La fábula nos cuenta que un día
se produjo un incendio en un bosque y que todos los animales salieron huyendo
para salvarse. Todos huían despavoridos cuando un pequeño colibrí, viendo el
desastre, se dirigió al río para llenar su pequeño pico de agua y lanzarla
sobre el incendio. Cuando un enorme elefante que huía despavorido le vio, le
dijo: “No seas tonto, con eso no lograrás nada” y el colibrí le respondió: “Lo
sé, pero yo hago mi parte”. Carlos Olalla nos habla en LQSomos de una cantante
francesa de nombre Zaz, una mujer colibrí que dedica su vida a convertir sus
sueños y la de los demás en realidad… Su nombre de pila es Isabelle Geffroy, nacida
en el centro de Francia, en Tours, en 1980. Desde muy pequeña, Zaz, hija de una
profesora de español y de un empleado de una compañía eléctrica, vivió el mundo
de la música. Con cinco años la matricularon en el Conservatorio de Tours,
donde estuvo hasta que cumplió los once. Más adelante, consiguió una beca para
el CIAM, el Centro para la Información y las Actividades Musicales de Burdeos.
Su primer trabajo como cantante fue en una orquesta vasca, la Izar-Adatz, con
la que estuvo de gira dos años por el País Vasco y los Pirineos. Aquella
experiencia fue agotadora, pero le enseñó muchas cosas. Tras colaborar con
otros músicos y trabajar con otros grupos, finalmente apostó por dejarlo todo e
ir a París. En Montmartre, se siente feliz porque hace lo que quiere y vive la
vida que ha elegido. Un día envía un myspace a una discográfica y el éxito fue
inmediato: en 2010, con la canción “Je veux”, copó los primeros lugares de las
listas de ventas de media Europa.
“Trabajo mucho sobre mí misma porque es fácil
enojarse con el mundo, decir que todo es una porquería. Por el contrario, cambiar
las cosas requiere mucha energía, mucho trabajo, y creo que el modo en que uno
cambia las cosas es a través de la alegría de vivir, de la energía positiva. Si
estoy triste e infeliz, no sólo voy a estar mal sino que no voy a cambiar nada.
Como tengo ganas de cambiar las cosas, no puedo abandonarme. Amo la vida. Sé
que soy capaz de lo mejor y de lo peor. Y prefiero elegir lo mejor para hacer
que las cosas sucedan… Nos corresponde a nosotros cambiar las cosas, hacer
proyectos, formar comunidades, y no guiarnos sólo por la agenda de los medios
de comunicación, que siempre muestran que está todo mal. Hay muchísima gente
que está haciendo cosas buenas en el mundo, tratando de crear una sociedad
mejor. No hay que ser ingenuo, sino positivo. Claro que es posible vivir juntos
y no dejar que el miedo se instale. No es una cuestión de dinero, sino de
responsabilidad y de pensar cuando uno dice y hace cosas…” Para ella escuchar
español supone una especie de regreso a la infancia, a un mundo imaginario
donde todo podía ocurrir. No lo habla, casi ni lo entiende y eso le permite
cantar sin pasar las letras por el cerebro, por la razón, dejando que fluyan
directamente desde lo más hondo de su corazón. Por eso ama el español sin
remedio: “Tengo la percepción de que en otra vida fui una prostituta española,
y cantaba en un cabaret muy extraño, y mi abuela me drogaba para que no
escapara, y acababa muriendo joven”….
Escogió el nombre artístico de
ZAZ como un símbolo de muchas cosas que son importantes para ella: es la onomatopeya
que se utiliza en los comics para expresar aquello que pasa a toda velocidad,
la misma con la que vive ella, y es también el encadenamiento de la última
letra del abecedario con la primera, una cerrar el círculo que,
irremisiblemente, vuelve a comenzar. Solo una artista de su sensibilidad y
talento es capaz de compaginar sus propios temas con los clásicos inmortales de
Brel o de la Piaf. Ella lo está consiguiendo. Hoy es una de las cantantes más
reconocidas internacionalmente pero sigue siendo la misma chica soñadora que
era cuando empezó todo y mantiene la humildad de los más grandes: “Mi único
mérito es haber confiado en mí misma en los momentos clave”.
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