domingo, 20 de noviembre de 2011

Desberlusconizar Italia.


A mediados de marzo del año pasado, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, afirmaba que aspiraba a vivir, al menos, 150 años, tres décadas más que la media de edad que deseaba para el ser humano. Berlusconi abordaba esta cuestión durante la celebración en Milán (norte de Italia) de los 90 cumpleaños del religioso italiano, Luigi Maria Verzè, fundador del Hospital San Rafael de la capital lombarda. Berlusconi pretendía, a los 74 años, encontrar la fórmula para alargar la media de edad. “Quisiera aclarar –comentaba el mandatario– que esto no es el final, sino la vida media. En el siglo XIX la vida media era de 23 años. A principios del siglo XX, de 43. Hoy es de 80 años. Don Luigi está convencido de que la edad media para todos puede llegar a los 120 años. Yo creo, de verdad –añadía– que se pueden añadir estos años a nuestra existencia. Éste es un proyecto que afecta a toda la humanidad”. Dieciocho meses más tarde, Berlusconi mostraba, muy a pesar suyo, la cara demacrada por los disgustos políticos de una derecha que ya no estaba interesada en seguir soportándole. Y el dictador y empresario italiano, apodado “Il Cavaliere” (El caballero), líder del partido el Pueblo de la Libertad, propietario del equipo de fútbol A.C. Milán, uno de los hombres más poderosos y más enigmáticos del mundo, dueño de un auténtico emporio en el que agrupaba medios de comunicación de todo calado, el político que había conseguido burlarse de la democracia y de medio mundo, entregaba, al fin, todo el poder y se retiraba del Gobierno.

En las últimas elecciones municipales, celebradas en Italia, a mediados de mayo de este año, el Nuovo Duce, el Cavaliere delle Putane, el Mafioso Camorrista Berlusconi, iniciaba un lento pero inexorable descenso hacia la derrota. Acostumbrado a ganar, Silvio Berlusconi fue humillado en Milán, su principal bastión y ciudad natal, además de perder Nápoles, Trieste, Cagliari y Novara, en donde ganaron los candidatos apoyados por la izquierda. Fueron los primeros indicios del cambio. De nada sirvieron sus ataques, en los que advertía que la izquierda quería convertir Milán en una “ciudad islamista”, intentando enardecer los ánimos con un discurso electoral que no era nada nuevo: el del miedo a los extranjeros y al Islam. “El que vota a la izquierda –declaraba Berlusconi, al presagiar que las elecciones municipales iban a convertirse en un voto en su contra–, no tiene cerebro”. Pero esta vez, al contrario de muchas otras, el discurso no le funcionó y el candidato de izquierda, Giuliano Pisapia, obtuvo el 55,1 por ciento de los sufragios y se impuso a la candidata de Berlusconi, la alcaldesa Letizia Moratti, que contó con un 44,9 %. Se trataba de un duro revés para el mandatario, quien había planteado las elecciones como un plebiscito para su Gobierno y había advertido a los electores que, si ganaba la izquierda, Milán se convertiría en “un gitanópolis islámica” o en “un Stalingrado de Italia”. Pero, pese al golpe recibido, Berlusconi aseguró que la mayoría gubernamental estaba cohesionada y decidida a seguir adelante.


