El pasado domingo, Jesús Cacho escribía en
Vozpópuli el siguiente reportaje que hoy compilamos por su interés. Decía así:
Tres hombres dominados por una misma pulsión de
Poder, que mutuamente se apoyan y sostienen, porque se necesitan, y por eso se
habla de esa “operación tijera” según la cual se trata de meter en vía muerta
los grandes escándalos que a cada parte competen y acongojan: el caso
Urdangarín; el escandalo Bárcenas & Gürtel, y el asunto del Faisán más los
ERES andaluces. Había apostado fuerte y había perdido. Alfredo Pérez Rubalcaba,
62, se lo había jugado todo en el XXXV Congreso del PSOE en favor de la
candidatura de José Bono a la secretaría general. Pero el 22 de julio de
2000 un sorprendente Rodríguez Zapatero se convirtió en Madrid en nuevo líder
del partido por apenas 9 votos de margen, gracias al apoyo del PSC. Y don
Alfredo se quedó colgado de la brocha, en tierra de nadie, después de haberlo
sido casi todo en los Gobiernos de Felipe González. Otro hombre en su
lugar se hubiera ido a casa. Rubalcaba (APR) se fue a hacer pasillo frente al
despacho del nuevo líder, a quien asediaba todos los días a llamadas para que
le recibiera en Ferraz. Quería sencillamente hacerse perdonar. Y un día de
primeros de septiembre se encontró con un viejo amigo a quien abrió su corazón
de par en par. Tan afectado le vio el colega que le invitó a cenar. Alfredo era
un hombre destrozado por la conducta altanera de un Zapatero que no se le ponía
al teléfono. Tenía que hacerle pagar su apoyo a Bono. Y llegó un momento en que,
harto de oír lamentos, el amigo explotó tal que así:
- Pero, hombre, Alfredo, ¿y por qué no le mandas a freír espárragos
de una vez? Tú ya lo has sido todo en política, no eres un don nadie,
tienes tu carrera, chico, regresa a la universidad, vuelve a tus clases y
mándale a tomar por saco; él se lo pierde…
- Ya, Fulano, eso está muy bien, pero no me
jodas, ¿qué voy a hacer yo en la
Complutense a estas alturas? ¿Montar una conspiración para
hacerme con el Decanato…?
La anécdota, real como la vida misma, refleja la eterna pulsión por el
poder de un hombre que, como tantos que abrevaron en esa
efímera gloria, no sabe vivir sin la adrenalina de la política, no concibe su
vida lejos del Poder. Rubalcaba podría haberse ido también a casa tras su
derrota en las generales de noviembre de 2011 (el peor resultado obtenido por
el PSOE en democracia). Lo que hizo fue presentar su candidatura a la
secretaría general, cargo que logró derrotando a Carme Chacón
el 4 de febrero de 2012. Siempre listo, tuvo la habilidad de presentarse como
un hombre puente capaz de mantener unido al partido tras la derrota y de
garantizar la transición desde el PSOE de ZP a un partido de nuevo cuño. Engañó
a todos. O a casi todos. Hoy pocos dudan que don Alfredo está firmemente
decidido a
encabezar el cartel electoral del PSOE a las generales de 2015,
abrazado al sueño imposible de la presidencia de un Gobierno pentapartito
formado por una ensalada de siglas en la que sólo faltaría el PP.
También Mariano Rajoy estuvo a punto de irse
a casa tras perder las elecciones de marzo de 2008. El ala dura del partido se
lanzó a la yugular de un hombre sin carisma que había consumido 4 años en su
despacho de la calle Génova tocando la lira. El fuego amigo se encargó de
esparcir la tesis según la cual “había terminado el ciclo del aznarismo
y del sucesor designado a dedo por Aznar”. El gallego impasible, sin embargo,
convocó congreso en Valencia y se hizo reelegir presidente en junio del mismo
año. El desastre Zapatero, engullido por el estallido de una burbuja que le
explotó en plena cara sin enterarse, sirvió a Mariano la presidencia del
Gobierno en bandeja de plata.
