sábado, 23 de noviembre de 2013

¡Que suene la banda! (y 2)


 
 
Calificada por expertos en la materia como una de las bandas más activas de la Comunidad de Madrid, la Banda Sinfónica de Colmenar Viejo cuenta en su historia con hitos de importancia, como la grabación para TVE, en mayo del 2008, de varios pasajes elegidos e interpretados en un campo de fútbol, con motivo del final de la Copa de Campeones entre el Real Madrid y el Barcelona, mostrando el carácter de cada uno de esos equipos. Otra actuación señalada fue la del 13 de  noviembre del 2008, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, durante La Noche en Blanco. En esta ocasión, interpretó “La Divina Comedia” en sus cuatro partes: El Infierno, El Purgatorio, La Ascensión y El Paraíso. Se recuerda igualmente el concierto ofrecido en el Auditorio Nacional de la Música, el 19 de mayo 2012, o el celebrado el 16 de junio del 2012 en la Plaza del Pueblo, coincidiendo con la celebración de su 25ª aniversario de la creación de la Banda. En él, interpretó obras de Shostakovich, como la Vª Sinfonía, la Marcha Eslava, de Tchaikovsky, la Suite de Jazz (Waltz y March) de Shostakovich y la Obertura 1812, de Tchaikovisky. A lo largo de esta última pieza, escrita para conmemorar la victoriosa resistencia rusa en ese año, frente al avance de la Grande Armée de Napoleón Bonaparte, se recurrió a la pirotecnia, utilizando el disparo de cañones combinados con el repique de campanas, sonidos sincronizados con la música. Y todo ello, formando parte de la ejecución de la partitura que cerró el concierto. Un acontecimiento musical que marcó y dejó un imborrable sonido de esta banda que lleva 25 años dando la nota. El primero de enero del presente año, RNE emitió un  programa de una hora de duración sobre esta banda, en la que todos los músicos participaron activamente.

  Adrián y Lorena, dos jóvenes fagotistas.

Cada uno de los componentes de la banda de Colmenar Viejo cuenta con una experiencia musical que enriquece al conjunto. Nacho Martínez empezó a los 9 años con el violín. Luego, pasó a la  percusión y finalmente a la tuba. Marta Mascaraque, a los 8, con la flauta. Ana Romero, a los 7, y Celeste Vera, a los 11. Adrián Bueno, estudiante de alemán y ruso, comenzó a tocar el fagot a los 17 años y su sonido le atrajo tanto como cualquiera de las lenguas modernas. Otros, como Lorena Picasso, alternan el fagot, que conoció a los 9 años, con los estudios de medicina. Adela García, de una familia de músicos, lo hace con los de arquitectura. Antonio Ruiz, inspector de Educación y doctor en Ciencias Químicas, empezó a tocar el clarinete a los 27 años. Luego, se casó y lo dejó hasta los sesenta, en que continuó con la banda, en la que participa asíduamente y con una cierta pasión. La misma con la que María del Mar Velarde, ama de casa y ayudante de jardinería, se abraza al clarinete, con sus 42 años. O María Isabel Frontaura y Miguel Ángel Fermosell, funcionaria y agente forestal. O Rafael Ruiz, un informático que siempre fue un aficionado a la música y conoce a fondo las notas y signos de una partitura. Aitana Fuentes, una jovencita de 17 años, cogió el clarinete a los 11, imitando a su padre, quien toca el saxofón y llevaba con él a su hija a la banda. Isabel Méndez, con 56, empezó hace un lustro, tras haber estudiado piano y periodismo y haber sido economista de Telefónica. Raquel Urbón, ingeniera agrónoma, paisajística y educadora canina, se hizo con un saxo a los 18. Rafael Sanz, de 30 años, sigue los pasos  de su abuelo que también lo tocaba. Hoy, Rafa es profesor de música. Rosa María Jurado, hermana de un clarinetista que fue uno de los fundadores de la Banda, comenzó a los 20. Le dieron un saxofón abandonado y deteriorado. Lo limpió y comenzó a soplar. Hoy es, para ella, uno de los más claros y apasionados instrumentos. Juan Antonio Valverde, un murciano de 56, aprendió de joven a hacer trémolos con la bandurria. Sabía música de oído y manejaba las cuerdas de la guitarra. Desde entonces, le quedó el gusanillo y, a los 42 años, se inició con el saxo alto así como con el trombón. Juan José Zafra, empleado de banca, se jubiló a los sesenta, pasando de los números a las notas musicales e iniciándose en el manejo del saxo. Pablo Daniel Picasso, un comercial uruguayo de 53 años, se empeñó a tocarlo mientras su hija Lorena, eligió el fagot. Y Carlos Torrenti, un ingeniero de telecomunicaciones valenciano que empezó a los 20 años con saxo y luego lo dejó, ha vuelto a hacerse con él mientras dice, convencido: “Ese es un instrumento muy versátil, en banda y en conjuntos más modernos”.