En esa primera gran derrota de Berlusconi de las últimas elecciones municipales, Milán se convirtió en el símbolo del importante retroceso sufrido por el centroderecha en todo el país. E Italia la interpretó como una elección nacional o un plebiscito sobre Berlusconi cuya cadena sucesiva de escándalos, económicos y sexuales y políticos, colmaba el vaso de la paciencia de muchos ciudadanos. En Nápoles, ciudad torturada por la Camorra y la basura, el ex juez Luigi de Magistris, del partido Italia de los Valores, se hizo con la alcaldía. Y, en Cagliari, la capital de Cerdeña, Massimo Fantola ganó al candidato de la fuerza política berlusconiana. La derrota de la coalición que encabezaba Berlusconi había sido clara y se aseguraba que muy pronto perdería él también la confianza de los mercados europeos. Pese a ello, il Cavaliere siguió con sus desesperados intentos de enamorar a Italia, convencido de que no era el principio del fin, aunque sí podía ser considerado como el fin del principio de su caída. Algo que ya había sucedido en Finlandia, en donde las últimas elecciones legislativas se habían traducido en un avance sin precedentes de un movimiento populista, convertido en la tercera fuerza del país. En Gran Bretaña, los liberaldemócratas, el socio menor de la coalición que encabezaba el primer ministro conservador, D. Cameron, perdía de forma aplastante el referéndum con el que pretendía reformar el sistema electoral. En Alemania, democristianos y liberales dirigidos por la canciller, Ángela Merkel, no dejaban de perder elecciones regionales. Y en España, el PSOE acababa de sufrir un varapalo en las elecciones municipales y autonómicas. Pero, Berlusconi se empeñó en sostener que Italia era un caso distinto. Tenía idénticos problemas que sus socios comunitarios, pero seguía como primer ministro. Y, aunque sus derrotas en las municipales, anunciaban el fin de su tiempo político, todavía le quedaban dos años de legislatura. La pesadilla del primer ministro era que el descontento de Milán pudiera convencer a la Liga Norte de que era posible y mejor gobernar sin Berlusconi. De ahí el que muchos lo interpretaran como el comienzo de la cuenta atrás del berlusconismo.



Durante década y media, Berlusconi ha pasado el tiempo poniendo en ridículo el nombre de Italia por el mundo. Ha sido el primer ministro más longevo desde la posguerra mundial, en 1945, siendo elegido una y otra vez por los italianos, en 1994, 2001 y 2009. Pero, tras sus demostraciones de impotencia e incompetencia ante la crisis del euro, sus continuos chascarrillos de mal gusto, así como la continua violación de la ley y las familiaridades con señoritas menores de edad, cayó tan bajo que sus mismos correligionarios europeos le miraban con desconfianza. Y, perdida la última batalla de las municipales así como la confianza de los mercados en sus últimas visitas a Bruselas, se le contemplaba solo y debilitado, pese a sus intentos de conversar con sus compañeros europeos. Hasta que, el pasado 12 de noviembre, se habló de su caída definitiva.





“Los italianos se despiertan aturdidos –escribe Melania G. Bazzucco–. Se acabó la fiesta. Y, sin embargo, ese mismo hombre, enviado por la Providencia, había prometido un millón de puestos de trabajo, riqueza, felicidad y libertad, bajar los impuestos y reformar el país. Como garantía del pacto, había ofrecido su biografía de empresario de éxito, su cuerpo técnicamente inmortal, y, sobre todo, su sonrisa. Una sonrisa ni tranquilizadora, ni paternal, ni mefistofélica. Seductora, cómplice. Millones de italianos respondieron a ella. Durante 17 años, Berlusconi mantuvo su promesa. Aunque no ha dado a los italianos ni el millón de puestos de trabajo, ni las reformas, ni la riqueza a quien no la tenía, les ha evitado la molestia de pensar y de preocuparse, y les ha hecho reír. Ha puesto los cuernos, ha contado historietas, bufonadas y juegos de palabras. En cientos de congresos, asambleas, comicios, ruedas de prensa, ha contado un chiste. El patio de butacas se abandonaba paulovianamente a una risa liberadora. Reían todos de corazón, y no solo porque quien no ríe es un traidor, un intelectual, un anti-italiano. Reían aunque el chiste, la historieta, el juego de palabras, fuera viejo y ofensivo. Han reído con él hasta ayer. Aunque él ya no reía. La sonrisa emblemática le había abandonado hace ya muchos meses: el lenguaje del cuerpo –que ha sabido usar mediáticamente mejor que nadie– era más verdadero que sus discursos y sus acciones… En el futuro, si están seguros de que su reino ha terminado, los que han reído con él se reirán de él. Será la risa obscena de los supervivientes... Tampoco reían los jóvenes y los parados que el sábado por la tarde brindaron y cantaron a coro. Quizá consigamos levantarnos de nuevo. Pero el eco de esa carcajada indecente nos persigue, es el precio que hemos pagado todos: la entrada para el espectáculo que terminó el sábado 12 de noviembre de 2011, sin aplausos”.



