Calificada por expertos en la materia como una de
las bandas más activas de la
Comunidad de Madrid, la Banda Sinfónica de Colmenar
Viejo cuenta en su historia con hitos de importancia, como la grabación para
TVE, en mayo del 2008, de varios pasajes elegidos e interpretados en un campo
de fútbol, con motivo del final de la
Copa de Campeones entre el Real Madrid y el Barcelona, mostrando
el carácter de cada uno de esos equipos. Otra actuación señalada fue la del 13 de noviembre del 2008, en el Museo Nacional de
Ciencias Naturales, durante La
Noche en Blanco. En esta ocasión, interpretó “La Divina Comedia ” en
sus cuatro partes: El Infierno, El Purgatorio, La Ascensión y El Paraíso. Se recuerda igualmente
el concierto ofrecido en el Auditorio Nacional de la Música , el 19 de mayo 2012,
o el celebrado el 16 de junio del 2012 en la Plaza del Pueblo, coincidiendo con la celebración
de su 25ª aniversario de la creación de la Banda. En él, interpretó obras de Shostakovich,
como la V ª
Sinfonía, la Marcha Eslava ,
de Tchaikovsky, la Suite
de Jazz (Waltz y March) de Shostakovich y la Obertura 1812, de Tchaikovisky. A lo largo de
esta última pieza, escrita para conmemorar la victoriosa resistencia rusa en
ese año, frente al avance de la
Grande Armée de Napoleón Bonaparte, se recurrió a la
pirotecnia, utilizando el disparo de cañones combinados con el repique de campanas, sonidos sincronizados con la música. Y todo ello,
formando parte de la ejecución de la partitura que
cerró el concierto. Un acontecimiento musical que marcó y dejó un
imborrable sonido de esta banda que lleva 25 años dando la nota. El primero de
enero del presente año, RNE emitió un programa
de una hora de duración sobre esta banda, en la que todos los músicos
participaron activamente.
Adrián y Lorena,
dos jóvenes fagotistas.
Cada uno de
los componentes de la banda de Colmenar Viejo cuenta con una experiencia
musical que enriquece al conjunto. Nacho Martínez empezó a los 9 años con el
violín. Luego, pasó a la percusión y
finalmente a la tuba. Marta Mascaraque, a los 8, con la flauta. Ana Romero, a
los 7, y Celeste Vera, a los 11. Adrián Bueno, estudiante de alemán y ruso,
comenzó a tocar el fagot a los 17 años y su sonido le atrajo tanto como
cualquiera de las lenguas modernas. Otros, como Lorena Picasso, alternan el
fagot, que conoció a los 9 años, con los estudios de medicina. Adela García,
de una familia de músicos, lo hace con los de arquitectura. Antonio Ruiz, inspector de
Educación y doctor en Ciencias Químicas, empezó a tocar el clarinete a los 27
años. Luego, se casó y lo dejó hasta los sesenta, en que continuó con la banda, en la que participa
asíduamente y con una cierta pasión. La misma con la que María del Mar Velarde, ama
de casa y ayudante de jardinería, se abraza al clarinete, con sus 42 años. O
María Isabel Frontaura y Miguel Ángel Fermosell, funcionaria y agente forestal.
