miércoles, 16 de marzo de 2011

Cuando los "Bin Laden" escogen los conventos.


El dinero estaba escondido en bolsas como estas.


Retrato de Luisa Fernanda Rudi realizado sor Isabel Guerra en el 2001.


Las monjitas confiaron demasiado en sus oraciones.

No todos los días los cacos tienen la oportunidad de apropiarse de lo ajeno. Pero esta vez sí dieron en el clavo. Porque no fueron a robar un banco, sino que se introdujeron en un convento de monjas cistercienses y, sin sospecha alguna, se dirigieron directos a una habitación en la que había un armario y cogieron de su interior tres bolsas de plástico negras, sabiendo perfectamente lo que poseían, más de un millón de euros. Y, con la misma precaución con la que entraron, se largaron, satisfechos de su trabajo profesional. Total, para qué diablos necesitaban aquellas monjitas tanto dinero si tenían voto de pobreza y no dejaban de cantar salmos según los cuales quien más atesora menos tiene y quien menos tiene más atesora. Día tras día sin recitaban ufanas lo de los lirios del campo y las aves del cielo, que viven sin preocuparse del mañana. Así que las liberaron de todos los males, llevándose con ellos aquella tentación en forma de tres bolsas de plástico negro.

Desde aquel curioso robo en el último día del mes más corte del año, las monjitas comprendieron que no por mucho atesorar se aseguraban un puesto en el reino de los cielos. Pero aquel hecho insólito no dejó de provocar la alarma general en el convento. Porque, evidentemente, no era lo mismo guardar tres bolsas llenas de basura que de euros en billetes de 500. Así que la primera reacción de aquellas monjitas fue acudir a la Policía, que para esto estaba. Y a las pocas horas de aquel fatídico 28-F, las religiosas denunciaron aquel robo. Porque ¿era o no era un hecho delictivo la desaparición del 1,5 millones de euros, por mucho que un día más tarde la superiora declarara ante la Policía que sólo eran 450.000 euros? Una cantidad que, aunque había sido por tres veces rebajada, seguía siendo un ROBO, en mayúsculas, con lo “poco” con que pretendían vivir.

Claro que aquel dinero era fruto de unos “ahorrillos” de más de 40 años, de los ingresos de las 16 monjas por las labores de encuadernación y restauración de libros, de los donativos de los feligreses, de una cantidad que acababan de sacar del banco para repartir como limosna entre otras congregaciones, según declararan ante la Policía. Y de la venta de pinturas de sor Isabel Guerra, la monja pintora por cuyas obras hiperrealistas se llegaba a pagar más de 48.000 euros. La monja artista las vendía incluso antes de comenzar sus obras. Al fin y al cabo, también otros jerarcas de la Iglesia sabían también actuar con la mano izquierda cuando se trataba de guardar el dinero que caía en sus manos, que no era poco. Más de 6.500 millones de euros recibidos anualmente del erario público, libres de impuestos. 3.500millones estaban destinados a subvencionar colegios religiosos concertados, 2.048 millones a hospitales e instituciones de beneficencia religiosas; 750 millones de euros de ahorro por desembolsos fiscales no realizados; 600 millones para sueldos de profesores de religión; 200 millones para el patrimonio inmobiliario y artístico, museos y catedrales; 30 millones a capellanías castrenses en cárceles y cuarteles. Y no hablemos de lo que recibían por las cesiones de parcelas de terreno público, o de las ayudas y subvenciones de los municipios, diputaciones y Comunidades Autónomas, lo que elevaba a más de 15.000 millones la cantidad cobrada de las Administraciones. Algún obispo había caído en la tentación de ingresarlos en cuentas de Gescartera que dejaban intereses más elevados y había terminado por desaparecer. Pero ninguno de ellos había sido tan “descuidado” como aquellas monjas cistercienses del monasterio de Santa Lucía de Zaragoza. Y los agentes no dejaban de sospechar de que pudiera tratarse de de dinero negro y remitieron un informe a la Agencia Tributaria.

Al fin y al cabo, los cálculos de las monjitas no eran tan descabellados. Habiendo sido capaces de acumular tal patrimonio en efectivo, lo más lógico era guardarlos en propio convento, donde nadie pudiese sospechar y en el lugar menos sospechoso, en unas bolsas de plástico negro de la basura. Y visto que los ‘Bin Laden’, nombre por el que popularmente se llama a los billetes de 500 euros en nuestro país porque todo el mundo habla de ellos pero ninguno los ha visto, eligen los conventos para pasar inadvertidos, había que buscarse una caja de seguridad que no despertase ninguna sospecha. Y qué menos sospechoso que unas bolsas de basura. Lo de la capacidad de acumulación de tal patrimonio escondido es menos claro. Aunque es evidente que las monjitas estaban al tanto de la crisis y se fiaban menos del sistema bancario español que Moody’s y Standard & Poor’s juntas. Una lección para los empresarios en apuros. Los créditos no hay que ir a rogarlos a los bancos, sino a los confesionarios. Aunque siempre hay algún ladrón que puede caer desde el mismo cielo y hacerse con el botín.

1 comentario:

  1. La iglesia ilumina con su luz si se incendia previamente.
    La iglesia es una casa de citas a ciegas.
    Cuando estoy en una iglesia no consigo ver, ni oír ni pensar en nada. Toda esta minusvalía a cambio de resguardarse de la lluvía no merece la pena.
    Lo mejor de la iglesia es su basura.

    chiflos.

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