Los mercados europeos “despidieron” a Silvio Berlusconi. Era un alivio apartar de la vida pública a semejante monstruo. Pero no sería tan fácil “desberlusconizar” Italia. Su historia había empezado en 1993, con la fundación de un nuevo partido, Forza Italia, con su amigo, Marcello Dell’Utri (hoy condenado en segundo grado por concurso externo con la mafia y senador), la fiel amistad del abogado Cesare Previti (hoy condenado por corromper a jueces) y la de Gianni Letta, director de un periódico de derechas de Roma. “Al año siguiente –recuerda Antonio Tabucchi– Berlusconi gana las elecciones. Pero su Gobierno cae poco después a causa de la retirada del apoyo de un pequeño partido de inspiración neonazi y separatista, la Liga Norte. Berlusconi parece un hombre acabado. Sus deudas con los bancos son enormes, sus empresas están en crisis. Podría dar con sus huesos en la cárcel. Pero he aquí que un hombre del Partido Democrático (por entonces Democráticos de Izquierdas), el mismo partido excomunista de Bersani, le lanza un salvavidas. Se llama Massimo D’Alema, ha hecho carrera en el Partido Comunista a la sombra de un padre senador del PC y encabeza un Gobierno de transición tras la caída de Berlusconi. D’Alema, que se considera un estadista, siente la necesidad de “reformar” la Constitución italiana, que considera demasiado vieja (fue promulgada en 1947). Y, en particular, lo que atañe a la Justicia. Una “necesidad” que solo advertía D’Alema pero, como “gran estadista”, desea formar una comisión bicameral para discutir los problemas de la justicia con la oposición de derechas, es decir, con Silvio Berlusconi. Empezó su carrera como animador de piano-bar y cantante de cruceros para acabar siendo el mayor constructor de Milán gracias a su amistad con Bettino Craxi, entonces político poderoso y más tarde condenado por corrupción y prófugo en Túnez, se convierte, con la inestimable colaboración de D’Alema, en un “estadista”. Su estrella política renace, las puertas de Italia se le abren de par en par, gana de nuevo las elecciones, dinamita la comisión bicameral y a D’Alema, y se impone como el amo de Italia”.



Antonio Tabucchi, escritor italiano, reconoce que será difícil desmontar el imperio berlusconiano, todo aquello de lo que se ha apropiado y anular las leyes anticonstitucionales que en estos 17 años de poder ha promulgado en beneficio propio. Berlusconi creó un mundo ficticio gracias a su imperio televisivo y mediático. Y los mismos industriales italianos que hoy tanto se quejan fueron quienes exaltaron a Berlusconi y vieron en él al Hombre Nuevo que podía dar mayores ganancias a una categoría a la que, desde luego, ganancias nunca faltaron. “Igual que los industriales y propietarios agrícolas con Mussolini, los empresarios italianos han dado muestras de su incapacidad ante una nueva economía mundial. Cerriles, mezquinos, provincianos, ávidos, de un apetito sin fin, vieron en Berlusconi al hombre que les consentiría pagar menos impuestos y explotar mejor a sus obreros. El otro gran cómplice del berlusconismo ha sido el Vaticano. Berlusconi ha destrozado la escuela pública, favoreciendo la escuela confesional e inyectando mucho dinero (no del suyo, sino del Estado) en favor de la escuela privada de orientación católica. Los coqueteos, los acuerdos, los compromisos entre Berlusconi y la Conferencia Episcopal durante estos años han tenido algo de obsceno. El cardenal Bertone, uno de sus mayores aliados, sigue siendo consejero del Papa”.



