Sam Tsemberis, durante su
visita a Madrid, adonde vino para apoyar a la ONG Rais Fundación, que aplica su
modelo.
“La atención a alguien
que está en la calle puede costar 100.000 euros anuales. Si lo alojas en un
piso, 15. 000”. Al menos eso es lo que dice Sam Tsemberis, un psicólogo griego
de 67 años, afincado en los Estados Unidos desde los ocho años, que da clases en
la Universidad de Columbia y dirige la organización con la que expande su
modelo, Pathways to Housing. Tsemberis
ha creado un modelo para sacar de la calle a miles de personas. Empezó en su
país y se ha extendido por media Europa. ¿Qué cuál es su método? Uno tan simple
–y controvertido– como proporcionar un piso a los que no tienen hogar.
Las calles de la Nueva
York de finales de los ochenta le mostraron de cerca una maquinaria asistencial
que engullía a muchos llevándolos al hospital, a la cárcel o a los centros de
desintoxicación para terminar en el mismo hueco de cartones en el que se los
había encontrado por primera vez. “Muchos mejoraban en el hospital, pero el
problema es que, después, volvían a la calle. Hasta que pensamos: este sistema
no va a ninguna parte”. Y pensaron que lo que querían era tener una casa. “De
manera que dejé el hospital y empecé mi ONG”.
Silvia Blanco escribió en
noviembre del 2016, un reportaje en El País sobre este psicólogo afincado en
Estados Unidos, creador de este modelo para sacar de la calle a miles de
personas. Se titulaba “Sam Tsemberis, el hombre que empezó la revolución por el
techo” “En España —escribió—, la Rais Fundación, que aplica su modelo, tiene
una red de 117 pisos en varias ciudades y, un año y medio después de empezar,
el 96% de los beneficiarios –que llevaban de media nueve años en la calle–
siguen alojados. El coste por día para la Administración es de 34 euros, igual
o superior, dice la organización, que en un servicio asistencial ordinario. Los
pisos están diseminados por edificios y barrios tan normales como cualquiera,
porque se trata de integrar. Solo hay tres condiciones para entrar en un piso:
no molestar a los vecinos, permitir la visita del equipo al menos una vez por
semana y que, si el antiguo sin techo los tiene, destine el 30% de sus ingresos
para sufragar el servicio”.
Blanco habla también del
caso de los 70.000 veteranos de guerra sin hogar que hay en los EE UU como buen
ejemplo de que el programa funciona. La Casa Blanca anunció que algunas ciudades
han erradicado el problema y que, en solo tres años, se ha reducido en un 36%
en todo el país. Cree que el viejo y el nuevo modelo pueden ser
complementarios. “El antiguo detectó que las personas en la calle sufrían de
enfermedades mentales y adicciones, pero se pensó, incorrectamente, que había
que tratarlas antes de darles acceso a un piso. Así que, si esperas hasta que
sanen, muchos nunca van a ser alojados. El viejo sistema no es totalmente
inútil: tiene éxito con entre el 30% y el 40% de los casos”, explica.
En un vídeo de la
organización, uno de los beneficiarios del programa en España habla de
dignidad. “Es impresionante”, dice Tsemberis. Creo que no somos capaces de
darnos cuenta de lo que es no tener casa. De la soledad que supone. Lo más útil
de este programa es la rapidez con la que se pasa del modo supervivencia al de
la vida. Ocurre de la noche a la mañana. Alguien entra en un piso con sus
bolsas y al día siguiente se ha duchado y ha dormido en una cama, tiene una
llave en la mano y es como cualquiera de ese edificio. Los demás no te miran
cuando eres un “sin techo”. Aunque te sientas muy expuesto, eres invisible. Y
de pronto vives en un apartamento y tus vecinos te dicen: ‘Buenos días, ¿qué
tal?”.
Mañana, continuación:
Fórmulas para salvar a los “sin techo” (II)
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