Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid.
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona.
Xulio Ferrero, alcalde de A Coruña y líder de la Marea Atlántica.
Mariño Noriega, alcalde de Santiago de Compostela, de la Plataforma Ciudadana Compostelana.
José María González Santos, alcalde de Cádiz.
Joan Rigo , de Compromís, alcalde de Valencia.
Ana Botella, Xavier Trías, Teófila
Martínez, Rita Barberá, Juan Ignacio Zoido, León de la Riva y otros prebostes de
la derecha se han visto obligados a abandonar sus poltronas mientras que otras
personalidades, como Esperanza Aguirre, no consiguieron sentarse en el sitio
que aspiraban, y deben consolarse en una oposición desesperada. Mientras que, en
los ayuntamientos de las capitales de provincia más importantes y las
diferentes coaliciones de izquierdas integradas por el PSOE, Izquierda Unida,
junto con agrupaciones electorales impulsadas por Podemos, la propia IU, partidos
nacionalistas y otros movimientos sociales, se
hicieron con el control, provocando escenas que, hace apenas unos meses,
eran imprevisible, al menos en esta magnitud.
El vuelco al mapa local de los 8.122 ayuntamientos ha abierto un cambio más allá de lo previsto. Las alcaldesas Manuela Carmena, en Madrid, y Ada Colau, en Barcelona, irrumpieron con fuerza en un escenario completamente nuevo con vocación de transformar usos y costumbres. Junto a estas dos protagonistas, convertidas en estrellas de la política española, aparecen otros como Joan Ribó, de Compromís, como alcalde de Valencia, la tercera ciudad española en la que hasta hace unas semanas nadie podía imaginar que estaría gobernada por un nacionalista. Otras ciudades como Zaragoza – con Pedro Santisteve– y A Coruña –con Martiño Noriega–, junto a la plaza de Cádiz, son hoy gobernadas por alcaldes que encabezaban agrupaciones electorales impulsadas por diversos colectivos, especialmente por Podemos. Es la herencia del espíritu del 15-M en la que la izquierda social se ha hecho con la mayoría del poder y que el PP ha sufrido un descalabro que va más allá de la lectura fría de los resultados electorales. El recuento de las pérdidas del PP se hace interminable y patética fue la reacción del responsable nacional del PP de política municipal y autonómica, Javier Arenas, y del portavoz de la formación conservadora, Carlos Floriano quienes, tras constituirse los ayuntamientos, acusaron al PSOE de apostar por “el radicalismo” y pretender ser “líderes de la izquierda en lugar de alternativa moderada al Gobierno de España”.
La nueva alcaldesa de Madrid llegó al Ayuntamiento en transporte público, aunque nadie duda que tendrá un coche para cuando tenga que acudir a algunos
actos pero sin motoristas de escolta ni
con los coches de respeto de la época anterior. Recibió el bastón de mando y el collar que le acreditaba como primera
autoridad municipal. Pero no se lo puso. En algunas ciudades,
los alcaldes de las candidaturas cercanas a Podemos rechazaron
el bastón por considerarlo,
como es, un símbolo de autoridad. Manuela Carmena, que había negociado
todo el protocolo con Ana Botella, tampoco utilizó la Biblia como hizo su antecesora para jugar el
cargo. Tuteó a los concejales en el pleno y prometió simplificar el Parlamento
paralelo que montó Alberto Ruiz-Gallardón, así como los lujos del que fue
llamado ‘faraón’ de Cibeles o de su
sucesora. Su despacho le
resultó “excesivamente grande” y está pensando en cómo reducirlo. El PP
considera que algunos de los nombramientos de la alcaldesa son ya una declaración de intenciones y una provocación y está dispuesto a
oponerle todos los palos a la rueda en la primera oportunidad para atascarla
cuanto antes.
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