jueves, 21 de noviembre de 2013

Cortázar amaba el jazz y la trompeta.


 
Apoyado en la pared de una habitación de su casa parisina de Place du General Beuret, Julio Cortázar tiene entre sus manos la trompeta. Es una de las instantáneas del fotógrafo Alberto Jonquières. Las fotografías se recogen en el libro “Imagen de Julio Cortázar” (Centro de Editores, 2009), una microedición limitada de 300 ejemplares que pretendían descubrir, de manera indirecta, cuáles eran los pasatiempos del creador de Rayuela. Cortázar era un gran amante del jazz. Karina Sainz Borgo, en un interesante artículo escrito para Vozpópuli, nos recuerda que el escritor argentino amó el Jazz. “Lo consideraba una música propicia para la imaginación. Y supo hacer de ella sustancia literaria: ‘Swing, luego existo’, llegó a escribir”. La Biblioteca Julio Cortázar, de la Fundación Juan March, preparó para los sábados de este mes un ciclo de música, “El jazz de Julio Cortázar: en los 50 años de Rayuela” que explora la relación del autor argentino con la música a través de recitales con artistas como Moisés P. Sánchez Trío y Perico Sambeat Quartet. “Descubrí la música en Buenos Aires a la edad de diez años, más o menos, en 1924 –dijo el autor de Cronopios y famas– .Yo no podía entender las palabras, pero alguien cantaba en inglés y era algo mágico para mí. Tendría 14 años cuando oí a Jelly Roll Morton y luego a Red Nichols. Pero, al oír a Louis Amstrong, noté la diferencia”. El próximo sábado, día 23, en doble sesión, le toca el turno a Rayuela, a través de un completo repertorio planificado por el pianista Federico Lechner en el que se incluyen Jazz me Blues, de Tom Delaney y Four O’Clock Drag, de Burton Lane. Son los dos primeros temas que abren el concierto y aparecen además en la novela como fondo e inspiración de las reuniones del Club de la Serpiente; se trata de temas quizá un poco arcaicos para la época, según explica Lechner, pero que encajan con el gusto de Oliveira –protagonista de Rayuela–, que aborrece el bebop (más de moda en el momento histórico en que transcurre la novela).

Cortázar fue, según Sainz Borgo, mucho más que un mero aficionado al jazz. Su pasión por esta música acabó moldeando su creación literaria, hasta el extremo de que su escritura, libre e improvisada, puede considerarse como un reflejo de los elementos compositivos del jazz. El ciclo de la Fundación Juan March reúne a los compositores y obras evocados en tres de sus textos más musicales: la crónica que escribió tras el mítico concierto de Thelonious Monk en Ginebra, los capítulos de ambiente jazzístico de Rayuela (publicada hace ahora 50 años) y El perseguidor, cuyo personaje se inspira en Charlie Parker. Un ciclo que se acompaña de la muestra “El jazz en la biblioteca de Cotázar”, que se expone en el vestíbulo del salón de actos los días de los conciertos.

Además de una versión “jazzeada” del clásico del tango Cotorrita de la suerte, de Alfredo de Franco –citado por Cortázar en el capítulo 46–, el concierto incluye otros temas que, durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra, eran comunes al  jazz y a la música negra como la mejor redención espiritual, una idea compartida por Cortázar, quien, en múltiples ocasiones, defiende el jazz de los ataques racistas, elevándolo a la categoría de “poético” frente a la música “clásica”, que sería solo “estético”.

La publicación de Rayuela, junto al Premio Biblioteca Breve entregado a Vargas Llosa por “La ciudad y los perros, supuso un hito en la historia del grupo literario. En efecto, entre 1962 y 1972 publicaron narradores latinoamericanos como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, José Donoso, Juan Carlos Onetti, entre otros que integraron el llamado boom latinoamericano. Su nombre, Rayuela, invitación al juego infantil dibujado en el asfalto –donde hay una tierra y también un cielo; un lado de acá y otro de allá–, encerraba una estructura de “infinitas compuertas”, según José Lezama Lima. Por su París cortaziano, sus juegos de tiempo, saltos de estructura y su potente condición de caja de Pandora, Rayuela se convirtió en una lectura de iniciación. Pero hoy preferimos quedarnos con esa imagen de Cortázar tocando la trompeta. Muchos tal vez recuerden esa famosa foto del escritor y aquella confesión: “Sí, en verdad toco la trompeta, pero sólo como desahogo. Soy pésimo”. Lo recordamos en vísperas de Santa Cecilia, patrona de los músicos. De ellos hablaremos largo y tendido los días siguientes.
 
Mañana, lea “¡Que suene la banda!”. (1)

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