Berlusconi llegó al extremo de considerar a la prensa independiente y liberal como algo de su propiedad. En un encuentro oficial entre Berlusconi y Zapatero aquel se lamente del corresponsal de El PAÍS, Miguel Mora, y dice a un Zapatero que se limitaba a sonreír que sus periodistas no se comportaban bien. “Lo cierto es –insiste A. Tabucchi– que Berlusconi dispone de unos medios que controla como de una auténtica batería de cañones. El diario ‘Il Giornale’ (perteneciente a su hermano Paolo, condenado por corrupción) y además ‘Libero’ e ‘Il Foglio’ de Giuliano Ferrara, ex-ministro y consejero personal suyo, son periódicos dirigidos por gente sin escrúpulos. Vittorio Feltri, uno de los directores de ‘Libero’, es aún temible por todos los dosieres proporcionados por los servicios secretos próximos a Berlusconi, que han tenido fichados secretamente a periodistas, intelectuales, economistas, industriales, banqueros y políticos. Estos ficheros permitieron a Berlusconi increíbles acciones de linchamiento de sus opositores, a menudo con el consenso del Vaticano. Otro periódico con graves responsabilidades es el ‘Corriere della Sera’. Tradicionalmente órgano de la burguesía del Norte, hubiera podido alinearse con una burguesía ilustrada y progresista que también existe (el abogado Pisapia, representante de esta mentalidad, ganó recientemente las elecciones municipales en Milán), pero optó por la burguesía más reaccionaria y fascistoide. Cuando el director, Ferruccio De Bortoli, decidió publicar por entregas ‘La rabia y el orgullo’, de Orianna Fallaci, uno de los libros más xenófobos y nefastos del periodismo italiano, se cruzó el Rubicón. El libro fue también premiado por el presidente de la República C. A. Ciampi, el mismo que firmó el envío de tropas italiana a Irak, bajo el nombre de ‘misión de paz’. El berlusconismo ha sido una época entera”.



Marco Travaglio.



Por el contrario, entre los periódicos y periodistas que no han dudado en enfrentarse a Berlusconi está “Il fatto cuotidiano”, dirigido por Antonio Padellaro y por el más valeroso periodista italiano, Marco Travalio, quien, prácticamente solo, ha hecho frente al aluvión de tanta prensa infecta. Un periódico que pueda presumir de haber desarzonado a Berlusconi. “En sus libros y sus artículos, Travaglio nunca ha dejado de denunciar las conexiones de Berlusconi con la extrema derecha, las finanzas de negocios más sucios, la mafia, Putin, Gadafi. Lo peor con lo que Berlusconi ha tejido el entramado de su poder. Por esto será difícil deshacer la tela que se le permitió tejer a Berlusconi en 17 años de poder. No me demoro en las profundas heridas que mediante sus leyes en beneficio propio ha infligido Berlusconi a la Constitución italiana y por lo tanto a las reglas de la Unión Europea. Son muchas, algunas de difícil remedio. Los mercados han provocado su caída, pero la Unión Europea lo ha tolerado hasta hoy. Habrá que esperar acontecimientos”.





Berlusconi desmiente que vaya a dimitir horas antes de hacerlo.



“Existe una palabra –escribe el novelista y periodista italiano, Roberto Saviano– que describe mejor que ninguna otra lo que el Gobierno de Berlusconi ha sido para Italia, lo que realmente lo ha caracterizado en el sentido político y en el económico, y esa palabra es inmovilismo. En los últimos 20 años no ha sucedido nada en favor del país. No se ha hecho ni una sola de las reformas prometidas en 1994 que hubieran contribuido a conjurar la crisis que ahora está viviendo Italia. Y es evidente que lo que no lograron los electores, ni los grupos de la oposición, ni la prensa, ni los intelectuales, lo ha conseguido el mercado. Ironías del destino, precisamente Silvio Berlusconi, que siempre se ha jactado de haber creado un imperio de la nada, de haber encarnado el sueño americano del ‘self-made man’, que siempre se ha considerado campeón en materia de números y dinero, se ha visto desbordado en lo que se sentía omnipotente y por aquello que siempre dijo que era su propio elemento: por el mercado. Ha sido el comisario de una economía que ya no podía fiarse de su gestión… Cuántas mentiras en estos 20 años, cuántas mistificaciones. Desde los falsos orígenes humildes, para que el italiano medio pudiese identificarse con él, a la mentira mayor de todas, según la cual un hombre que ha creado un imperio, que es rico y que está al frente de empresas prósperas –o que parecían serlo– no tiene necesidad de robar, de sustraer dinero público al país, como lo habían hecho los partidos en la Primera República. Un sueño que se basó en embustes y equívocos porque, una vez eliminados los padrinos políticos, fue preciso que Berlusconi controlara la situación. Y que, en poco tiempo, transformara la política en un campo de fútbol, en el que los ciudadanos son hinchas que vitorean a sus colores independientemente de cómo lo esté haciendo el equipo, todo lo más le silban un ratito, pero que siempre y solamente quieren ver la victoria.



