David Torres recuerda en
Público la anécdota que mejor explica el daño que nos hicieron estos programas
infantiles de la televisión en la que nuestros padres podían escapar un rato de
la esclavitud de la crianza. “En Prado del Rey, iban montados en un ascensor
mis amigos Juan Bas y Fernando Marías (bendito sea, esté donde esté), cuando de
repente se subió también Torrebruno. Juan, que es una mole de metro ochenta y
pico, le echó una mirada desde arriba y torció la boca en una sonrisa que no
auguraba nada bueno. Torrebruno se bajó en la planta siguiente, murmurando una
despedida, y entonces, al quedarse solos, Fernando le preguntó a Juan qué
estaba pensando. ‘Estaba pensando’, dijo Juan, ‘en parar el ascensor y decirle:
Tú jodiste mi infancia; te doy veinticuatro horas para abandonar el país’.
“De todos los cuentos que
nos contaron a los niños españoles de los setenta y los ochenta, ninguno más
enternecedor que la fábula de la Transición, ese idílico paso de una dictadura
inmunda a una democracia moderna por obra y gracia de un borbón. Era una
historia tan bonita y modélica que hasta se ponía como ejemplo en el
extranjero, un relato fantástico en el que un principito nombrado a dedo por
Franco era coronado monarca parlamentario al tiempo que los ministros y
prebostes franquistas se convertían de la noche a la mañana en demócratas de
toda la vida, como si hubieran sido tocados por la varita mágica de un hada. Lo
habíamos perdonado todo sin necesidad de que nadie pidiera perdón.
“Pocos hicieron más por
afianzar la fábula de la Transición que Victoria Prego, una mujer que estudió
en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y que hizo sus pinitos en El Alcázar
antes de ingresar, en 1974, en la plantilla de la Televisión Española. Fue durante
varias décadas un rostro familiar en todas las pantallas de los hogares
españoles y recibió multitud de galardones por su labor informativa. En su
premiado documental La Transición, en el que trabajó de 1987 a 1992, hay tal
cantidad de huecos, inexactitudes y medias verdades que bien podían haberlo
presentado a pachas Torrebruno, el Capitán Tan y Locomotoro.
“En el fantasioso retrato
de la Transición dirigido por Victoria Prego no hay prácticamente una sola
referencia a los cientos y cientos de españoles asesinados por las fuerzas del
orden y los grupos de ultraderecha, aparte de la tristemente célebre matanza de
los abogados de Atocha. No hay una sola mención a las torturas en las cárceles,
las detenciones arbitrarias o los crímenes impunes de policías infames como
Billy el Niño, que se murió tan tranquilo con todas sus medallas puestas. Por
supuesto, tampoco van a encontrar ahí una sola crítica a la trayectoria
inmaculada del rey Juan Carlos I, sus corruptelas, sus amoríos con barraganas,
ni sus chanchullos con banqueros y empresarios”.
David Torres termina así,
recordando: “Más allá de su prólogo al infecto volumen sobre el 11M escrito por
Casimiro García-Abadillo y de su despreocupada labor de presidenta de la
Asociación de la Prensa de Madrid, el detalle que resume a la perfección la
carrera de Prego fue una revelación a micrófono cerrado que le hizo el
expresidente Adolfo Suárez en una entrevista en 1995. Suárez comentó que, tras
la muerte de Franco, no podían hacer un referéndum sobre el modelo de Estado porque
todas las encuestas indicaban que la república era la opción ganadora frente a
la monarquía bananera. ‘Claro’, dijo Prego, ‘y eso era peligrosísimo en ese
momento’. Una periodista en off. Y colorín colorado, este cuento no ha acabado”.
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