El 25 de marzo pasado, a las puertas de la campaña electoral, se inauguraba en Castellón un aeropuerto de 2.700 metros de pista, con una terminal de 10.000 metros cuadrados para los pasajeros, otra de carga y 3.000 plazas de aparcamiento. Fueron 150 millones de euros de gasto, que no inversión, para el tercer aeropuerto en 200 kilómetros a la redonda (el de Valencia está a 72 km). ¿Su número de vuelos? Cero. Tal vez, en unos meses, tendría utilidad práctica. Lo inauguraba Carlos Fabra, presidente de la diputación de Castellón, quien, eufórico, declaraba: “Es un aeropuerto para las personas”, con la esperanza de que su visita y el paseo por sus instalaciones invitara a votar por su promotor. Fabra planeó repetir estas visitas para que ocuparan toda la precampaña Pero, la Junta Electoral las prohibía por una denuncia del PSOE.
Que fuera inaugurado tres días exactos antes de la campaña electoral no era “culpa” de Carlos Fabra, según explicaba, sino de Zapatero, “quien habría retrasado su apertura, con el inicio de vuelos”. Era el primer aeropuerto sin aviones en sus pistas y sin permisos para vuelos, lo que provocó un cachondeo general entre el personal. “Los aviones –aseguraba Fabra a los presentes– volarán. La demora sólo es imputable al retraso del Gobierno de Zapatero”. Así respondía a Ana Botella, la delegada del Gobierno en la Comunidad Valencia quien había afirmado un día antes que el planteamiento político de inaugurar el aeropuerto sin ponerlo en funcionamiento “puede tener un efecto llamada sobre determinados colectivos” y era, a su juicio “poco riguroso”. Botella habría faltado, según Fabra, a su compromiso por mantener la seguridad de los bienes y los ciudadanos “justificando” la organización “de un botellón masivo” en las instalaciones del aeropuerto, “alegando que había sido inaugurado prematuramente”.
A falta de aviones, Fabra anunció que el aeropuerto estaría abierto durante mes y medio para que los ciudadanos de la provincia pudieran visitarlo de arriba abajo, sin interrupción de vuelos. Los primeros visitantes, más de un millar, la mayoría jubilados que acudieron gracias a los autobuses que eran gratuitos, fueron invitados a un refrigerio. Un poco menos de la mitad eran extranjeros. “Es muy luminoso –observó Wosng Hubert, un alemán con residencia en Oropesa– “aunque, en Alemania, cuando el aeropuerto está abierto, hay aviones”, dijo con cierto malestar. Después, en las pistas, hizo fotos a su esposa. Otros aprovecharon para pasear a sus anchas por las pistas del aeródromo, “hecho con ilusión. Si ahora no hay dinero para aviones, ¡qué le vamos a hacer!”. Dos semanas después, el propio Fabra ironizaba sobre el aeropuerto que él mismo había inaugurado, haciendo alusión al símbolo del PP del que forma parte: “Allí no aterrizarán gaviotas. Las gaviotas aterrizan en el mar después de comerse los capullos del PSOE. A lo mejor los que aterrizan allí son los faisanes de Rubalcaba, aunque, con la caza que hay en esta provincia, que vayan con cuidado que igual les quitan las plumas”.
Pero, en la lista de imágenes chocantes y reproches, el PP no se quedó atrás. José Blanco, ministro de Fomento y número dos del PSOE, arremetió contra el PP, que, en su opinión, “antepone sus intereses bastardos a los intereses de España”. Como un ejemplo de esta política que atribuyó a los conservadores, Blanco se refirió con ironía al aeropuerto de Castellón, inaugurado por Carlos Fabra, president de la Diputació, y por el president valenciano, Francisco Camps, ambos imputados por corrupción. “No hay aviones –señaló Blanco–, pero allí aterrizará la gaviota, que como sabéis, es un ave carroñera, después de las elecciones de mayo, pilotada por Rajoy. Y se refugiará en la reserva a donde van a ir todas las gaviotas después de su derrota electoral”. Y es que esos políticos no tienen enmienda, sobre todo, en época electoral.
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