miércoles, 19 de octubre de 2016

La dulce seducción de Correa.


El cabecilla de la trama  Gürtel se presentaba la semana pasada como un hombre sin nada que perder dispuesto a contarlo todo. Quiso convencer de que era un empresario “honrado” que trabajó “desde niño” y que nunca le pidió a nadie que le llamase Don Vito. Desarrolló toda una tesis para explicar por qué estaba sentado en el banquillo. Defendió que la primera vez que oyó la palabra “cohecho” fue durante su arresto. Y que lo que hizo durante aquellos años  fue trasladar una práctica muy arraigada en el sector privado a su relación con las instituciones. “Yo estoy cansado –llegó a decir– de hacer regalos a las grandes empresas que me dan negocio”. Explicó como una práctica normal el regalo de hasta tres coches al alcalde de Pozuelo, Jesús Sepúlveda, o la contratación de “payasos para los cumpleaños” de los hijos de este y la exministra de Sanidad, Ana Mato. Y tantas otras “dádivas” que su conglomerado de empresas entregaba a los políticos que les hacían favores, ya fueran corbatas, trajes o el banquete de un bautizo.

Confesó haber sido  un emprendedor “especializado en marketing americano cuando en España nadie creía en eso”, de adscripción ideológica de izquierdas por tradición familiar, que su padre fue un refugiado que se tuvo que ir de España en 1939 y que nunca había pisado un mitin cuando empezó a trabajar con el  PP. Dijo que muy pronto se hizo amigo de Luis Bárcenas y del entonces secretario general del PP y supo sacar tajada de sus contratos con el PP. Que hizo sus primeros contactos con el tesorero del PP, Luis Bárcenas, y con el entonces secretario general del partido, Francisco Álvarez Cascos, descubriendo que aquel era su campo en el que medrar. Añadió que, a partir de ahí, empezó a organizar casi todo para el partido: eventos, viajes, convenciones, y por supuesto también campañas electorales. “Génova era mi casa, pasaba más tiempo allí que en mi despacho”, resumió mientras se mostraba contrariado por la acusación de pertenencia a una organización criminal. Y, con un tono extremadamente amable, fue respondiendo a la fiscal Anticorrupción, Concepción Sabadell.

Cualquiera que le escuchara sin conocer el entramado de sus negocios, podía llegar a la conclusión de que Correa era el ejemplo de persona que supo llegar al cielo sin matar a nadie y que supo complacer a los políticos del PP. Un empresario “honrado” que trabajó “desde niño” y que nunca le pidió a nadie que le llamase Don Vito. ¿Cómo es posible que ahora ese hombre, tan “generoso” con los suyos, pueda ser castigado por fiscalía a 125 años de cárcel? Y hasta es posible ver que pueda llegar a un acuerdo con el fiscal y las acusaciones para suavizar en lo posible su condena… Sobre todo, bajo la mirada del presidente de la sala, Ángel Hurtado, el más conservador de los tres magistrados que componen el tribunal, al asegurar que “aquí no estamos enjuiciando al Partido Popular”, lo que ha hecho saltar de alegría a no pocos dirigentes de la sede en Génova 13.

Dos días más tarde, Correa frenaba su verborrea, negándose a contesta a ninguna acusación por consejo de su abogado. Y, pasadas las horas, nos damos cuenta que el cabecilla de la Gürtel no ha contado apenas nada que no estuviera ya en el sumario de la instrucción. No ha pisado ni cruzado ni una sola línea roja. Tampoco ha dado nombres ni implicado a nadie que no lo estuviera ya. Ni ha despejado las razonables dudas de que centenares de millones de euros no se pueden levantar sin la colaboración de gente de peso de verdad. Y la fascinación y atracción del personaje puede comenzar a tambalearse en el momento menos esperado.

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