El
presidente López Obrador pidió hace un año, poco antes de que concluyera el
mandato de Donald Trump, que perdonara al fundador de Wikileaks, recibiendo la
callada por respuesta. Ahora ha vuelto a la carga, pero esta vez el
destinatario de su mensaje (sin carta de por medio) fue el demócrata Joe Biden,
a quien le ha pedido un gesto de humanidad. “Nosotros —dijo López Obrador, en
una rueda de prensa la
semana pasada— hemos fijado nuestra postura y estamos dispuestos a ofrecer
asilo a Assange en México. Consideramos que el gobierno de Estados Unidos debe
actuar con humanismo. Assange está enfermo y sería una muestra de solidaridad,
de fraternidad, permitirle que recibiera asilo en el país en el que él
resolviera vivir, incluido México… Si logra salir con vida de esta situación,
enfrenta una posible condena de cárcel por muchos años en Estados Unidos. En mi
opinión, aunque haya actuado de manera equivocada, es una persona movida por
ideales y principios, y pienso que por ese hecho debiera ser merecedor de
compasión”.
México
cuenta con una larga tradición de asilo político. Más de 20.000 españoles que
huían de Franco recalaron en México a partir de 1939, tras el firme apoyo del
presidente Lázaro Cárdenas a la República. Años más tarde llegarían oleadas de
exiliados latinoamericanos provenientes de países con regímenes dictatoriales.
Hace dos años, y ya bajo el gobierno de López Obrador, México recibió a Evo
Morales, depuesto en un golpe de Estado orquestado por sectores de la
oligarquía, la derecha política y las fuerzas armadas de Bolivia.
Con
su ofrecimiento, López Obrador le echa un pulso al siempre incómodo vecino del
norte y gana algunos puntos en su imagen internacional como defensor de los
derechos humanos y del pensamiento crítico. El año pasado hubo quien le criticó
por proponerle asilo a Assange unos meses antes de que se celebraran las
elecciones legislativas y regionales. Ahora habrá también quien pueda pensar
que el mandatario progresista trata de fortalecer esa imagen de estadista internacional
por la próxima convocatoria de un inédito referéndum revocatorio que se
celebrará este año y en el que AMLO (como lo llaman los mexicanos) ha decidido
poner a prueba su popularidad dos años antes de que concluya su mandato.
Para
Washington, Assange es una suerte de bestia negra, el hombre que se atrevió a
revelar algunos de sus secretos de Estado más aberrantes. Tanto demócratas como
republicanos han perseverado en la persecución judicial de Assange por las
filtraciones que publicó Wikileaks desde 2010 (pruebas sobre la comisión de
crímenes de guerra, espionaje masivo, etc.) y cuya divulgación no sentó nada
bien a los inquilinos de la Casa Blanca. En los cables diplomáticos filtrados a
la plataforma de Assange también aparecía el nombre de López Obrador, cuyas
actividades como líder de la oposición eran seguidas muy de cerca por la
inteligencia norteamericana. El diario La Jornada publicó materiales de
Wikileaks en los que la embajada estadounidense en México reconocía que había
desempeñado un papel fundamental en la consolidación en el poder del derechista
Felipe Calderón.
Como
escribió recientemente el periodista argentino Santiago O’Donnell —autor de los
libros ArgenLeaks y PolitiLeaks—, EEUU lo quieren silenciar y lo quieren ver
sufrir “porque publicó verdades que nunca más deben salir a la luz. Y para que
eso no vuelva a pasar, nadie más debe atreverse a publicarlas sin sentir el
riesgo de terminar loco o muerto o pudriéndose en alguna cárcel de máxima
seguridad”. César G. Calero publicó en Público que el asilo ofrecido por López
Obrador sería un alivio para Assange, aunque no debería plantearse en términos
de compasión sino de justicia. “Assange no se equivocó al difundir
informaciones veraces sobre asuntos de extrema gravedad. Su determinación le ha
costado su libertad y su salud. En todo caso, la propuesta, si puede
materializarse cuando la situación procesal del activista lo permita, le
evitaría descender al infierno que supondría para él poner un pie en Estados
Unidos con las manos esposadas. La invitación de México estaría condicionada a
que no interviniera en asuntos políticos externos. Su voz, por tanto, seguiría
silenciada. Pero a la Casa Blanca no le basta con eso. Como dice O’Donnell,
quieren que se pudra o se vuelva loco en una cárcel. Un aviso para navegantes,
es decir, para los periodistas y editores de prensa de todo el planeta”.
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