Apoyado en la
pared de una habitación de su casa parisina de Place du General Beuret, Julio
Cortázar tiene entre sus manos la trompeta. Es una de las instantáneas del
fotógrafo Alberto Jonquières. Las fotografías se recogen en el libro “Imagen de
Julio Cortázar” (Centro de Editores, 2009), una microedición limitada de 300
ejemplares que pretendían descubrir, de manera indirecta, cuáles eran los
pasatiempos del creador de Rayuela. Cortázar era un
gran amante del jazz. Karina Sainz Borgo, en un interesante artículo escrito
para Vozpópuli, nos recuerda que el escritor argentino amó el Jazz. “Lo
consideraba una música propicia para la imaginación. Y supo hacer de ella
sustancia literaria: ‘Swing, luego existo’, llegó a escribir”. La Biblioteca
Julio Cortázar, de la Fundación Juan March, preparó para los
sábados de este mes un ciclo de música, “El jazz de Julio Cortázar: en los 50
años de Rayuela” que explora la relación del autor argentino con la música a
través de recitales con artistas como Moisés P. Sánchez Trío y Perico Sambeat
Quartet. “Descubrí la música en Buenos Aires a la edad de diez años, más o
menos, en 1924 –dijo el autor de Cronopios y famas– .Yo no podía entender las
palabras, pero alguien cantaba en inglés y era algo mágico para mí. Tendría 14
años cuando oí a Jelly Roll Morton y luego a Red Nichols. Pero, al oír a Louis
Amstrong, noté la diferencia”. El próximo sábado, día 23, en doble sesión, le
toca el turno a Rayuela, a través de un completo
repertorio planificado por el pianista Federico
Lechner en el que se incluyen Jazz me Blues, de Tom Delaney
y Four O’Clock Drag, de Burton Lane. Son los dos primeros
temas que abren el concierto y aparecen además en la novela como fondo e
inspiración de las reuniones del Club de la Serpiente ; se trata de
temas quizá un poco arcaicos para la época, según explica Lechner, pero que
encajan con el gusto de Oliveira –protagonista
de Rayuela–, que aborrece el bebop (más de
moda en el momento histórico en que transcurre la novela).
Cortázar fue, según Sainz Borgo, mucho más que un mero
aficionado al jazz. Su pasión por esta música acabó moldeando su creación
literaria, hasta el extremo de que su escritura, libre e improvisada, puede
considerarse como un reflejo de los elementos compositivos del jazz. El ciclo de
la Fundación Juan
March reúne a los compositores y obras evocados en tres de sus textos más
musicales: la crónica que escribió tras el mítico concierto de Thelonious Monk
en Ginebra, los capítulos de ambiente jazzístico de Rayuela (publicada
hace ahora 50 años) y El perseguidor, cuyo personaje se inspira en
Charlie Parker. Un ciclo que se acompaña de la muestra “El jazz en la
biblioteca de Cotázar”, que se expone en el vestíbulo del salón de actos los
días de los conciertos.
Además de una versión “jazzeada” del clásico del tango Cotorrita
de la suerte, de Alfredo de Franco –citado por Cortázar en el capítulo 46–,
el concierto incluye otros temas que, durante la Segunda Guerra
Mundial y en la posguerra, eran comunes al jazz y a la música negra como la mejor
redención espiritual, una idea compartida por Cortázar, quien, en múltiples
ocasiones, defiende el jazz de los ataques racistas, elevándolo a la categoría
de “poético” frente a la música “clásica”, que sería solo “estético”.
La publicación de Rayuela, junto al Premio
Biblioteca Breve entregado a Vargas Llosa por “La ciudad y los perros”, supuso un
hito en la historia del grupo literario. En efecto, entre 1962 y 1972
publicaron narradores latinoamericanos como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, José Donoso, Juan Carlos Onetti,
entre otros que integraron el llamado boom latinoamericano. Su nombre, Rayuela, invitación
al juego infantil dibujado en el asfalto –donde hay una tierra y también un
cielo; un lado de acá y otro de allá–, encerraba una estructura de “infinitas
compuertas”, según José Lezama Lima. Por su París cortaziano, sus
juegos de tiempo, saltos de estructura y su potente condición de caja de
Pandora, Rayuela se convirtió en una lectura de iniciación. Pero hoy
preferimos quedarnos con esa imagen de Cortázar tocando la trompeta. Muchos tal
vez recuerden esa famosa foto del escritor y aquella confesión: “Sí, en verdad
toco la trompeta, pero sólo como desahogo. Soy pésimo”. Lo recordamos en
vísperas de Santa Cecilia, patrona de los músicos. De ellos hablaremos largo y
tendido los días siguientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario