Bebé besando el agua.
En el año 1996, en España, el 63% del servicio de
aguas era público. En el 2005 ya sólo lo era el 52%. Cinco años más tarde bajaba
al 47% y se preveía que al finalizar ese mismo año alcanzase sólo del 43%. Y,
sin embargo, el
agua es mayoritariamente pública en toda Europa, con las excepciones del Reino
Unido y, cada vez más, España y Portugal.
El servicio público de aguas de ciudades y pueblos
de nuestro país se está convirtiendo en un negocio para las multinacionales, con
unos únicos perjudicados, los ciudadanos. El
sector privado del agua, está controlado en un 90% por dos empresas, Agbar y
FCC, que son marcas locales de las dos mayores multinacionales
del agua en el mundo, las francesas Suez y Veolia respectivamente. Lo que provoca
un acceso desigual al servicio y se produce un aumento escandaloso de tarifas,
provocando grandes beneficios, con ganancias aseguradas. Al mismo tiempo, se
produce un deterioro del servicio por falta de inversión en el mismo, lo que
provoca una perdida en la calidad del agua, además del nulo respeto por el
medio ambiente.
Y, sin embargo, la tendencia actual del agua es a
la remunicipalización como servicio público. Sólo el 10 % de las 400 ciudades
más grandes del mundo tienen privatizado el sistema de aguas y la tendencia es
ir volviendo al sistema público. En los últimos diez años, más de un centenar
de grandes ciudades han remunicipalizado el agua, con lo que se genera un
monopolio natural, donde la competencia sólo se puede dar en el principio de la
concesión pública, pero posteriormente desaparece y el usuario está al libre
criterio económico de la empresa
Un ejemplo claro ha sido París, donde la empresa Eau
que surge como consecuencia de la remunicipalización, ha conseguida bajar un 8%
sus tarifas y ha logrado un beneficio de 35 millones de euros en su primer año
que han sido reinvertidos íntegramente en la mejoría del servicio de aguas,
permitiendo además que los usuarios evalúen permanentemente la calidad del
sistema. El gobierno italiano de Berlusconi organizó un referéndum en
el año 2011, donde se pretendía acabar con la gestión pública del agua para
pasarla a manos de multinacionales. El gobierno salió derrotado y la ciudadanía
italiana adoptó una posición a favor de que el agua fuera exclusivamente un
servicio público. La conferencia de las
Naciones
Unidas para el Agua y el Medio Ambiente, que se celebró en 1992
en Dublín,
declaró el agua como el oro azul, considerándola como un bien económico. Y, desde
el año 2010, la Asamblea General de la ONU aprobó que el
acceso del agua y al saneamiento como un derecho humano.
Pero, curiosamente, ningún país de la neoliberal
Unión Europea ha adaptado su legislación nacional a dicha resolución. El agua
se ha convertido en el gran negocio para las multinacionales. Y, ante la falta
de liquidez que sufren actualmente los ayuntamientos, las empresas les ofrecen
la compra de dichas empresas para beneficiarse a su costa. Con la privatización
del agua, se genera un monopolio natural. Pero, posteriormente, desaparece y el
usuario está al libre criterio económico de la empresa.
Sería algo muy positivo que en las próximas
elecciones municipales, autonómicas y generales, todos los partidos políticos
lleven en sus programas la exigencia del agua como un servicio público y que,
en la próxima reforma constitucional, el agua sea declarado un derecho humano y
esté garantizado por el Estado. Algo que ya han conseguido los griegos, los italianos
y, últimamente, los franceses.
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