Los componentes de esta Banda de Colmenar  llevan 26 años tocando y dando la nota. Kiko Moreno decidió, hace unos años, apuntarse con su padre, veterinario muncipal, en la escuela de música. Fue hace once años, al enterarse de que un arquitecto municipal iba a clases de saxo. Fede y Kiko aprendieron a tocar trompeta; su hermano, Pablo, el clarinete y su madre es la secretaria de la banda. Kiko es hoy es uno de los mejores trompetistas de bandas, además de haber creado The Skartes Skaband y dos grupo con los que actúa constantemente. Manuel García, estudiante de 14 años, comenzó con la misma a los 7 años por envidia sana. Toda su familia tocaba algún instrumento: su padre, Paulino García, el saxo barítono; Hugo, su hermano, la percusión; los primos, el clarinete y el saxo, y el abuelo, la guitarra. David Murillo, un extremeño de 25 años que comenzó de pequeño con el trombón, volvió a recomenzar hace cinco años, cuando se quedó en paro. Roberto Folgado, de origen valenciano, recuerda que, antes de empezar a hablar, ya señalaba la televisión cuando en la pantalla salía alguien tocando el trombón. Empezó a los siete años y, a los 19, ingresaba en la banda de Infantería de Marina. Hoy, en sus varios viajes que hace como músico en el Juan Sebastián El Cano, tiene la oportunidad de tocarlo en alta mar o en cualquiera de los océanos. También Ricardo Canet, profesor de la escuela, es de origen valenciano, y es un profesional colaborador habitual de la banda. Comenzó a los ocho años porque le gustaba y por tradición familiar: tambien su padre y su abuelo fueron músicos.
 
David, violonchelista.
 
Rubén Rodríguez comenzó a los 13 años. Quería aprender saxo alto pero le dieron el bombardino que hoy, con sus 32 años, toca maravillosamente, junto con Ángel Nevado, un funcionario de 64 años que comienza a tener problemas con sus dedos. David José Núñez, con 45, toca la tuba. Y está orgulloso de su hijo, Marcos, que hace gemir, reír y llorar el violín y no para de dar conciertos. Otro David, apellidado Grau, de 26 años, es violonchelista y trabaja en el metro madrileño. Su hermano, Didac, de 19 años, toca la trompa con gran maestría. El padre de ambos, dirige la banda.


