El uso masivo de las toallitas húmedas –un gesto habitual de miles de consumidores en España– está generando innumerables problemas en el ciclo integral del agua de nuestras ciudades. Son biodegradables y pueden provocar grandísimos atascos en las cañerías, causando grandes molestias y provocando un problema mundial. En Nueva York, por ejemplo, se han gastado 16 millones de euros por su culpa.
Nuestras propias
viviendas y comunidades de vecinos son el primer punto conflictivo cuando
arrojamos las toallitas al inodoro. Las bajantes y las arquetas de los
edificios sufren atascos y esto se traduce en intervenciones frecuentes. Para
que nos hagamos una idea, en una gran ciudad, transcurre una hora de media desde
que tiramos de la cadena hasta que los residuos llegan finalmente a la
depuradora. Al contrario del papel higiénico, que se desintegra perfectamente, las
toallitas permanecen prácticamente intactas. Apenas se degradan y, únicamente,
van soltando en el agua las sustancias químicas de las que están impregnadas, generando
problemas medioambientales. Deshacernos de ellas nos cuesta 1.000 millones al
año. Lo que pagamos al comprarlas es lo de menos. En cuanto terminan en el
váter, empiezan a costarnos entre 500 y 1.000 millones anuales en depuración de
aguas. Una factura que pagamos entre todos. Aun así, la venta de toallitas
húmedas crece exponencialmente.
Toallita a toallita, el
gasto para tratarlas adecuadamente se multiplica y lo acabamos pagando entre
todos. No son como el papel higiénico que se rompe y llega disgregado a las
redes de saneamiento. Las toallitas húmedas llegan a las depuradoras
prácticamente intactas. Además, en su recorrido se deshilachan, trenzándose
entre sí y con otros residuos (bastoncillos, algodones...) hasta provocar
grandes atascos. Sólo en algunas ciudades, como Valencia, donde cada año 3
toneladas de ellas son recogidas en la red de alcantarillado, cuenta con una
ordenanza municipal pionera que prohíbe deshacerse de las mismas, con multas de
hasta 3.000 euros para quien no cumpla.
La OCU (Organización de
Consumidores y Usuarios) considera que los mensajes que fomentan el uso continuado
de toallitas deberían prohibirse. Igualmente, las etiquetas que hablan de una
biodegradabilidad que no ha sido demostrada. La OCU no está en contra de su
existencia, siempre que se usen para lo que son: te sacan del apuro cuando no
tienes ni agua ni jabón (una excursión, una emergencia con el niño...). Su
existencia no es un problema. Lo grave es el consumo desaforado e
injustificado, que genera atascos en la red de alcantarillado y está disparando
el coste de tratar estos residuos. Hablamos de toneladas de toallitas que, según
EurEau (asociación europea de empresas de abastecimiento y saneamiento),
generan un gasto de entre 500 y 1.000 millones de euros al año en toda Europa.
¡Nunca al váter!
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