David Torres comenta en
su artículo en Público del lunes pasado cómo que en sus lejanos tiempos de
profesor, cuando sus alumnos le pedían que les dijera algún ejemplo de para qué
servía el latín, la poesía o la metafísica— más allá de la docencia o del
recitado de versos románticos a la luz de las velas— siempre recurría a aquel
momento en que Indiana Jones tiene que cruzar un puente sobre un abismo pisando
las letras del nombre de Dios y por poco se mata en la primera letra al pisar
la J de Jehová. “Indiana Jones se salva por los pelos, bastante cabreado al
recordar que un profesor de arqueología debería saber que el alfabeto latino
carece de J. Hoy en día, en una prueba parecida, a los concursantes de ‘El
juego del calamar’ les basta con intentar distinguir dos tipos de vidrio, una
cultura donde no cuenta para nada el conocimiento del griego o el latín, no
digamos ya la poesía romántica.
“Cuando mis alumnos me
señalaban que el ejemplo les parecía una perfecta idiotez y que Indiana Jones
es un personaje cinematográfico, yo replicaba que vale, pero que primero había
que escribirlo y que George Lucas, Steven Spielberg y Harrison Ford se habían
hinchado a ganar dinero gracias a él. Con toda seguridad, un arqueólogo auténtico
jamás llegaría a ser ni la mitad de famoso que aquel arqueólogo de ficción. Es
cierto que la Ley de la Gravitación Universal, la Mecánica Cuántica o la Teoría
de la Evolución han cambiado de arriba abajo la historia del mundo, aunque
quizá no tanto como la Revolución Francesa o la Declaración de los Derechos
Humanos, que fueron obra de unos cuantos pensadores y literatos.
“Siempre se habla de la
literatura y de la filosofía como las semillas de la civilización y del
diálogo, pero no hay que olvidar que un simple librito como el Mein Kampf es
responsable de más homicidios que el kaláshnikov. Hace mal el gobierno —no
digamos un gobierno supuestamente socialista— en abandonar a su suerte el
estudio de las Humanidades creyéndolas inanes y sin provecho alguno: al menos
los inquisidores, los nazis, los ayatolás y los cachorros de la Revolución
Cultural China quemaban libros por miedo, por respeto, porque sabían de sobra
el peligro que albergan.
“De todos modos —concluye
David Torres—, poco más cabe esperar de una época que está haciendo del
analfabetismo su bandera, con líderes cada vez más onomatopéyicos y teorías
absurdas que sostiene que la Tierra es plana o que las vacunas son maléficas.
Indiana Jones se agarró al latín como a un clavo ardiendo igual que el profesor
Marcus Brody dejaba fuera de combate a un soldado nazi con un chorro de tinta
mientras recordaba entusiasmado el lema clásico: ‘La pluma es más fuerte que la
espada’. Los nazis siempre estarán del lado de la ignorancia, aunque entre
gritar ‘abajo la inteligencia, viva la muerte’ y abandonar a su suerte el
griego y el latín tampoco es que haya mucha diferencia”.
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