Carteles de Mr. Zé, basado en una gráfica
de Carles Fontserè.
“El enemigo no está a las
puertas, penetró hace ya tiempo en la ciudad. Ahora, la muralla para contenerlo
está en todo aquello que hemos puesto en pie como país y como comunidad”. No eran
palabras de Manuel Azaña durante la Guerra Civil, sino del actual presidente, Pedro
Sánchez, formulaba dos o tres días después de declarar estado de alarma por el
brote de coronavirus. El lenguaje bélico de hace 75 años, tras unas despiadada
Guerra Civil, volvía al discurso de los dirigentes del mundo para hablar de la
lucha contra la pandemia. Y el director creativo vallisoletano, Félix Rodríguez,
conocido como 'Mr. Zé', decidió rescatar la estética de los carteles de la II
República y la Guerra Civil para concienciar al pueblo de la importancia de
colaborar entre todos para erradicar dicho virus, a la manera de los artistas
del bando republicano que durante la guerra sirvieron para –entre otras cosas– señalar la importancia de la higiene de los soldados
a través de sus míticos carteles. De esta manera, el artista vallisoletano,
aprovechaba la primera semana de reclusión durante el estado de alarma para
diseñar la serie de carteles bajo el lema “Guerra al coronavirus” basados en
diseños reales de la época. Y, través de sus diseños, quiso rememorar a
reconocidos cartelistas de los años treinta que “crearon vanguardia a nivel
mundial”, como José Bardasano, Carles Fontserè o Arturo Ballester, para crear
sus propias proclamas en tiempos de coronavirus. “La idea era traerme los
carteles de esa época al momento actual”, explica a Clara Roca en Eldiario.es.
Con lemas actualizados como 'Unión y disciplina contra el coronavirus', Mr. Zé
busca “que la gente se conciencie de que es algo que hay que ganar entre todos”.
El diseñador Félix Rodríguez, conocido
como Mr. Zè. | Foto Danimantis.
Son diseños “del pueblo y
para el pueblo”, que se centran en que la gente se quede en casa, pero también
en defender la sanidad pública o en agradecer a China los esfuerzos por la
búsqueda de una vacuna. Diseños difundidos y compartidos en los últimos días a
través de las redes sociales. “Lo más bonito es recibir mensajes de gente que
los aprecia, más allá de la estética, por el uso que le pueden dar”. Mr. Zé
cuenta a Clara Roca cómo le han escrito médicos y personas de distintos ámbitos
que usan las gráficas en su ámbito laboral. Es lo que ha ocurrido con
trabajadores de las plantas de empresas como Renault e Iveco en Valladolid. Los
empleados difundieron algunos de los diseños entre sus grupos de trabajo en
plena reivindicación para pedir el cierre de los centros de producción por la
falta de seguridad y de medidas sanitarias apropiadas ante el coronavirus. Acostumbrado
a trabajar en casa, Rodríguez confiesa que no lleva del todo mal el
confinamiento. “Lo que me afecta ahora mismo es que tengo una persona a mi
cargo que tiene 80 años con una afección pulmonar, lo que conlleva al miedo a
que le pueda pasar algo”. El vallisoletano lamenta ver que haya gente que vaya
a casas de amigos a tomar café o que “sacan al perro veinte veces” en pleno
estado de alarma. “Al final, estos carteles, al igual que otros artistas que
han hecho otra serie de acciones, sirven no solamente para concienciar, sino
para llamar la atención a la gente que no está siendo del todo responsable”. Con
el lema “Obreros/as, no produzcáis más. Basta de riesgos capitalistas”, uno de
los carteles llama al cierre de las fábricas de productos que no son de primera
necesidad. Mr. Zé también recibió mensajes desde Latinoamérica, como de Chile,
Perú o México. “Me piden permiso para imprimir las gráficas y llevarlas a las
fábricas. Ahí –advierte– el coronavirus está empezando a llegar y no se están
tomando ningún tipo de medidas”.