O Rafael Ruiz, un informático que siempre fue un aficionado a la música y
conoce a fondo las notas y signos de una partitura. Aitana Fuentes, una
jovencita de 17 años, cogió el clarinete a los 11, imitando a su padre, quien
toca el saxofón y llevaba con él a su hija a la banda. Isabel Méndez, con 56,
empezó hace un lustro, tras haber estudiado piano y periodismo y haber sido
economista de Telefónica. Raquel Urbón, ingeniera agrónoma, paisajística y
educadora canina, se hizo con un saxo a los 18. Rafael Sanz, de 30 años, sigue
los pasos de su abuelo que también lo
tocaba. Hoy, Rafa es profesor de música. Rosa María Jurado, hermana de un
clarinetista que fue uno de los fundadores de la Banda , comenzó a los 20. Le
dieron un saxofón abandonado y deteriorado. Lo limpió y comenzó a soplar. Hoy
es, para ella, uno de los más claros y apasionados instrumentos. Juan Antonio
Valverde, un murciano de 56, aprendió de joven a hacer trémolos con la
bandurria. Sabía música de oído y manejaba las cuerdas de la guitarra. Desde
entonces, le quedó el gusanillo y, a los 42 años, se inició con el saxo
alto así como con el trombón. Juan José Zafra, empleado de banca, se jubiló a los sesenta, pasando de
los números a las notas musicales e iniciándose en el manejo del saxo. Pablo
Daniel Picasso, un comercial uruguayo de 53 años, se empeñó a tocarlo mientras su hija Lorena, eligió el fagot. Y Carlos Torrenti, un ingeniero de
telecomunicaciones valenciano que empezó a los 20 años con saxo y luego lo
dejó, ha vuelto a hacerse con él mientras dice, convencido: “Ese es un
instrumento muy versátil, en banda y en conjuntos más modernos”.
Los
componentes de esta Banda de Colmenar
llevan 26 años tocando y dando la nota. Kiko Moreno decidió, hace unos
años, apuntarse con su padre, veterinario muncipal, en la escuela de música. Fue hace once años, al enterarse de que un arquitecto municipal iba a clases de saxo. Fede y Kiko aprendieron a tocar trompeta; su hermano, Pablo, el clarinete y su madre es la
secretaria de la banda. Kiko es hoy es uno de los mejores trompetistas de
bandas, además de haber creado The Skartes Skaband y dos grupo con los que
actúa constantemente. Manuel García, estudiante de 14 años, comenzó con la misma a los 7 años por
envidia sana. Toda su familia tocaba algún instrumento: su padre, Paulino García, el saxo barítono; Hugo, su
hermano, la percusión; los primos, el clarinete y el saxo, y el abuelo, la
guitarra. David Murillo, un extremeño de 25 años que comenzó de pequeño con el
trombón, volvió a recomenzar hace cinco años, cuando se quedó en paro. Roberto
Folgado, de origen valenciano, recuerda que, antes de empezar a hablar, ya
señalaba la televisión cuando en la pantalla salía alguien tocando el trombón.
Empezó a los siete años y, a los 19, ingresaba en la banda de Infantería de
Marina. Hoy, en sus varios viajes que hace como músico en el Juan Sebastián El
Cano, tiene la oportunidad de tocarlo en alta mar o en cualquiera de los
océanos. También Ricardo Canet, profesor de la escuela, es de origen
valenciano, y es un profesional colaborador habitual de la banda. Comenzó a los
ocho años porque le gustaba y por tradición familiar: tambien su padre y su abuelo
fueron músicos.
David, violonchelista.
Rubén
Rodríguez comenzó a los 13 años. Quería aprender saxo alto pero le dieron el
bombardino que hoy, con sus 32 años, toca maravillosamente, junto con Ángel
Nevado, un funcionario de 64 años que comienza a tener problemas con sus dedos.
David José Núñez, con 45, toca la tuba. Y está orgulloso de su hijo, Marcos,
que hace gemir, reír y llorar el violín y no para de dar conciertos. Otro David, apellidado
Grau, de 26 años, es violonchelista y trabaja en el metro madrileño. Su
hermano, Didac, de 19 años, toca la trompa con gran maestría. El padre de ambos, dirige la banda.
