Juan Carlos Rodríguez
Tur, abogado especializado en urbanismo, ordenación del territorio, derecho
inmobiliario y sucesiones, escribía el pasado sábado este artículo en el Diario
de Ibiza:
“Menorca dice que no
quiere convertirse en Ibiza y, en cierto modo, acierta. Nuestra isla no tan
vecina es un paraíso que ha conseguido algo imposible en el Mediterráneo:
equilibro entre turismo, medioambiente y calidad de vida. Aquí ya hemos
sacrificado los dos últimos en pro del primero.
“Ninguna mente sana puede
tragarse el falso mito de que es posible diversificar la actividad económica de
tal manera que la industria turística quede relegada a un plano en el que no
sea imprescindible. Es un pilar esencial al que no podemos ni debemos renunciar,
pero llevamos demasiado tiempo sin saber gestionarlo. No tenemos ni
infraestructuras, ni recursos, ni servicios para capear una masificación que ya
es cosa del presente y que ha deshojado nuestra calidad de vida como un
adolescente enamorado que hace lo propio con una margarita. Nuestra flor se
marchita con cada estúpido influencer que viene a mendigar una habitación, una
travesía en yate o un plato de comida en el restaurante de moda a cambio de una
publicación en sus redes sociales. Poco o nada queda de la autenticidad de la
isla que nuestras instituciones falsamente promocionan en ferias turísticas.
Aceleramos con los ojos vendados sin saber cómo es la carretera ni hacia dónde
nos lleva.
“Hemos normalizado que el
verano sea una agonía con accidentes mortales a diario, carreteras infestadas,
playas desnaturalizadas, recursos hídricos amenazados, sanitarios desbordados,
comercios sin personal cualificado.... Es imperativo preguntarnos si podemos
seguir avanzando desbocados hacia el abismo o si ha llegado la hora de corregir
el rumbo. Se requiere un diagnóstico sincero de nuestra patología que culmine
en un pacto social entre administraciones, empresarios y representantes
sociales que pueda sanarla”.
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