General Villarroya: “En ese difícil momento,
ante esta 'guerra irregular y grave' que se está librando, somos soldados”.
El Gobierno lanzaba el
pasado día 20 un mensaje directo a la ciudadanía que se resistía a seguir las
medidas restrictivas del estado de alarma por el coronavirus Covid-19,
advirtiendo de que hay “vigilancia por tierra, mar y aire”. Así lo trasladó, desde
La Moncloa, José Ángel González, comisario principal y director operativo de la
Policía Nacional y responsable técnico del Ministerio del Interior, después de
señalar que “no nos podemos relajar” para poder frenar la expansión del
Covid-19. Por su parte, el jefe de Estado Mayor de la Defensa (Jemad), general
Miguel Ángel Villarroya, agradeció el comportamiento “como soldados” de los
ciudadanos que afrontan “con disciplina” las medidas de confinamiento que fijan
el estado de alarma. “Están todos comportándose como soldados en este difícil
momento”, declaró Villarroya ante esta “guerra irregular y grave” que se está
librando. El general comenzó su alocución afirmando: “Sí, hoy es viernes en el
calendario, pero, en estos tiempos de guerra o crisis, todos los días son lunes.
El esfuerzo no cesa por el día del calendario”. Y continuó: “Ayer hablé de
disciplina en esta rueda de prensa; tengo que felicitar a todos los españoles
por la disciplina que están mostrando todos los ciudadanos, comportándose como
soldados en este difícil momento”. Y mostró la presencia de un total de 2.640
efectivos de las Fuerzas Armadas en 55 ciudades españolas, apoyando diferentes
servicios sociales, la instalación de infraestructuras temporales y realizando
tareas de reconocimiento de necesidades, de presencia y de desinfección. “Este
despliegue –advirtió el general– se mantendrá el
tiempo que sea necesario para realizar su función, ni más ni menos, en los
puntos que se han considerado, incluido en Cataluña, pese a las críticas de los
sectores independentistas”.
En un país cuyos
habitantes se hallan sumidos y enclaustrados en sus casas desde el 14 de marzo,
las palabras de aliento militar del Jemad provocaron, sin embargo, reacciones
de diversa índole. “¿Hay ya club de fans del general Villarroya?”, se pregunta
una periodista tras la icónica frase del mando del Ejército en la rueda de
prensa. “Nunca me hubiera imaginado a mí mismo en la vida, celebrando a un
JEMAD en un discurso”, dice por su parte José Miguel Contreras, periodista y
comentarista político. E Íñigo S. Ugarte advierte sorprendido que “en esta
crisis, el lenguaje bélico es habitual entre los políticos y hasta cierto punto
inevitable. Pero lo del general Villarroya empieza a ser un poco cargante.
Empezar su intervención con un ‘sin novedad en el frente’ resulta alarmista y
un tanto penoso”. Otros usuarios tampoco empatizaron con las palabras de
Villarroya: “Qué pronto cae esta gente en la tentación del discurso belicista”,
comenta uno de ellos a través de Twitter. El despliegue de cerca de 3.000 miembros
de las Fuerzas Armadas, incluyendo la autonomía de Cataluña, y las palabras de
Villarroya de que se mantendrían “el tiempo que fuera necesario para realizar
su función”, provocaron la reacción y protesta de las autoridades catalanas. El
representante del Jemad comenzó su alocución afirmando que “hoy es viernes en
el calendario, pero, en estos tiempos de guerra o crisis, no cesa por el día
del calendario”, como lo demostró la presencia de las Fuerzas Armadas en 55
ciudades españolas, apoyando diferentes servicios sociales y realizando tareas
de reconocimiento de necesidades, de presencia y de desinfección.
Santiago Alba Rico: “No creo que todos seamos soldados. Tenemos que ser
ciudadanos responsables”.