La sonrisa giocondela de Berlusconi.



Berlusconi ha introducido, según R. Saviano, un nuevo modo de hablar, de manera que decidir comprometerse en política se convierte en ‘saltar al campo’. Por otra parte, él mismo repetía que su entrada en la política se había producido para tutelar sus propios intereses. Los suyos personales y los de sus empresas. “Y es exactamente eso a lo que hemos asistido durante los 20 años en los que ha sido protagonista indiscutido de la escena política italiana. Sus cargos institucionales han coincidido con sus negocios privados. Los mismos jefes de Estado extranjeros que en los pasados años se han mostrado más cercanos a él, no han sido sino sus socios… Ni una sola ley de su Gobierno para el Estado, ni una sola ley que, en todos estos años, haya proporcionado a la economía los instrumentos necesarios para enfrentar la crisis que asomaba por el horizonte. Ninguna ley para Italia, solo leyes para él. Y no porque le faltasen los números en el Parlamento. Ha gozado, y durante mucho tiempo, de una mayoría increíblemente fuerte que le habría permitido realizar las reformas que habían hecho de él el hombre nuevo, el viento nuevo, el campeón del reformismo liberal que él contraponía al estancamiento de las izquierdas, incapaces de transformarse. No a la reforma de la justicia, no a la de las pensiones, nulas perspectivas para las nuevas generaciones, víctimas de una nefasta desregulación del mercado de trabajo. En Italia, el sector público está en la ruina, la sanidad no tiene unos estándares dignos de Europa, la escuela, la Universidad y la investigación renquean. Durante años, el Parlamento se ha dedicado a discutir, enmendar y votar leyes ad personam y leyes que hemos denominado ad aziendam. De algunas se interpreta el sentido con su simple nombre. Otras llevan el nombre de los fidelísimos a Berlusconi. Otras incluso le favorecen a él y a sus empresas indirectamente; otras han servido de manera demasiado evidente para legitimar, salvar, proteger del colapso a las empresas del primer ministro. Las ha habido para listas electorales presentadas fuera de plazo o, todavía más a menudo, para obstaculizar los procesos en los que el primer ministro estaba y está imputado. En 2001, el Gobierno italiano fue el único en Europa que no firmó para combatir los delitos financieros”.



Berlusconi, acorralado por la oposición el 14 de julio de este año.



“El Gobierno que venga –insiste Saviano–, no se sabe todavía si fruto de elecciones anticipadas o de un amplio entendimiento (el debate ha comenzado y las decisiones se están tomando en este momento mientras yo escribo), tendrá la ardua tarea de acometer las reformas económicas que podían haberse organizado durante los pasados 20años y que, en cambio, asfixiarán a Italia en los próximos meses. Por otra parte, aunque el hombre Berlusconi parezca acabado, el berlusconismo aún no ha muerto. Sigue allí, con paciencia, confiando resurgir, dispuesto a decir ‘sin mí ha sido peor’. Sus protagonistas esperan a especular sobre los momentos difíciles que vivirá Italia, fingiendo ser ajenos al proceso. Estemos atentos, por tanto, a quién se desmarca ahora, estemos atentos a quién dice, desplegando altruismo, que el Gobierno de amplia coalición debe incluir a todos, también a esta o aquella parte política. En esta fase, altruismo significa descargar las responsabilidades sobre el adversario político. Y cuidado también con los que gritan, con los que invocan elecciones inmediatas: es todo menos una auténtica batalla por los derechos, en realidad son ganas de cosechar los votos que la crisis y la rabia social les aportarán. La impresión es que, una vez más, hay espacio para todo menos para el talento y para la voluntad de reconstruir de verdad un país que, más que económicamente, está humillado en su moral, en su confianza y en su esperanza de que sus habitantes puedan volver a ser felices, a realizarse sin tener que irse. En Italia, una vez más, el riesgo está en que se haga tabla rasa para que se pueda volver atrás más fácilmente”.



