“Para el habitante de Nueva York, París o Londres
–escribió Octavio Paz– la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema
los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme
con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más
permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los
otros; mas, al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con
paciencia, desdén o ironía”. El Día de
Muertos es una celebración mexicana en la que se demuestra lo dicho por
Paz. Los orígenes de su celebración son anteriores
a la llegada de los españoles. Lo son en las etnias mexica, maya, purépecha y
totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en
estas civilizaciones por lo menos desde hace tres mil años.
Cuando
llegaron a América los españoles, en el siglo XVI, trajeron sus propias
celebraciones cristianas y europeas. Al convertir a los nativos del nuevo mundo
se dio lugar a un sincretismo que mezcló las tradiciones europeas y prehispánicas,
haciendo coincidir ambas festividades con el festival similar mesoamericano y
creando el actual Día de Muertos. Es una de las tradiciones más ricas en
cultura que hay en México, el momento de veneración a los que ya no están con
nosotros, ese momento en que se cree vuelven por una noche para estar con
nosotros. Se hacen altares, con ciertos símbolos y elementos y con aquellas
cosas que más les gustaban a nuestros difuntos. Se trata de una celebración
llena de riqueza y significado. Entre los
habitantes de México, es una fiesta llena de color, recuerdos y alegrías. Su
significado en la actualidad se vive bajo las dos tradiciones: la prehispánica,
que tiene que ver con el respeto y culto a los muertos, y la católica, que
mantiene la creencia de la inmortalidad del alma, o sea que después de la
muerte hay otra vida.
La tradición de asistir al cementerio para rezar
por las almas de quienes ya abandonaron este mundo está acompañada de un profundo
sentimiento. Se tiene la convicción de que el ser querido que se marchó pasará
a una mejor vida, sin ningún tipo de dolencia, como sucede con los seres
terrenales. En México y en América Central esta celebración se combina con
elementos de indigenismo, siendo distinta de las otras naciones católicas. Es
una fiesta que incluye, por tradición, un altar de los muertos, con una serie
de adornos florales acompañados de la comida favorita del difunto, además de
fotografías y otros detalles. En las zonas andinas de Sudamérica, especialmente
en Ecuador, Perú y Bolivia, la costumbre es preparar e intercambiar entre
familiares y amigos las guaguas de pan para consumir con la colada morada que,
en algunas áreas rurales, son ofrendas principales en los cementerios.
En España (el país más caro de la UE para morir, con un
IVA que eleva el precio de un funeral a 3.800 €) fallecer acarrea el mayor
tipo impositivo de toda la
Unión Europea. Y, al igual que en Francia, la gente de todos los rangos y
credos decora los sepulcros de sus
muertos en la Fiesta
de los muertos (Fête des morts).
En Ghana, se cree que los que se mueren se permiten el viaje de ida al más allá
de una manera cómoda y divertida, ya sea metidos en un zapato de gigante, ya a
bordo de un avión o entre las garras de un águila, ya bebiendo coca-cola... Y,
como no creen en el viaje de vuelta, lo suprimen. Una manera de viajar como
nunca. Las excéntricas creaciones de sus artistas locales son objeto anhelado
de coleccionistas del esperpento.
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