Miguel Ángel Arceo Fernández, un informático
jubilado de 63 años, descubrió, en su juventud, cómo la música era un
entretenimiento, una ayuda cuando se sentía solo y, a veces, hasta una forma de
complicarse la vida. A los 16 años, empezó a aporrear la guitarra y a
interesarse por ella. Después, los hijos y el trabajo le hicieron
guardarla durante muchos años hasta que un día, escuchando flamenco, se enamoró
de esa música. “Decidí ir a clases y tratar de aprender lo más posible, pero
eso, como dicen los ‘flamencos’, hay que mamarlo. Ya había comprobado que, sin
una buena base de solfeo, la música era mucho más difícil, pero mis ocupaciones
laborales y familiares no me permitieron hacerlo hasta que me jubilé. Hace
escasamente cuatro años, después de 30 años de actividad en la informática, acudía
a la escuela de música de la banda de Colmenar Viejo y comencé a estudiar en
serio. Y, cuando ya tenía una base suficiente, quise entrar en la banda. Me
propusieron que tocara el trombón, un instrumento que estaba libre. Fue algo
casual. Sabía que, para alguien tan torpe como yo, necesitaba al menos cinco
años para poder defenderme dignamente. Pero ya había empezado y no pensaba
soltarlo. A los tres años, ya trataba de seguir las partituras y las tocaba más
o menos bien. A veces, me sentía cabreado por no ser capaz de hacer más y casi
siempre la razón era por falta de estudio. Sabía que, si el instrumento estaba
en condiciones y no sonaba bien era por mi culpa. Así que aumenté las horas
diarias de estudio. Entre una y tres horas diarias. Y el día que no lo tocaba
tenía mala conciencia. Llegué a tomarle
confianza y a darle mucho mimo. Y el día que no lo tocaba lo echaba de menos”.
Miguel Ángel había oído tocar el trombón a compañeros que
consiguieron emocionarle con su interpretación, haciéndole asomar lágrimas en
sus ojos. Algo que, según él, sería imposible si ese instrumento no tuviera
alma. “Por supuesto que se trata del alma del que lo toca y no del instrumento
en sí mismo. Nadie piensa en lo bien que suena el instrumento sino en la habilidad,
la experiencia y el sentimiento que la persona que lo hace sonar transmite a
través del mismo. Las dosis de ‘alma’, ‘sentimiento’ o como
queramos llamarlo, se va pegando al instrumento a través de experiencias”. En
el pasado mes de marzo, tuvo la primera ocasión de demostrar lo que ya había
aprendido. “Habíamos ensayado unas cuantas veces las marchas procesionales que
se iban a interpretar en las fiestas de Semana Santa. Algunos de nosotros
éramos novatos que nunca tuvimos la oportunidad de participar en ellas. Ni
siquiera habíamos prestado mucha atención a las que retransmiten por la
televisión... Al contrario, pensábamos ¡qué coñazo! Los que tenían más experiencia, nos daban consejos: ‘¡Practica
el paso! –nos aconsejaban– ¡Llévate una luz para poner en el atril de paseo!’ ¿Atril de paseo?
Y eso qué es? –me preguntaba–… Iré a la tienda y me compraré el mejor, no vaya
a ser que.... Así que, tras mis primeras
experiencias con el trombón y mis primeros ensayos con el instrumento, de
pronto me hallaba en aquella Semana Santa, sujetándolo con mis dos manos en una
procesión y tratando de que sonara lo mejor que podía. En mi cabeza, bullían un
montón de conceptos medio asimilados. Tenía que salir con el pie izquierdo.
Perfecto, pero oiga, quienes son supersticiosos ¿no dicen que hay que salir con
el pie derecho? Pues sí que empezábamos bien… Muy concentrado, traté de seguir la partitura fielmente.
El trombón de varas, perdido en la noche tormentosa.
“De repente, mi compañero
de al lado me dijo muy disimuladamente...’El paso, que lo llevas cambiao’. ¡Joooder! Si había salido con el pie izquierdo. No sé qué había
pasado. Si, en la mili, me salía de coña. Claro que de eso hace unos cuantos
años. Di un pequeño salto para cambiar el paso y volví a lo mío, la partitura. Pero...
¡Oh, Dios mío! ¿Por dónde iba? Me había
perdido... Traté de reengancharme. Pero, vamos a ver.... ¿cómo puedes reengancharte con una partitura que tiene
cuarenta compases iguales, (silencio de negra, SI, y silencio de negra, SI)?