El periodista Giancarlo Santalmassi hace año y medio, escribía que Berlusconi y el berlusconismo estaban fracasados y acabados. “Fue con ocasión de la expulsión de Gianfranco Fini –presidente de la Cámara y líder de la Alianza Nacional– del recién nacido Partido de la Libertad. Un partido nacido en una tarde, ante la galería Vittorio Emanuele de Milán, sobre el estribo de un coche, con un Berlusconi que, como un caudillo cualquiera, arengaba a las masas: ‘¿Queréis el Partido de la Libertad?’.Y los otros, el pueblo, contestaban a grito pelado: "¡Síiiii!”. Pues bien, ahora que el show de Truman ha llegado a su fin, puedo decir que, si bien entonces no se sabía aún cuándo ni cómo iba a terminar, ahora añado que termina con la “tragedia de un hombre ridículo” (ridículo, ya, hasta para sus colegas empresarios de Confindustria) transformada en la tragedia de todo un pueblo, el italiano”.



Merkel y Sarkozy, riéndose de Berlusconi.



“Un pueblo creyó al embaucador, al vendedor de lociones crecepelos y de dentaduras increíblemente baratas (gracias a las televisiones controladas directa o indirectamente por él: ¿podría decirse que su caída equivale a la caída paralela de Murdoch?). Creyó en el millón de nuevos puestos de trabajo, en la bajada de impuestos, en una justicia más ‘al servicio’ de todos, en una sociedad más ‘liberal’. Y se encuentra con una ley electoral en la que todo lo decide el líder del partido: a quién se elige y a quién no. Un Parlamento abarrotado de prostitutas, lacayos, corruptos y vendidos (he dicho abarrotado, pero no todos son así). Un Gobierno lleno de tránsfugas que se vendieron por el plato de lentejas de un puesto de subsecretario. Un récord de subida de impuestos y de deuda publica. La tragedia del pueblo italiano es que a Berlusconi no lo echan sus súbditos, asqueados por el mal gobierno y por el desgobierno. Lo echan las risas que todo el mundo pudo observar entre Merkel y Sarkozy en el último G-10. Eso es lo que ha acabado con Berlusconi. Se va un señor al que no le ha interesado en absoluto su país, solo su fortuna. Al que los italianos incluso habrían perdonado sus manías sexuales si hubiera mantenido, por lo menos, alguna de sus muchas promesas. Y no deja atrás más que escombros, como testimonio del dificilísimo momento que atraviesa la política italiana”.



Los mismos humoristas ilustran mejor que nadie la desberlusconización de Italia. Comenzando por Malagón, y continuando con Igepzio, C. da Col, Puebla, Karry…









Manel Fontdevila nos recuerda: Algo tan nuestro, El duro trabajo, y La jugada conjunta.







Y Pep Roig nos dibuja: ¡La que se avecina!, Re flexión y La jugada perfecta.







Casey Neistat, uno de los grandes documentalistas, tiene la oficina cerca de Zuccotti Park, la zona de acampada de los indignados de Nueva York. En la madrugada del pasado día 14 volvía a su oficina con la cámara al hombro cuando se encontró con un tropel de policías desalojando el campamento de Wall Street. Tomó su cámara y realizó este magnífico trabajo en el que la policía fue más abrumadora que nunca. Más que durante un apagón. Y más que el día después del 11-S. Un desalojo captado por su cámara y con música de Frank Sinatra, New York, New York.



2 comentarios:

  1. "Deszapaterizar España"
    (Salvando las diferencias formales, y en igualdad en ratios de ineficacia)

    chiflos.

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