Santiago Alba Rico,
filósofo y escritor nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas
en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Le sorprendió el estado de alarma en una
pequeña localidad de Ávila y allí continúa, alejado de su residencia habitual
en Túnez. Él y Yayo Herreno firmaban el pasado domingo un artículo en CTXT
titulado “No es una guerra, es una catástrofe” en el que sostienen que para
esta batalla no se necesitan soldados, sino ciudadanos; y esos aún están por
hacer. La catástrofe es una oportunidad para ‘fabricarlos’. “En nuestro país –aseguran ambos–, al mismo tiempo que se desplegaba el
Ejército en algunas ciudades, hemos visto al portavoz de Sanidad, Fernando
Simón, escoltado en las ruedas de prensa por el JEMAD, el general Villarroya,
cuyas intervenciones adoptan muchas veces el tono de una arenga de trinchera:
habla de una ‘contienda bélica’ y de una ‘guerra irregular’ en la que todos ‘somos
soldados’, invocando una ‘moral de combate’ y reivindicando los ‘valores
militares’ para afrontar la amenaza colectiva. Pero, digámoslo con toda
claridad: lo que estamos viviendo no es una guerra, es una catástrofe en la que
puede ser necesario movilizar todos los recursos disponibles para proteger a la
sociedad civil, incluidos los equipos y la experiencia del Ejército. Pero el
hecho de que una catástrofe exija tomar medidas de excepción no autoriza a
emplear sin peligro una metáfora que, como todas, transforma la sensibilidad de
los oyentes y moldea la recepción misma de los mensajes. Llamar a las cosas por
otro nombre, si no estamos haciendo poesía, si estamos hablando, además, de
cuidar, curar, repartir y proteger, puede resultar una pésima política
sanitaria; una pésima política. Ahora que estamos afrontando la realidad
–frente al mundo de ilimitada fantasía en que habíamos vivido en Europa las
últimas décadas–, no deberíamos deformarla con
tropos extraídos del peor legado de nuestra tradición occidental. Como marco de
apelación, interpretación y decisión, la metáfora de la guerra –salvo que la
utilicen los médicos y los sanitarios abrumados por las muertes que no pueden
evitar– nos debe suscitar una enorme preocupación”.
“Guerra, ¿contra quién?
–siguen
ambos preguntándose– ¿Quién es el enemigo? En cuanto pronunciamos la palabra ‘guerra’
comparece ante nuestros ojos un humano negativo que merece ser eliminado. Con
esta metáfora de la guerra, en efecto, ocurre algo paradójico: se humaniza al
virus, que adquiere, de pronto, personalidad y voluntad. Se le otorga agencia e
intención y se deshumaniza y criminaliza a sus portadores que, en realidad, son
las víctimas. El enemigo de este desafío sanitario, si se quiere, está
potencialmente dentro de uno mismo, lo que excluye de entrada su transformación
en objeto de persecución o agresión bélica. Por eso, esta resbaladiza idea de ‘guerra’
da razón sin querer a los que, llevados de un pánico medieval, acaban
convirtiendo en enemigos a los portadores del virus, olvidándose de que ellos
mismos –al menos potencialmente– también lo son. Sólo se puede hacer la guerra
entre humanos y a otros humanos y, si hay que ‘guerrear’ contra el virus,
acabaremos haciendo la guerra contra los cuerpos que lo portan o, lo que es lo
mismo, contra la propia humanidad que queremos bélicamente proteger. En estado
de ‘catástrofe’ es sin duda muy necesario ‘reprimir’ severamente, como se hace
con los transgresores del código de circulación, a quienes violan el
confinamiento, poniéndose en peligro a sí mismos, a sus vecinos y al sistema
sanitario en general, pero ni siquiera esos pueden ser los ‘enemigos’ de una ‘contienda
bélica’, salvo que queramos confundir, en efecto, el virus con sus potenciales
portadores, y generar, además, una ‘guerra’ civil entre los potenciales
portadores. Pero, ¿vale el discurso del enemigo para atajar el efecto de un
virus? Los seres humanos somos vulnerables y frágiles. Nuestra historia ha
estado y está atravesada por la enfermedad y la exposición al hambre, los virus
y el abandono. Hemos sobrevivido construyendo relaciones con la naturaleza y
entre las personas para tratar de minimizar el riesgo y la inseguridad. El cuidado
y la cautela, el apoyo mutuo, la cooperación, la sanidad y educación pública,
las cajas de resistencia, el reparto de la riqueza han sido los inventos que
han ido poniendo las sociedades en marcha –de forma marcadamente desigual e
injusta en ocasiones– para asumir y bregar con el inconveniente de que la vida
transcurra encarnada en cuerpos que son frágiles y vulnerables e incapaces de
vivir en solitario.