Miguel Ángel Arceo Fernández, un informático jubilado de 63 años, descubrió, en su juventud, cómo la música era un entretenimiento, una ayuda cuando se sentía solo y, a veces, hasta una forma de complicarse la vida. A los 16 años, empezó a aporrear la guitarra y a interesarse por ella. Después, los hijos y el trabajo le hicieron guardarla durante muchos años hasta que un día, escuchando flamenco, se enamoró de esa música. “Decidí ir a clases y tratar de aprender lo más posible, pero eso, como dicen los ‘flamencos’, hay que mamarlo. Ya había comprobado que, sin una buena base de solfeo, la música era mucho más difícil, pero mis ocupaciones laborales y familiares no me permitieron hacerlo hasta que me jubilé. Hace escasamente cuatro años, después de 30 años de actividad en la informática, acudía a la escuela de música de la banda de Colmenar Viejo y comencé a estudiar en serio. Y, cuando ya tenía una base suficiente, quise entrar en la banda. Me propusieron que tocara el trombón, un instrumento que estaba libre. Fue algo casual. Sabía que, para alguien tan torpe como yo, necesitaba al menos cinco años para poder defenderme dignamente. Pero ya había empezado y no pensaba soltarlo. A los tres años, ya trataba de seguir las partituras y las tocaba más o menos bien. A veces, me sentía cabreado por no ser capaz de hacer más y casi siempre la razón era por falta de estudio. Sabía que, si el instrumento estaba en condiciones y no sonaba bien era por mi culpa. Así que aumenté las horas diarias de estudio. Entre una y tres horas diarias. Y el día que no lo tocaba tenía mala conciencia.  Llegué a tomarle confianza y a darle mucho mimo. Y el día que no lo tocaba lo echaba de menos”.
 
 
Miguel Ángel había oído tocar el trombón a compañeros que consiguieron emocionarle con su interpretación, haciéndole asomar lágrimas en sus ojos. Algo que, según él, sería imposible si ese instrumento no tuviera alma. “Por supuesto que se trata del alma del que lo toca y no del instrumento en sí mismo. Nadie piensa en lo bien que suena el instrumento sino en la habilidad, la experiencia y el sentimiento que la persona que lo hace sonar transmite a través del mismo. Las dosis de ‘alma’, ‘sentimiento’ o como queramos llamarlo, se va pegando al instrumento a través de experiencias”. En el pasado mes de marzo, tuvo la primera ocasión de demostrar lo que ya había aprendido. “Habíamos ensayado unas cuantas veces las marchas procesionales que se iban a interpretar en las fiestas de Semana Santa. Algunos de nosotros éramos novatos que nunca tuvimos la oportunidad de participar en ellas. Ni siquiera habíamos prestado mucha atención a las que retransmiten por la televisión... Al contrario, pensábamos ¡qué coñazo! Los que tenían más experiencia, nos daban consejos: ‘¡Practica el paso! –nos aconsejaban– ¡Llévate una luz para poner en el atril de paseo!’  ¿Atril de paseo? Y eso qué es? –me preguntaba–… Iré a la tienda y me compraré el mejor, no vaya a ser que....  Así que, tras mis primeras experiencias con el trombón y mis primeros ensayos con el instrumento, de pronto me hallaba en aquella Semana Santa, sujetándolo con mis dos manos en una procesión y tratando de que sonara lo mejor que podía. En mi cabeza, bullían un montón de conceptos medio asimilados. Tenía que salir con el pie izquierdo. Perfecto, pero oiga, quienes son supersticiosos ¿no dicen que hay que salir con el pie derecho? Pues sí que empezábamos bien… Muy concentrado, traté de seguir la partitura fielmente.
 
    El trombón de varas, perdido en la noche tormentosa.
 
“De repente, mi compañero de al lado me dijo muy disimuladamente...’El paso, que lo llevas cambiao’. ¡Joooder!  Si había salido con el pie izquierdo. No sé qué había pasado. Si, en la mili, me salía de coña. Claro que de eso hace unos cuantos años. Di un pequeño salto para cambiar el paso y volví a lo mío, la partitura. Pero... ¡Oh, Dios mío! ¿Por dónde iba? Me había perdido... Traté de reengancharme. Pero, vamos a ver.... ¿cómo puedes reengancharte con una partitura que tiene cuarenta compases iguales, (silencio de negra, SI, y silencio de negra, SI)? Más bien parece una representación de un sistema binario. !Claro, como era novato, me habían dado la partitura tercera de mi instrumento, en teoría, la más fácil!....¡¡¡Y una mierda!!! No se parecía en nada a lo que tocaban quienes llevaba al lado, (el trombón primero y el trombón segundo). No tenía referencias. Por mis adentros, pensaba: ¡¡¡¿¿¿Qué están tocando estos cabrones????!!!... A pesar del frío, empezaron a caerme unas gotas de sudor. Pues yo acabo como sea y bien. Así que el último compás, un vulgar “Chim pom”, lo di a la perfección. Y me subió un poco la moral”.

