son rescatados uno a uno, tras registrar una marca mundial de tiempo sobrevivido bajo tierra, 69 días, y 33, el número clave y revelador: el número de los enterrados que tendrán que firmar que siguen vivos. Treintitrés, los caracteres de su primer mensaje, oído por primera vez en la superficie: “Estamos bien en el Refugio los 33”. Treintitrés, los días en que la perforadora T-130 excavó el conducto de evacuación. Y treintitrés, la suma de los números 13-10-10, que coinciden con la fecha del “Día D”, en que salen a la superficie. Pero, después de tantas casualidades en torno a este número, ¿qué ocurrirá después?
El trayecto de subida de cada minero por el estrecho ducto de unos 66 centímetros de diámetro comenzó esta madrugada y cada operación de la cápsula “Fénix II” dura alrededor de veinte minutos, aunque el proceso completo de cada uno se prolonga durante una hora y media. Primero, salieron los más hábiles, entre ellos, Mario Sepúlveda, el conductor-presentador de los vídeos que grabaron en la mina, siendo recibido por el mismo presidente de Chile, Sebastián Piñera (Sepúlveda gritó nada mas salir a la superficie: “¡Viva Chile, mierda¡” y empezó a regalar piedras que sacó de un morral que llevaba consigo desde el fondo del pozo); después, los más débiles y, por último, los fuertes, en una operación que puede durar todo el miércoles y parte del jueves. Probablemente, Luis Urzúa, topógrafo y jefe de turno, hombre clave para mantener la armonía y la disciplina, sea el último en salir y se convierta en el primer minero en el mundo que habrá pasado más tiempo atrapado, a 700 metros de profundidad. Llevan todos ellos unos trajes diseñados a su medida, y utilizan, además, unas gafas de sol especiales para protegerse de la luz solar y evitar posibles daños en sus ojos, habituados a la penumbra. Y son recibidos por un baño de multitudes –se habla de mil millones de personas– que siguen el momento histórico por televisión. Después, la Asociación Chilena de Seguridad pondrá a su disposición asistencia psicológica durante al menos seis meses.
Tras abandonar el hospital, los mineros disfrutarán, junto a su familia, de asados y viajes e, incluso, de celebraciones muy especiales. El Gobierno planea condecorarles como “Héroes del Bicentenario” ya que su proeza coincide con el 200 aniversario de la independencia del país. Pero, una vez todos liberados y salvos, me temo que el peligro que más les acechará serán las ofertas de los medios de comunicación. Se dice que Mario Sepúlveda relatará la ascensión de cada uno de los compañeros. Y se asegura que trabajará el resto de su vida en canales de televisión. Se están preparando reportajes y entrevistas con ellos, películas y documentales sobre la aventura en la que se han visto envueltos en los dos meses bajo tierra. Y algunos de estos humildes mineros que cobraban el equivalente a 900 euros al mes, podrían pasar a ser estrellas de los medios, cobrando hasta 6.000 euros por la exclusiva de sus primeras declaraciones y podrían estar atrapados por avalanchas de periodistas y el señuelo de la fama. Pero su misma popularidad y cotización dada por el prestigio de su hazaña puede también bajar con la misma velocidad que la cabina que descendió a 700 metros para devolverles a la superficie. De tal manera que la tentación de la gloria, los viajes y el dinero fácil, podría también perjudicarles y convertirles de estrellas por unos días a chatarra y a mineros estrellados para el resto de sus vidas.
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