“Construir economías y
políticas sobre la fantasía del ser humano, como un ser sin cuerpo y sin
anclaje en la tierra que le sustenta es lo que genera una guerra contra la
vida, contra los ciclos, contra los límites, los vínculos y las relaciones. Construir
economías y políticas sobre la fantasía del ser humano, como un ser sin cuerpo
y sin anclaje en la tierra que le sustenta es lo que genera una guerra contra
la vida, contra los ciclos, contra los límites, los vínculos y las relaciones.
En los momentos de bonanza se esconden e invisibilizan, restándoles valor y
despreciando, precisamente las tareas, oficios y tiempos de cuidado que solo se
hacen visibles en las catástrofes y en las guerras. La guerra, violencia
armada, es precisamente la negación del cuidado, masculinidad errada,
justificación del sacrificio de vidas humanas en aras de una causa superior.
Ahora bien, no debemos olvidar que aquí la ‘causa superior’ es precisamente la
salvación de todas y cada una de las vidas humanas en peligro. No se trata de
dar virilmente la vida por la causa gritando viva la muerte, sino que la causa
es el mantenimiento de la propia vida. No existirá una victoria final que
dependerá de la disciplina y de la conversión en soldados, como señalaba en su
comparecencia el General Villarroya. El sacrificio al que se apela, tanto en la
catástrofe como en la retaguardia de cualquier guerra, no es más que la
intensificación de la lógica del cuidado, de la precaución, del sostenimiento
cotidiano e intencional de la vida en tiempos de catástrofe, que son los mismos
esfuerzos que hay que hacer para sostenerla cotidianamente. En toda guerra,
decía Simone Weil, la humanidad se divide entre los que tienen armas y los que
no tienen armas, y estos últimos están siempre completamente desprotegidos, con
independencia del bando o la bandera. En el estado de catástrofe actual, los
españoles, todos potencialmente víctimas del virus, se dividen, en cambio,
entre los que no pueden hacer confinamiento y los que sí pueden hacer
confinamiento o, si se prefiere, entre los que se exponen más o se exponen
menos al virus. Los que se exponen más al virus –el personal médico, los
transportistas, las cajeras de supermercado, las limpiadoras y cuidadoras,
etc.– ni tienen armas ni se pelean entre sí con el propósito de proteger a los ‘suyos’.
Al contrario de lo que ocurre en las guerras, este ‘anti-ejército desarmado’
–provisto solo de microscopios, termómetros, bayetas, manos y sentido del
deber– ni se hace la guerra ni se la hace a los que están encerrados en sus
casas, menos expuestos y completamente desarmados. Es, como dice Leila
Nachawati, exactamente lo contrario: se exponen para protegernos a todos, a
sabiendas de que de esa forma también se protegen a sí mismos y al orden
civilizado del que dependen y que depende de ellos. Por eso debemos admirarlos
y apoyarlos; y por eso es una irresponsabilidad inmoral y suicida incumplir la
normativa sanitaria. Pero si hay una situación distante de la guerra –en su
temperatura ética, anti-identitaria y ‘universal’– es
precisamente la catástrofe que estamos viviendo. En todo caso, lo que opera en
contra de la ‘causa superior’ –la salvación de todas y cada una de las vidas
humanas en peligro– son las medidas económicas tomadas en la última década y
las políticas que ahora es necesario corregir a toda prisa para proteger a los
socialmente vulnerables. En este sentido, y allí donde la responsabilidad
individual y la institucional, donde lo común y lo público, se cruzan, nuestros
políticos y nuestras élites económicas son más responsables –pues conjugan
ambas condiciones– que los ciudadanos privados”.
