Luis Grañena dibuja así a la pareja.
El CGPJ ‘anonimiza’ a los
condenados y absueltos en el caso Nóos. Al hablar de la infanta Cristina, la
llama “doña Eva”. Su marido, Iñaki Urdangarin, es identificado como “D. Julio”
y Jaume Matas, expresidente de Baleares, como “D. Bernardo”. Así ocurre en
todas las resoluciones que constan en la base de datos de la jurisprudencia de
los Juzgados y Tribunales que trata y mantiene el Centro de Documentación
Judicial (Cendoj) del CGPJ. Pero la anonimización de Cristina de Borbón roza lo
hilarante cuando la sentencia original se refiere a ella como infanta de
España. En las seis ocasiones que el tribunal la identifica como “la infanta”, pasa
a denominarse “la Eva”. De esta manera, el CGPJ elimina los nombres de las
sentencias, a diferencia del TC o del tribunal europeo que los respetan.
Luciano G. Egido, autor de “Bochorno”,
dice así en su artículo de Público: “Tengo ochenta y cinco años y, gracias a
Dios, no he perdido todavía mi capacidad de sorpresa e indignación. Me explico.
Toda experiencia histórica acaba desembocando en los diccionarios. La fácil
confirmación de este axioma está en el hecho de que la creciente marea del
feminismo haya empezado a resquebrajar el fuerte machismo del Diccionario de la
Real Academia Española, cuyo ejemplo más notorio es la definición del ser humano,
como género, con la palabra ‘hombre’, de indudable referencia masculina, aunque
trata de abarcar también a la mujer, que es también un ser humano (¿o no?).
Esta obvia digresión lingüística viene a cuento para advertir a los académicos
de la RAE que deberían ir preparándose para rectificar la definición de la
palabra “justicia” y hacerle un hueco a una discriminación fundamental, que se
está haciendo evidente, por días, entre la palabra ‘justicia’, con minúscula, y
la palabra ‘Justicia’, con mayúscula, que exigen una definición aparte, lo
mismo que la palabra ‘Virgen’, con mayúscula, es una cosa y la palabra ‘virgen’,
con minúscula, es otra muy diferente, con la distancia que va de un dogma de fe
a un estado anatomo-fisiológico.
“El reciente caso del Sr.
Undargarin –prosigue G. Egido– clama al cielo de la Justicia, con mayúscula,
aunque sea un caso más de la justicia, de todos los días. Hay mucha tela
cortada en el asunto para distinguir entre Justicia y justicia. El caradura del
Sr. Undargarin, marido de la infanta doña Cristina de Borbón, en la lista de
espera de los herederos de la Corona Real española, y por tanto posible futuro
Rey de España, es el primer condenado por un tribunal de justicia, que yo sepa,
al que no se le retiene el pasaporte, como es habitual con los delincuentes de
su pelaje, y se le permite cumplir el requisito penitencial de presentarse
mensualmente a las autoridades judiciales, en su exilio dorado de Suiza. Está claro
que una cosa es la Justicia y otra cosa la justicia, sin que medie un problema
tipográfico. ¿Tengo razón para estar sorprendido e indignado? Que Dios nos coja
confesados”.
Y David Torres, en el artículo “El
neuralizador de la Infanta Cristina”, dice: “La infanta Cristina no está
satisfecha con que la sentencia del caso Nóos le haya salido a devolver: su
abogado, Jesús María Silva, asegura que de seguir adelante con un recurso ante
el Tribunal Supremo podrían abrirse vías legales para que su presencia en el
juicio desaparezca de los medios e incluso del banco de memoria de Google. No
cabe duda de que, a poco que se empeñe, terminaremos por olvidar lo que a ella
le dé la gana. Como dicen muchos cortesanos vocacionales, bastante justicia
hemos tenido ya con verla sentada en el banquillo, a ver si nos vamos a
empachar.
“Borrar el rastro del pasado
–asegura Torres– es una prerrogativa de las grandes dinastías, propensas a la
amnesia y al olvido. La infanta ha practicado ambas disciplinas con gran éxito,
hasta el punto de que no recuerda lo más mínimo de su firma en los documentos
de la sociedad ni de su intervención personal en los prolongados saqueos del
Instituto Nóos. Más que a Shih Huang Ti, que trabajaba a escala imperial, el
modesto empeño de suprimir el rastro de su paso por los juzgados recuerda más
bien aquel discurso del general Eutanasio Rodríguez, el apacible tirano de la
república de Banania: ‘Me duele que se piense que el nuestro es un gobierno
autoritario. Que no se piense eso. Es una orden’. Al abogado de la infanta
Cristina le vendría muy bien un neuralizador, aquel dispositivo que empleaban
los agentes de Men in Black para borrar la memoria de testigos incómodos y
evitar así que mantuvieran inverosímiles recuerdos de visitas alienígenas (…) Sin
embargo, este fin de semana se ha abierto otra vía de agua en la inexpugnable
muralla borbónica, al conocerse la noticia de que el ex secretario de las
infantas, Carlos García Revenga, está muy decepcionado con el monarca emérito
por su falta de apoyo después de que lo despidieran sin paro y sin derecho a
una indemnización. García Revenga no sólo amenaza con llevar su caso hasta el
Tribunal de Estrasburgo sino que ha sugerido que lo mismo le da por escribir un
libro sobre su experiencia en la Casa Real. Incluso ha adelantado el título, que
suena de lo más inquietante: ¡De lo que aún me acuerdo¡ A ver si lo va a tener
que escribir con típex”.
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