Más bien parece una representación de un sistema binario. !Claro, como era novato, me habían dado la partitura tercera de mi
instrumento, en teoría, la más fácil!....¡¡¡Y una mierda!!! No se parecía en
nada a lo que tocaban quienes llevaba al lado, (el trombón primero y el trombón
segundo). No tenía referencias. Por mis adentros, pensaba: ¡¡¡¿¿¿Qué están tocando estos
cabrones????!!!... A pesar del frío, empezaron a
caerme unas gotas de sudor. Pues yo acabo como sea y bien. Así que el último
compás, un vulgar “Chim pom”, lo di a la
perfección. Y me subió un poco la moral”.
Las notas cambiaban y saltaban
en el pentagrama.
“La marcha continuaba por calles con escasa luz. El director hacía
señas para que tocáramos de nuevo. Yo, a lo mío....la partitura. Empecé bien y
eso que ésa era más difícil, pero tenía melodía y compases que podía
identificar fácilmente. Aquí ya no iba a perderme. Pues tampoco, porque los elementos se habían aliado de una forma terrible
para que mis expectativas no se cumpliesen jamás. Se había levantado un
desagradable vendaval, que hacía mover de forma incontrolable las notas de la
partitura... ¿Eso qué era? ¿Un FA o un SI? Parecía que, a cada golpe de viento, las notas se
cambiaban de línea en el pentagrama. ¡Qué más me daba! No podía reconocer ni una de las notas que pretendía hacer
sonar. El tambor y el bombo marcaban el compás de la marcha a escaso medio
metro de mi vara, ¡Dios mío! ¿Qué estaba tocando? No podía oírme. Parecía que el
viento amainaba. ¡Menos mal! Andamos por una calle empedrada que dificultaba el
paso....”Que llevas el paso cambiao”, volvió a advertirme mi compañero
con cierto disimulo... ¡Joder! ¡Otra vez! Cogí el paso y perdí el compás, de nuevo. Me esforcé en ver
por dónde iba el resto de la banda, pero mis torpes andares por el suelo
irregular y el viento que azotaba mi atril de paseo de veinte euros, hacían que
éste se cimbrease de arriba abajo sin parar. La luz de lectura que sujeté
cuidadosamente, apuntaba a cualquier sitio menos al que necesitaba. Era
imposible leer nada. La partitura bailaba sola al ritmo que marcaban los
elementos, pero yo..., a lo mío. Buscaba el final y chim pon, clavao otra vez. El Cristo ya estaba en la Iglesia. Nosotros ,
sus fieles músicos, en la calle, todavía soportando un intenso frío y esperando
que el clérigo de turno, nos dijera eso de “Podéis ir en paz”.
“Alguien me dijo un día que la
música era un poco de arte y un mucho de sufrimiento. Tenía la seguridad de
haber empezado a pegar en mi instrumento, esos pedazos de alma y de sentimiento
que algún día harían derramar una pequeña lágrima de emoción a quien lo
escuchase. La evolución de mi trombón, sería la mía propia. Y, desde este momento, en lugar de considerarme un ‘aprendiz de trombón’, me había convertido en
un ‘aprendiz de músico’”.
Aquella Semana Santa pasó y
con ella, las lluvias del invierno. Y llegó la primavera, la que la sangre
altera. Y la banda siguió ensayando cada martes y jueves, programando
conciertos por doquier, como se muestra en los vídeos más recordados. O como el
que se prepara para el próximo día 7 de diciembre, XXXV aniversario de la Constitución , en el
auditorio “Villa de Colmenar”. Varias obras clásicas serán entonces interpretadas: Verdi (Escena y gran
marcha de la Ópera Aida), Rossini (La Gazza
Ladra ) Wagner (Rienzi), Mozart (Las bodas de Fígaro), el
concierto de Aranjuez, Overture to Candide (Bernstein) y Second Suite for Band.
Y la banda sigue, sigue y sigue sonando…
Les dejamos ya con otras cuatro obras interpretadas por la Banda de Colmenar:
Actuación de la Banda Sinfónica de Colmenar Viejo en el IV Festival de Bandas de Música de Colmenar Viejo “Maestro José Guillén”, el 1 de abril de 2007. Interpreta: “Tango for a toreador” de Herman Chr Snijders
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