El jefe del Estado Mayor de la Defensa, Miguel Ángel Villarroya, en la Moncloa.
“No es una guerra –concluyen Santiago Alba Rico y Yayo Herrero– , es una
catástrofe. Es verdad que para dos generaciones de europeos (en otros sitios la
verdadera guerra es su normalidad cotidiana) esta paliza de realidad es lo más
parecido a un conflicto bélico que hemos vivido. Pero la crisis del coronavirus
es, en sustancia, lo contrario de una guerra. Lo que también merece un análisis
en profundidad. Lo real no se nos ha presentado como mala voluntad o identidad
belicosa sino como contingencia impersonal adversa en un contexto capitalista
que (aquí sí está justificada la metáfora) lleva años haciendo la guerra a la
naturaleza, los cuerpos y las cosas. Es la ‘impersonalidad’ no bélica de la
catástrofe capitalista la que hay que revertir y transformar: por eso es tan
importante esta convergencia trágica de responsabilidad individual e
institucional que nos muestra ahora la importancia de los cuidados personales y
colectivos. El fin del capitalismo puede estar acompañado de guerras, pero no
será una guerra: su anticipo y su metáfora, como colofón de su dinámica interna
de ilimitación incivilizada, es este ‘virus’ sin cara y replicante que
aparecerá una y otra vez, y cada vez más, en forma de ‘catástrofe’. Y, para
esta batalla no se necesitan soldados sino ciudadanos; y esos aún están por
hacer. La catástrofe es una oportunidad para fabricarlos. La imagen del
ejército en la calle –y hasta la de un general en una rueda de prensa– puede
estar justificada pero también inquieta, política y antropológicamente. Para
que dejen de inquietar –y hasta nos alegremos de su presencia, si es que es
realmente necesaria– sería indispensable que nuestros políticos (todos hombres,
por cierto) dejen de inscribir su intervención en el marco de una ‘guerra’, de
una ‘contienda bélica’’, de una recuperación de los ‘valores militares’. Sólo
los médicos pueden hablar de ‘guerra’ y, en cuanto al espíritu de ‘sacrificio’,
citado por el general Villarroya, quizás deberían ser las ‘madres’, y no los
militares, las que nos diesen lecciones. Un amigo muy inteligente nos dice que
necesitamos ejemplos movilizadores y épica salvífica. Es verdad. Pero esto no
es una guerra, es una catástrofe. Bastante duro es afrontar una ‘catástrofe’
como para que, además de temer al virus, acabemos temiendo a nuestras
co-víctimas y a los que están intentando protegernos... El ejemplo es el de ese
hombre o mujer que, en el balcón de enfrente, a cuatro metros de distancia,
descubre de pronto en su odioso vecino (al que hasta ayer estrechaba la mano
con indiferencia o desagrado) una existencia afín y casi amiga a la que no
puede abrazar. No deja de ser hermosamente paradigmático que sea en una
situación de aislamiento social impuesta, cuando los besos y los abrazo se
proscriben, cuando de repente conocemos los nombres de quienes viven en nuestro
bloque, nos preocupamos de si tienen alimento o necesitan medicinas. Esto no es
una guerra, repito, es una catástrofe…Venceremos sólo si no hay víctimas
humanas. Venceremos quizás esta vez. Pero habrá que prepararse para la
siguiente y esta sacudida que reordena las prioridades puede ser un entrenamiento
crucial”.
El coronavirus aviva la guerra fría.
