Joan Piris Frívola, obispo de Lleida que, en 2009, fue elegido presidente de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española, confiesa que a él también le gusta correr en la carretera. “Por eso –dice abiertamente en una carta pastoral semanal publicada el pasado domingo– yo también soy uno de los miles de conductores a los que han puesto una multa por exceso de velocidad. Sin embargo –añade–, ahora estoy convencido de que debemos respetar las señales y tener más en cuenta lo que esto puede suponer de bueno para los otros usuarios. Entonces –se pregunta a continuación– ¿por qué acelero más de lo que se debe? Alguien dirá que es una muestra más de la incoherencia humana; pero ¿es sólo eso? No es que las reducciones de velocidad me gusten demasiado y menos cuando me parecen discutibles en algunos lugares; pero ¿es este un motivo suficiente para no dar valor a una cosa?...Pero –llega a la conclusión el obispo, tras perderse en preguntas y consideraciones de todo tipo– ¿debe ser sólo la motivación subjetiva aquello que da o quita valor a una realidad o a un comportamiento? La consideramos la seguridad un bien objetivo aunque no siempre coincida con aquello que nos gustaría hacer. La seguridad es importante en sí misma y, en lo referente al tráfico y sus circunstancias cada día más complejas, hará falta reflexionar más y más, aunque sólo sea para no caer en la indiferencia ante los datos preocupantes que cada fin de semana nos dan los medios cuando explican las consecuencias de comportamientos temerarios: hay personas y familias afectadas que no podemos ignorar”.
Reconocemos que al obispo en cuestión le ha costado descubrir al fin el del sentido de responsabilidad. “Yo diría –concluye el prelado, reconociendo que en el acto de correr en la carretera no se está nunca sólo– que hace falta que nos importen, y mucho, las personas, siempre y en todo momento. Porque también en la carretera, toda la moral no tiene más fundamento que el valor de la persona humana, que está por encima de todas las cosas, y los derechos y deberes de la misma son universales e inviolables”. Dicho en otras palabras, y si la lógica episcopal no me falla: que, al no encontrarnos solos en la carretera sino acompañados o circulando en sentido contrario, debemos procurar el bien de los que circulan en la misma. ¿Quiere decir con ello el venerable prelado que el mal no está en correr como él confiesa que le gusta y como lo demuestran las multas que ha recibido, sino en el peligro de atropellar a otros ciudadanos más prudentes y precavidos? En este caso, el obispo que tiene ya casi 72 años y cuyas reducciones de velocidad confiesa que no le seducen demasiado, debería dedicarse a conducir un Ferrari por circuitos cerrados, haciendo la competencia a Alonso y no a sus feligreses o conciudadanos, como él.
No obstante, el obispo de Lleida considera que la seguridad propia y a la de otros es un valor. “La consideramos un bien objetivo aunque no siempre coincida con aquello que nos gustaría hacer. La seguridad es importante en sí misma y, en lo referente al tráfico y sus circunstancias cada día más complejas, hará falta reflexionar más y más, aunque sólo sea para no caer en la indiferencia ante los datos preocupantes que cada fin de semana nos dan los medios cuando explican las consecuencias de comportamientos temerarios: hay personas y familias afectadas que no podemos ignorar”. ¡Tanto le cuesta al obispo en cuestión aceptar unas normas que no dependen de él! Por favor, señor obispo, si tanta prisa tiene para llegar a su meta, acéptelas. Porque, aunque le cueste creerlo, en las normas civiles, es mejor circular despacio pero seguro que deprisa y con peligro. Aunque sea para llegar antes a su cielo.
Reconocemos que al obispo en cuestión le ha costado descubrir al fin el del sentido de responsabilidad. “Yo diría –concluye el prelado, reconociendo que en el acto de correr en la carretera no se está nunca sólo– que hace falta que nos importen, y mucho, las personas, siempre y en todo momento. Porque también en la carretera, toda la moral no tiene más fundamento que el valor de la persona humana, que está por encima de todas las cosas, y los derechos y deberes de la misma son universales e inviolables”. Dicho en otras palabras, y si la lógica episcopal no me falla: que, al no encontrarnos solos en la carretera sino acompañados o circulando en sentido contrario, debemos procurar el bien de los que circulan en la misma. ¿Quiere decir con ello el venerable prelado que el mal no está en correr como él confiesa que le gusta y como lo demuestran las multas que ha recibido, sino en el peligro de atropellar a otros ciudadanos más prudentes y precavidos? En este caso, el obispo que tiene ya casi 72 años y cuyas reducciones de velocidad confiesa que no le seducen demasiado, debería dedicarse a conducir un Ferrari por circuitos cerrados, haciendo la competencia a Alonso y no a sus feligreses o conciudadanos, como él.
No obstante, el obispo de Lleida considera que la seguridad propia y a la de otros es un valor. “La consideramos un bien objetivo aunque no siempre coincida con aquello que nos gustaría hacer. La seguridad es importante en sí misma y, en lo referente al tráfico y sus circunstancias cada día más complejas, hará falta reflexionar más y más, aunque sólo sea para no caer en la indiferencia ante los datos preocupantes que cada fin de semana nos dan los medios cuando explican las consecuencias de comportamientos temerarios: hay personas y familias afectadas que no podemos ignorar”. ¡Tanto le cuesta al obispo en cuestión aceptar unas normas que no dependen de él! Por favor, señor obispo, si tanta prisa tiene para llegar a su meta, acéptelas. Porque, aunque le cueste creerlo, en las normas civiles, es mejor circular despacio pero seguro que deprisa y con peligro. Aunque sea para llegar antes a su cielo.
Sabemos además, que este cura es comprador habitual de CDs, Con lo cual ya estamos ante un verdadero delincuente sin redención posible. Aunque pague el canon a la SGAE como Dios manda, el pecado esta ahí, latente y a la vista de todos. Es terrible la crudeza que representa este caso, y su sincronicidad con la más rabiosa actualidad siempre contemplada en negro sobre blanco.
ResponderEliminarchiflos.