Varios investigadores de
la Erasmus University Medical Center de Róterdam y del Instituto Neerlandés de
Neurociencia hicieron una revisión sistemática de los estudios en relación a
los efectos de la música en la estructura cerebral y neuroquímica, el
comportamiento, la inmunología y la fisiología de roedores, concluyendo una
mejora en el aprendizaje espacial y auditivo, además de una mejora en la
estructura cerebral y neuroquímica. En esta línea trabajó un estudio publicado
en Frontiers in Psychology que destaca el papel de la liberación de la dopamina
en el aprendizaje por refuerzo. Tal y como señala este estudio, cada vez hay
más pruebas que relacionan el disfrute de la música con áreas del cerebro
implicadas en la emoción y el sistema de recompensa dopaminérgico.
Otra investigación de la
Universidad Northwestern de Illinois en Estados Unidos, liderada por la
profesora Nina Kraus especializada en Otorrinolaringología y Cirugía de cabeza
y cuello, estudió cómo la formación musical influye en el desarrollo del
cerebro, concluyendo que la música tiene efectos positivos en las habilidades
de aprendizaje de los menores: los adolescentes que formaron parte del estudio
mostraron cambios biológicos en el cerebro tras dos años de participar en
actividades constantes de creación musical. Y un estudio de 2013 de la Universidad
de Canberra en Australia coincide con los resultados de la investigación de
Nina Kraus: el equipo liderado por Anita Collins estudió la función cerebral de
personas clasificadas como músicos y no músicos, señalando una gran cantidad de
beneficios de la educación musical, incluidos mejoras en la memoria, la
adquisición del lenguaje, la función ejecutiva y la plasticidad cerebral,
refiriéndose esta última a la capacidad del sistema nervioso para cambiar su
estructura y funcionamiento a lo largo de la vida.
También son numerosos los
estudios que vinculan a la música en el tratamiento de enfermedades
neurológicas, destacando sus numerosos beneficios. Un reciente estudio
publicado este mismo año en Reviews in the Neurosciences señala cómo las
pruebas clínicas de 15 años precedentes han demostrado los beneficios inducidos
por la música a nivel cognitivo, conductual, motor y psicosocial en cerebros
lesionados y desordenados y producto de trastornos neurológicos. A este
respecto, la musicoterapia podría mejorar la expresión, la comunicación y las
interacciones sociales, reduciendo la ansiedad y la agitación, así como
mejorando la calidad de vida de pacientes con alzheimer o párkinson, y con
desórdenes del espectro autista.
Otro estudio de la
Universidad de Nara también se refiere al “efecto Mozart”, una hipótesis del
otorrinolaringólogo Alfred Tomatis convertida en mito popular: sugiere que
escuchar música, principalmente a Mozart, “aumenta la inteligencia”, consiguiendo
beneficios cognitivos en bebés, niños y niñas en edad temprana, hasta el punto
en que se recomienda poner música del compositor austriaco a embarazadas. La
investigación sugiere que la línea melódica y las estructuras armónicas, ritmo
y motivos de la música del compositor austriaco se ajustarían a los ritmos de
la función fisiológica del cerebro, así como con sus ondas cerebrales y pulso
del flujo sanguíneo cerebral. Pese a ello, todavía “tenemos mucho que aprender
de los estudios sobre la música y la función cerebral” como para concluir que
escuchar a Mozart vuelve a los nonatos más inteligentes…
Un estudio publicado en
2010 y realizado en dos grandes centros médicos de la ciudad de Kaohsiung, en
Taiwán, con 126 pacientes hospitalizados con dolor oncológico concluyó que tan
solo 30 minutos de música proporcionaron un 50% de alivio en el 42% del grupo
de análisis que escuchó música. Así las cosas, la música se articula como un
método complementario en el alivio de dolores crónicos o graves producto de
enfermedades como el cáncer.
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