Almudena Grandes revisa las
diferencias entre la realidad y la ficción en un artículo pulbicado en El
País. “Un historiador y un novelista que
fabula sobre un hecho real –dice– son dos coches que circulan en la misma
carretera, a idéntica velocidad pero en direcciones opuestas. El historiador
documenta exhaustivamente un relato que es cierto aunque a veces pueda llegar a
parecer ficticio, y el novelista se inventa de cabo a rabo un relato que es
ficticio aunque debe parecer cierto. Porque la regla de la historia es la
verdad, mientras que la regla de la ficción literaria es la verosimilitud.
“Cada oficio –recuerda Almudena–
tiene sus normas. Por eso, y no porque carezca de imaginación, un historiador
debe detenerse en las lagunas de información que le impidan sustentar cualquier
hipótesis sobre datos objetivos, fiables y contrastados. La posición de un
novelista es distinta, porque puede rellenar esas lagunas con ficción y seguir
adelante. Si es honesto, procurará hallar un equilibrio entre la libertad
imprescindible para crear y la lealtad a la verdad histórica en la que se
inspira. Este compromiso nunca le obligará a comportarse como un notario, pero
sí a respetar los datos en los que se apoyan los historiadores. Los novelistas deshonestos,
por otra parte, invocarán los privilegios de la ficción para mentir o manipular
en función de sus intereses, y saldrán más o menos airosos de sus trampas.
“Este tema, sobre el que
reflexiono desde hace ya muchos años –concluye la escritora– acapara la
actualidad gracias al libro de Pilar Urbano, que la Casa Real ha definido
como ficción y la autora reivindica como historia cierta. En plena
controversia, el teniente general Cassinello ha declarado que ‘algunas cosas es
mejor que no se sepan nunca’. Al margen de la terquedad con la que tantos
prohombres de la Transición
nos siguen relegando a una irritante y perpetua minoría de edad, nos hallamos
al menos ante una verdad indiscutible. Con amigos como este, el Rey no necesita
enemigos”.
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