El partido que lo sostiene es hoy una olla a presión
que solo la cómoda mayoría absoluta de que dispone evita que explote, entre
otras cosas porque la tarea a la que se ha enfrentado este Ejecutivo rebasa con
mucho las capacidades de un político a quien parece aburrirle el cargo,
un hombre que, a diferencia de APR, no parece disfrutar con el ejercicio del
Poder, un experto en procrastinar decisiones, una especie de perro del
hortelano que ni hace ni deja hacer. España necesitaba un Churchill,
o en todo caso una Thatcher, y se ha topado con un Heath. A
los mil problemas de estos casi dos años de taimado ejercicio del poder (tímido
e incompleto ajuste, con subida de impuestos directos como hito descollante),
hay que añadir un envite de la importancia del desafío catalán, ante el que el
presidente no sabe si sube, baja o reposa en pleno descansillo. Para completar
el cuadro, Moncloa está a punto de enajenarse el afecto del ala más dura
del partido, la que se aferra a la derrota final de ETA sin condiciones ni
concesiones.
El resultado es un PP convertido otra vez en una jaula de grillos
en la que se respira el mismo ambiente de división y conspiración existente en
los prolegómenos del Congreso de Valencia y en las semanas que le siguieron.
Con José
María Aznar como gran poder fáctico conspirando en la sombra,
el inevitable desgaste producido por la acción de Gobierno se ha visto
reflejado en la intención de voto, algo que tiene de los nervios a mucho
notable popular. Las espadas están en alto de cara a las elecciones al
Parlamento Europeo del 25 de mayo de 2014, una prueba que se presenta como un
test no sólo para el Gobierno, sino para el propio Rajoy dentro del frágil
equilibrio de fuerzas existente en el partido. (…)
Todo se lo van a jugar, pues, ambos líderes en la
ruleta rusa
de los 12 meses que separan las europeas de las autonómicas y municipales.
Curiosa, a la par que alarmante, la situación de debilidad de los capos
de los dos grandes partidos, fuertemente contestados en el seno de ambas
formaciones como reflejo, tal vez metáfora, de la propia debilidad de la nación
española en esta hora de crisis múltiple. Para muchos resultó una revelación
ver primero a Rajoy, después a Rubalcaba, desfilando hace escasas semanas por
la clínica
Quirón para acudir a rendir pleitesía a Su Majestad
–lo volverán a hacer dentro de otras cuantas–, un hombre que en el final de su
trayectoria encarna mejor que nadie el agotamiento de un sistema que no ha
sabido, porque no ha querido, renovarse, decididos sus grandes beneficiarios
–empezando por los amos del dinero– a exprimir a conciencia la teta de la vaca
hasta el final. He ahí tres hombres encarnando la decadencia de un régimen, Rey, Rajoy y Rubalcaba,
la España de
las tres erres, tres políticos corroídos por las termitas de una incontenible
pérdida, casi una hemorragia, de prestigio.
Tres hombres dominados por una misma pulsión de
Poder, que mutuamente se apoyan y sostienen, porque se necesitan, y porque eso
es así se habla de esa “operación tijera” según la cual se trata de meter en vía
muerta los grandes escándalos que a cada parte competen y acongojan (…) Se
trata de poner sordina y evitar que encalle el galeón “La Española ” en los bajíos
del social unrest. Los tres han encontrado en Cataluña su prueba de
fuego, su Gólgota. Rubalcaba ha dejado en esa gatera las plumas que le
quedaban, al oficializar la desaparición del PSOE en aquella Comunidad por
culpa de un PSC ganado para la causa nacionalista; el presidente del Gobierno
juega la carta de su famoso “manejo de los tiempos”, decidido a guardar
silencio hasta que el conflicto se asome al abismo, en la confianza de que en
ese punto el nacionalismo de derechas de CiU se espante y se separe de ERC, y
el Rey, en fin, dicen que “muy preocupado”, ha convertido el desafío secesionista en
su gran argumento contra la abdicación: “imposible dejar al Príncipe el manejo
de un asunto de tanta responsabilidad y enjundia”. Rey, Rajoy, Rubalcaba, con
estos bueyes hay que arar.
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