Marcelo Rebelo de Sousa consuela a una víctima de los
incendios.
Aprovechando que estamos
en vísperas de unas elecciones de un nuevo presidente del Gobierno, se me
ocurre mirar hacia Portugal para ver lo ocurrido con el último. Hace tres años,
llegó andando hasta el Parlamento portugués para que le invistieran presidente.
Había ganado las elecciones con el 52% de los votos, un gasto de 157.000 euros
en la campaña electoral (tres veces menos que la candidata del Bloco de
Esquerda) y con la colaboración de solo siete personas. Marcelo Rebelo de Sousa
arrasó con todos los moldes de las campañas políticas y ahora su caso se
estudia en la universidad. Una tesis doctoral indaga en su
extraordinaria popularidad. Desde que fuera elegido, la actividad de Rebelo de
Sousa no va en detrimento de los estudios de opinión. El 71% de la población
tiene una imagen positiva de él y el siguiente político está a más de 20 puntos
mientras que los que le ven con malos ojos no llegan al 7%.
El entonces candidato, de
67 años, católico por encima de todo y militante del Partido Social Demócrata,
renunció a la maquinaria partidista, a las banderolas, los mítines, los himnos
y las pancartas. Hoy sale a la calle,
habla con la gente y ésta le abraza. De esta manera, De Sousa se ha convertido
en uno de los presidentes más populares de su historia. Su hiperactividad no
menguó con los años, mientras han ido cayendo, desfondados, algunos miembros
del servicio presidencial. Viajes infinitos, fuera y dentro del país,
recepciones, discursos, visitas, sin distinguir entre días laborables o
festivos. Y entre semanas, puede llegar conduciendo su coche presidencial para
asistir al funeral de una amiga y sentarse, discretamente, en la última fila de
la iglesia.
Rebelo de Sousa percibió
antes que nadie que los nuevos políticos tenían que ser así, cercanos a la
gente, pero sinceramente cercanos. Pasó las últimas navidades comiendo en
comedores populares, durmiendo en casas de víctimas de incendios y echando una
mano allí donde se necesitase. Y actualmente, el arrollador fenómeno del
presidente de Portugal ya se estudia en la universidad. Según un sondeo
publicado por el semanario Expresso a los dos años de mandato, el 52% de los
portugueses deseaba hacerse una fotografía con Marcelo. Un 3,3% ya tenía un
selfi con él, una cifra que se traduce en 330.000 selfis, más de 450 personas
por día. Pese a los márgenes de error de estas encuestas, quizás en esta
ocasión habría que elevar los cálculos para acertar.
Marcelo es sinónimo de
éxito. Una agencia de publicidad recurrió a él para autopromocionarse. Abrió la
web TeleMarcelo, donde la gente dejaba el teléfono de algún conocido para que
le despertaran con una frase real del presidente de la República: “Aquí Marcelo
Rebelo de Sousa. Interrumpí una reunión que tenía. Acabé una y voy a comenzar
otra, pero quería enviarte un beso”. En un día se realizaron 107.000 llamadas. En
los conocidos incendios de octubre de 2017, después de los no menos trágicos de
junio, el primer ministro António Costa telefoneaba a la ministra de Interior
para pedir información. Antes de colgar, Costa le pedía perentoriamente a la
ministra: “Haz lo que sea, pero llega antes que Marcelo”.
Me pregunto si, en
nuestro país, en vísperas de elecciones habrá algún candidato que, aunque sea
muy remotamente, siga los pasos de Marcelo Rebelo de Sousa.
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