  Las notas cambiaban y saltaban en el pentagrama.
 
“La marcha continuaba por calles con escasa luz. El director hacía señas para que tocáramos de nuevo. Yo, a lo mío....la partitura. Empecé bien y eso que ésa era más difícil, pero tenía melodía y compases que podía identificar fácilmente. Aquí ya no iba a perderme. Pues tampoco, porque los elementos se habían aliado de una forma terrible para que mis expectativas no se cumpliesen jamás. Se había levantado un desagradable vendaval, que hacía mover de forma incontrolable las notas de la partitura... ¿Eso qué era? ¿Un FA o un SI? Parecía que, a cada golpe de viento, las notas se cambiaban de línea en el pentagrama. ¡Qué más me daba! No podía reconocer ni una de las notas que pretendía hacer sonar. El tambor y el bombo marcaban el compás de la marcha a escaso medio metro de mi vara, ¡Dios mío! ¿Qué estaba tocando? No podía oírme.  Parecía que el viento amainaba. ¡Menos mal! Andamos por una calle empedrada que dificultaba el paso....”Que llevas el paso cambiao”, volvió a advertirme mi compañero con cierto disimulo... ¡Joder! ¡Otra vez! Cogí el paso y perdí el compás, de nuevo. Me esforcé en ver por dónde iba el resto de la banda, pero mis torpes andares por el suelo irregular y el viento que azotaba mi atril de paseo de veinte euros, hacían que éste se cimbrease de arriba abajo sin parar. La luz de lectura que sujeté cuidadosamente, apuntaba a cualquier sitio menos al que necesitaba. Era imposible leer nada. La partitura bailaba sola al ritmo que marcaban los elementos, pero yo..., a lo mío. Buscaba el final y chim pon, clavao otra vez. El Cristo ya estaba en la Iglesia. Nosotros, sus fieles músicos, en la calle, todavía soportando un intenso frío y esperando que el clérigo de turno, nos dijera eso de “Podéis ir en paz”.  
 
 
“Alguien me dijo un día que la música era un poco de arte y un mucho de sufrimiento. Tenía la seguridad de haber empezado a pegar en mi instrumento, esos pedazos de alma y de sentimiento que algún día harían derramar una pequeña lágrima de emoción a quien lo escuchase. La evolución de mi trombón, sería la mía propia.  Y, desde este momento, en lugar de considerarme un ‘aprendiz de trombón’, me había convertido en un ‘aprendiz de músico’”.
 

Aquella Semana Santa pasó y con ella, las lluvias del invierno. Y llegó la primavera, la que la sangre altera. Y la banda siguió ensayando cada martes y jueves, programando conciertos por doquier, como se muestra en los vídeos más recordados. O como el que se prepara para el próximo día 7 de diciembre, XXXV aniversario de la Constitución, en el auditorio “Villa de Colmenar”. Varias obras clásicas serán entonces  interpretadas: Verdi (Escena y gran marcha de la Ópera Aida), Rossini (La Gazza Ladra) Wagner (Rienzi), Mozart (Las bodas de Fígaro), el concierto de Aranjuez, Overture to Candide (Bernstein) y Second Suite for Band. Y la banda sigue, sigue y sigue sonando…


Les dejamos ya con otras cuatro obras interpretadas por la Banda de Colmenar:



Actuación de la Banda Sinfónica de Colmenar Viejo en el IV Festival de Bandas de Música de Colmenar Viejo “Maestro José Guillén”, el 1 de abril de 2007. Interpreta: “Tango for a toreador” de Herman Chr Snijders
 


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