Juan Antonio Casaluga, en
un artículo aparecido en Nuevatribuna.es, nos recuerda lo que nos puede deparar
esta pandemia: un mundo menos abierto, fin de la globalización, mayor dominio
de China y debilitamiento del liderazgo norteamericano. “Algunos dirigentes
mundiales –escribe– han acudido a la terminología bélica para referirse a la
lucha contra el coronavirus. Resonancias churchillianas se han escuchado en
Macron, en Sánchez o en Conte. Menos en Merkel, siempre más comedida. No en
Trump, que ha vuelto a dar buena muestra de su incontinencia y su imprudencia.
(…) En el centro de la tormenta se sitúa China. La pandemia ha vuelto a tensar
las relaciones entre las dos superpotencias. En buena parte del mundo
occidental se observa un reconocimiento medido de la actuación china. En la
administración Trump, sin embargo, se ha preferido optar por el espíritu
combativo de la guerra fría. Desde el absurdo término de “virus chino” empleado
por el lenguaraz presidente, hasta los reproches directos o velados de algunos
de sus colaboradores. El secretario Pompeo acusó a Pekín de ‘provocar un riesgo
para su pueblo y para todo el mundo’. Steve Bannon, el otrora ultraderechista
jefe propagandístico luego despedido, dijo que, en realidad, Trump se equivoca:
no es “virus chino”, sino “virus comunista chino” (...). Lo curioso del caso es
que Washington y Pekín comparten un historial de positiva colaboración en
materia de pandemias. Al comienzo de la crisis, parecía que se iba a seguir en
la misma línea. Trump charló cordialmente por teléfono el 7 de febrero con Xi
Jinping y le ofreció la ayuda del Centro de prevención de enfermedades. Pero
algo ya se había torcido horriblemente unos días antes. Comenzaron los cruces
de reproches y amenazas y el postureo nacionalista por ambas partes (…) Otros
analistas más templados tratan de ofrecer una visión más allá de la angustia
actual sobre cómo el Coronavirus cambiará el mundo. Una docena de expertos en
relaciones internacional ofrecen un diagnóstico ligeramente pesimista: un mundo
menos abierto, fin de la globalización en su estado actual, mayor dominio de
China, más estados fallidos y debilitamiento del liderazgo norteamericano. Pero
también se hace virtud de la necesidad y se predice un renovado sentimiento de
resistencia, la reinvención de empresas y sectores, la urgencia de diseñar
nuestras estrategias de convivencia mundial y una optimista invocación de cada
cual a sacar lo mejor de sí mismos. Lo que Macron, Sánchez y Conte, por citar
sólo a los líderes europeos más agobiados, han tratado de hacer desde ya
mismo”.
Fotomontajes, imágenes y
fotos sorprendentes:
Agentes de la Policía local de Algaida (Mallorca) cantando y animanado a los vecinos.
Esto no es un montaje
ficticio, sino real. La tarde del sábado, 21 de marzo, un grupo de agentes de
la Policía Local del municipio de Algaida (Mallorca) hizo sonar sus sirenas
para que los vecinos salieran a sus ventanas y balcones. Uno de los agentes, que
era cantante del grupo mallorquín Ses Bubotes, salió de su vehículo y preguntó
a la gente: "¿Tenéis ganas de cantar con nosotros? Pues ¡vamos!".
Y el policías, guitarra
en mano, comenzó a cantar “En Joan petit quan valla” (Cuando baila el
pequeño Juan). Acompañado por las palmas y el baile de sus compañeros policías, los
vecinos, desde las puertas y ventanas, corearon la canción. El espectáculo se
repitió en Pina y en otros pueblos y ciudades de la isla. El vídeo se hizo
viral en Twitter y en las redes, dando la vuelta al mudo hasta tal punto que
Ivanka Trump, la hija del presidente norteamericano, lo compartió en sus
cuentas personales. “Un vídeo increíble que nos llega desde Mallorca, España –escribió en el breve texto con el que se acompaña el
vídeo– ¡Gracias a los hombres y mujeres que destacan en la aplicación de la ley
en todo el mundo!”. El municipio mallorquín de Algaida cuenta con unos 5.600
habitantes y está ubicado en el interior de la isla.
