Adolfo Suárez, saludando, en 1977, al entonces secretario
general del PSOE, Felipe González.
En 1980, durante el debate parlamentario sobre la moción de
censura a su Gobierno.
En el intento de Golpe de Estado del 23F de 1981.
“El día que me yo me muera
–confiesa Juan Tortosa–, no quiero que me pongan por las nubes los mismos que
en vida me pusieron a parir. Los que tenéis menos de treinta y cinco años
quizás no lo sepáis, pero la mitad de los panegíricos, encomios y
enaltecimientos varios dedicados a Adolfo Suárez que escucháis y escucharéis
estos días están firmados por los mismos que durante aquellos años clave se
dedicaron a hacerle la vida imposible a aquel entusiasta “tahúr del Mississipi” quien, sin haber leído
apenas en su vida, y menos un libro entero, supo no arredrarse cuando le
encargaron un marrón que solo un “echao p’alante” como él podía atreverse a aceptar”.
Así, en su envidiable arte para
encantar serpientes a cardenales, militares, falangistas y franquistas de todo
pelo y condición, Adolfo fue preparando esa pócima llamada Transición. Y pilotó
un barco con muchas papeletas para irse a pique y que no acabó de hundirse del
todo: engañó a los diputados franquistas para que se hicieran el harakiri; pactó
con todas las fuerza políticas y sindicales una reforma económica y fiscal,
llamada Pactos de la Moncloa ;
promulgó una ley de amnistía, hizo una reforma militar, legalizó los partidos
incluido el comunista, puso en marcha un proceso constituyente tras ganar unas
elecciones, auspició la primera ley de divorcio, promovió la declaración de la
renta… Todo esto y mucho más en apenas cuatro años y medio.
Hoy, treinta y tres años después
de su abandono voluntario de la política, los mismos que le amargaron la vida
no se cortan un pelo a la hora de hablar maravillas de él a estas alturas…Y
aunque cerró en falso muchos episodios de la historia reciente y dejara
abiertas muchas heridas, sus defensores argumentan que al menos consiguió que
no volviera a haber sangre. “La
UCD , partido fundado por él, fue un vivero de forajidos
siempre con el cuchillo entre los dientes, implacables caníbales políticos
dispuestos a merendarse a Suárez apenas se presentara esa ocasión, cuya llegada
ellos se encargaban a diario de fomentar, propiciar y acelerar. Y los que más
se han aprovechado de la llamada Transición lo hicieron tras machacar y
triturar a Adolfo Suárez, a quien usaron y tiraron a la papelera a las primeras
de cambio empezando por su antiguo mentor y protector zarzuelero, apenas el
servicial abulense dejó de serles útil”. Gregorio Morán, en su libro “Adolfo Suárez,
historia de una ambición”, documentó su desprejuiciada habilidad
para trepar y prosperar en el franquismo, en los negocios y en los cargos
públicos. “Pero –concluye Tortosa– justo es poner en valor los huevos que este
hombre le echaba a la vida. Jugó con fuego, estuvo a punto de quemarse pero
consiguió escapar vivo. Y, cuando asumió, tras los tristes resultados obtenidos
en las municipales de 1991, que los votantes le habían vuelto la espalda salió
a la palestra, dio la cara y se despidió diciendo adiós muy buenas. En un país
donde no dimite nadie, Adolfo Suárez lo hizo tres veces: como presidente del
gobierno, en enero de 1981, como responsable de un partido político, diez años
después, y hace once años, al dimitir de sus recuerdos”. Este podría ser el
mejor epitafio para su tumba.
El 7 de marzo del 96, saludando al histórico
dirigente comunista Santiago Carrillo.
El Rey Juan Carlos, en julio de 2008, en una visita
a Suárez, enfermo ya de alzhéimer.
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