El pasado martes moría en Ciudad de México, en
donde residía desde 1976, el poeta, escritor y periodista argentino, Juan Gelman, autor de más de una
treintena de libros. Tenía 83 años de edad y se había exiliado de su país de
origen a causa de la dictadura militar. Había nacido en Buenos Aires y vivido
como exiliado en Roma, Madrid, Managua, París y Nueva York, alternando su actividad política contra la dictadura
militar argentina con trabajos para la UNESCO. Fue
galardonado con el Premio Nacional de Poesía, el Cervantes, Pablo Neruda, el
Caribe Juan Rulfo, y el Reina Sofía de Poesía. “El poeta no escribe para vivir
–dijo al recibir el Cervantes– sino que vive para escribir” y “la poesía es
como una doncella tierna y de poca edad y, en todo extremo, hermosa”,
parafraseando a don Quijote. Fue integrante de los Montoneros, grupo
guerrillero de la oposición de izquierdas, y, durante su ausencia de Argentina,
llegó a estar condenado a muerte
por la dictadura de su país, sufriendo de cerca el drama de los “desaparecidos”,
al pasar (su hijo y su nuera, la española Claudia García) a formar parte de
esta dolorosa lista. La orden de captura contra él fue revocada tras una airada
protesta por parte de escritores como Gabriel
García Márquez y Mario Vargas
Llosa. En 1989, fue indultado por el Gobierno de Carlos Menem, pero
Gelman mantuvo su residencia en la capital mexicana.
Pese a la crudeza de su biografía, Gelman nunca
se entregó al odio y la ira. El poeta supo templarlos y convertirlos, según
Cortázar, en “una manera, a la vez reflexiva e instintiva, de buscar lo que de
veras somos sin las simplificaciones a veces suicidas que nos han arrojado tan
lejos de lo nuestro”. Fue capaz de moldear el lenguaje, alterando significados,
ortodoxia y formas verbales, conjugando verbos a imitación de los niños (“morido”, “andó”). Supo combinar
la poesía con la militancia política y su defensa de los derechos humanos,
rehuyendo del término “poesía comprometida” y desconfiando de las posibles conexiones
entre obra e ideología
Poeta, periodista y traductor, Juan Gelman vivió
parte de su largo exilio desde que se viera obligado a salir de Argentina, en 1975.
Era considerado el poeta argentino de mayor prestigio y el más premiado de su generación.
Tras 23 años de intensa búsqueda, Gelman encontró a su nieta en Uruguay, donde
había sido criada por la familia de un policía uruguayo. “Entre los culpables
del asesinato de mi hijo –comentó en una
ocasión a la prensa– había un general que fue condenado a prisión perpetua. Cuando
dictaron la sentencia, algunos jóvenes que ni siquiera habían vivido la
dictadura saltaban de alegría. Pero yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría ni
nada. Me pregunté por qué y eso me llevó a escribir, para explicarme qué había
pasado, aunque, como todos los libros, empezó de una manera y siguió por otra”.
Hijo de una familia de inmigrantes ucranianos, en
los últimos tiempos, la enfermedad –síndrome de mielodisplasia– le hizo
perder algunas de las ilusiones que impulsaron su obra. Hasta hace pocos meses,
escribió su columna semanal en el diario argentino Página 12, y seguía desde la lejanía a su
equipo de toda la vida, el Atlanta, de la segunda división argentina. “La
relación entre la escritura y el pensamiento político –dijo en una ocasión al
periodista Bernardo Marín– tienen canales muy oscuros. Ezra Pound hizo
propaganda para Mussolini pero también compuso un poema sobre la usura que
ningún marxista-leninista-maoísta-fidelista hará jamás. Balzac era monárquico,
pero los personajes más simpáticos de sus novelas eran republicanos. ¿Alguien
conoce la ideología de Shakespeare? ¿Se sabe si era comunista o fascista?”.
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