Así tituló David Torres en
Público, en un artículo en el que confiesa que no ha prestado mucha atención a
la huelga de transportes y a la manifestación campestre de hace una semana
porque no les ve mucha chicha. “Me van a disculpar –comenta Torres–, o a lo
mejor no, pero si no están los antidisturbios metiendo hostias a chaparrón, yo
una huelga no me la tomo en serio. Una huelga sin las porras de la policía
zumbando sobre las cabezas de los currantes es como un jardín sin flores o un
western sin tiros: como El poder del perro, la película ésa que dicen que es un
western sólo porque unos cuantos montan a caballo y donde el malo es muy malo,
pero el bueno es peor.
“En la manifestación del
campo en Madrid había de todo, camiones, tractores, chuchos, agricultores,
cazadores, pero el protagonismo se lo llevaron unos cuantos señoritos a caballo
que parecían trasplantados de una película de Berlanga. De hecho, entre las
gorras, los sombreros cordobeses, los adornos en las testuces equinas y las
pintas de caciques que se gastaban los jinetes, por un momento la Castellana se
trasladó a los años del hambre o al rodaje de Los santos inocentes, un
encantamiento en el que sólo faltaban Paco el Bajo husmeando perdices caídas
por las aceras y Azarías chistando a la milana Bonita.
“En el epicentro de la
protesta, no lejos de una pancarta que rezaba ‘No somos ni los de izquierda ni
los de la derecha, somos los de abajo y vamos a por los de arriba’, estaba
Santiago Abascal para demostrar que, efectivamente, se trataba de una
manifestación de extremo centro. El verde cinegético que lo rodeaba, florecido
de pana y a juego con los chándales militares, le sentaba de escándalo, como a
Azarías la boina.
Torres advierte que “hay
que tener mucho cuidado con la gente que ocupa las primeras planas, porque se
corre el riesgo de que la huelga te la acaparen los millonarios. Por ejemplo,
cuando vi en televisión a Manuel Hernández, el líder de los camioneros en paro,
con su pelo engominado y sus patillas kilométricas, tuve una impresión extraña,
como si me estuvieran dando liebre por gato o como si acabara de sintonizar una
película con Jimmy Hoffa interpretado por Bertín Osborne. Es verdad que hay un
refrán que dice que las apariencias engañan, pero yo prefiero hacer caso del
novelista chileno José Donoso, uno de cuyos personajes asegura, en Casa de
campo, que la apariencia es lo único que no engaña.
“A poco que rasca uno
bajo la gomina y las patillas se encuentra con fotos de Manuel Hernández
posando al lado de dirigentes de Vox y de un par de Mercedes de lujo. Un
mensaje en la red de Twitter afirma que en 2018 dejó su empresa Transportes
Manolín e Hijos S.L. en concurso de acreedores y a los trabajadores sin cobrar
mientras él transbordaba tranquilamente a la vida sindical. No, las apariencias
aquí no engañan, pero no me negarán que este hombre no se ha ganado a pulso un Óscar”.
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