Cospedal, de costalera.
Soraya, en el pregón de Semana Santa.
León de la Riva con Sáenz de Santamaría.
La Iglesia católica, que estos días celebra con todo su esplendor las procesiones y la liturgia de la Semana Santa, no sólo sigue cobrando unos suntuosos gastos del Estado, sino que se apoyan mutuamente (uno, con los presupuestos y la otra, con su apoyo físico y moral). De ahí su sintonía a la hora de salir por las calles y el hecho de que sea la única institución que no haya sufrido recorte alguno. Basta recordar las imágenes que Maria Dolores de Cospedal, secretaria general y número dos del PP, busca y ofrece a la prensa en estas fechas, con mantilla o portando algún paso: “La celebración de la Semana Santa –decía hace unos días la presidenta de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha– nos puede traer vivencias y experiencias muy positivas. Para que una hermandad pueda hacer su estación de penitencia es necesario que los hermanos mayores tomen decisiones y que los cofrades hagan su labor callada, constante y muchas veces sacrificada...”
Hace un mes, De Cospedal apelaba al “esfuerzo conjunto de todos” para salir de situaciones difíciles, afirmando que “es fundamental” y poniendo como ejemplo de ello a la cofradías de Ciudad Real ya que “los hermanos mayores tienen que tomar decisiones y los cofrades hacen un esfuerzo conjunto para que su estación de penitencia sea mejor cada año”. Además, la presidenta regional, que es hermana de la cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad de Ciudad Real, recordó que tiene muchas vivencias personales vinculadas a esta celebración, y que la Semana de Pasión no es sólo un buen momento para reencontrarse con los amigos y familiares, “sino también con nosotros mismos”.
También Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta y portavoz del Gobierno, pronunció su pregón de la Semana Santa en la catedral de Valladolid, en donde el obispado había hecho unas declaraciones contrarias a la elección de la vicepresidenta por estar casada por lo civil. Santamaría repasó algunos de los recuerdos de su infancia en torno a la Semana Santa de esta ciudad natal, ensalzando el hecho de que la “España de la celeridad” sea capaz de “ralentizar la vida al ritmo de los tambores y al sonido de las saetas”. Esa España, en la que “tantas veces” se hace “un mundo” de cuitas internas “porque eso nos parece más interesante que examinar cómo podemos avanzar juntos”. En su opinión, la Semana Santa no es exclusiva de las personas practicantes y, en el caso de la de Valladolid, es ésta precisamente la que “induce a creer”.
Por su parte, Francisco Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid, del mismo partido que De Cospedal y Santamaría, volvió deleitar a los ciudadanos con una nueva dosis de su pensamiento ultra conservador, arremetiendo contra el creciente sentimiento anticatólico y antitaurino existente en España, fruto, a su juicio, del empeño, en ambos casos, de “desterrar todo lo religioso y popular” en costumbres “profundamente arraigadas”.
El caballo del picador, deambula con un ojo tapado, -el derecho para sólo ver con el izquierdo,- o a veces los dos. El caballo no "ve" nada. Se convierte en un instrumento -ajeno, involuntario, para la provocación de la sangre,- de quien maneja sus riendas y le sitúa ante el toro y el pesebre. En ocasiones son volteados y corneados como una forma de justicia, resultando más cruel -si cabe- comprobar como el jinete se acoraza y paramenta tras su cuerpo inerme. Si sobreviven comprenderán que hubieran deseado ser el caballo de un repartidor de leche de los de antes, o ser dirigidos desde una calesa, o responsables solidarios del acarreo y transporte de los aperos y las balas de trigo. Cualquier cosa, menos desconocer las verdaderas intenciones de quien está detrás de uno y mucho menos, comprobar que no le importo nada.
ResponderEliminarchiflos.