Buenafuente: “Cuando
salgamos, va a haber tantas ganas de contacto que hasta Rufián y Abascal se van
a abrazar”.
Late Motiv celebró el
martes pasado una nueva entrega del programa con su presentador y colaboradores
habituales desde casa, dedicando el espacio a “las vecinas y vecinos solidarios”.
Confinado en su hogar junto a su familia, Andreu Buenafuente bromeó sobre cómo
será el mundo y cómo estaremos nosotros cuando el encierro acabe. “Cuando
salgamos, va a haber tantas ganas de contacto físico que hasta Rufián y Abascal
se van a querer dar un abrazo”, afirmó.
Cambio de banderas.
En las películas los gringos salvan al mundo, en la vida real son los
cubanos.
La pandemia también se
llama religión, y se cura leyendo.
Deberían dejar sus plazas públicas de camas hospitalarias y curarse
con sus banderitas, misas, toros y muñecos. Son los PP 'Virus' que desviaron el
dinero público a la sanidad cortijera de los chiringuitos de sus amiguetes.
Ahora, los hipócritas salen de la cloaca para criticar, cuando deberían ser los
primeros en abandonar sus plazas de camas de los hospitales públicos.
¡Que la resistencia de los Galos nos contagie!
Horas más tarde, el rey
Felipe, visitaba el hospital de campaña de IFEMA, con semblante serio y con
mascarilla y guantes, siguiendo atentamente las explicaciones del personal
sanitario encargado de la gestión de este hospital. Don Felipe realizó un
recorrido por las instalaciones, excepto por los espacios ya ocupados por
pacientes Por su parte, la reina Letizia, canceló su agenda
pública y se mantiene en cuarentena tras su acto con Irene Montero del pasado 6
de marzo. La ministra de Igualdad dio positivo en coronavirus, y, aunque los
reyes se hicieron la prueba y ésta dio negativa en Covid-19, Letizia decidió
anular todos sus actos por prevención.
¡Fuerza, no estás solo, Dani! (A Dani Rovira, tras anunciar que tiene
cáncer).
El Jueves. Todas las
monjas de una residencia de mayores en Madrid se han ido, abandonando a los
residentes. ¡Todo muy cristiano!
1.500 profesionales
sanitarios enferman diariamente de Coronavirus en España. Ya hay muertos en nuestras
filas. Somos profesionales sanitarios, no mártires. Basta. (Texto y viñetas de
Mónica Lalanda).
La UE se ha subido a un árbol.
Distancia de seguridad
entre mininos en un tejado.
El humor en la prensa de
esta semana: El Roto, Peridis, Eneko, Pat, Manel F., Vergara, Atxe, Malagón, Luis Cifer, Enrique…
Oposición laboral.
La caída.
Tiempos modernos.
Echo de menos el fútbol.
La unión.
La chispa.
El pollo.
Pep Roig, desde Mallorca,
sugiere un aplauso extensivo a otros como repartidores, estanqueros y a todos
aquellos que siguen con su labor de más llevadero el problema. Y añade: Olvido interesado
o ignorancia, Sigamos, País de expertos en materia, Es la guerra, Carroñeros.…
Los vídeos del momento.
Declaraciones general Villarroya el 19 de marzo de
2020
Declaraciones general Villarroya el 20 de marzo de
2020
El Rey visita el hospital de campaña de Ifema
¿Qué le hace el coronavirus al cuerpo? | BBC Mundo
EL Cazador de Cerebros - Entrevista a Luis Enjuanes
sobre el Covid-19
La voz de Iñaki Gabilondo | 25/03/20 | Y en medio del
drama, los buitres
Si bien la canción 'Resistiré' se ha alzado como himno
ante la pandemia, un grupo de 16 artistas han compuesto 'Quédate en casa', una
canción que es ya el himno oficial del festival 'Yo Me Quedo En Casa'.
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