miércoles, 13 de mayo de 2020

Falleció el comisario retirado ‘Billy el Niño’.


Las medallas de un torturador y criminal fascista que todos los gobernantes de nuestra democracia han silenciado.


Antonio González Pacheco, el ex inspector de policía nacional más conocido como “Billy el Niño” por estar acusado de torturador en el franquismo, fallecía el pasado jueves por Covid-19, a la edad de 73 años, en el hospital San Francisco de Asís de Madrid. “Billy el Niño” fue imputado junto a otros policías del Estado por infligir torturas salvajes a decenas de opositores a Franco. Detenía e interrogaba con formas del salvaje Oeste, presuntamente, de ahí el apodo. González Pacheco fue denunciado en 36 ocasiones por torturas, siendo siempre avalado por sus superiores del franquismo y del postfranquismo hasta nuestros días.

González Pacheco fue considerado por los suyos como el más duro de los inspectores de la Brigada Político Social, la policía política de Franco. En un mensaje que comenzó a circular entre comisarios jubilados de su generación, se informaba del fallecimiento del mismo, ensalzando la labor del torturados, y afirmándose que el actual vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, estará “muy contento”. “Mal día para nosotros, los policías –arrancaba el mensaje– por un mando en situación de jubilado. Sin sus servicios contra el FRAP, GRAPO (sobre todo su liberación de Oriol Villaescusa) y ETA, no hubiéramos podido asentar la democracia”.  Cabe recordar que ‘Billy el Niño’, en lugar de acabar en la cárcel por sus actuaciones, fue condecorado con la Medalla de Plata, la más alta distinción en vida y que conlleva un 15% de asignación mensual. En su expediente, se dice que llevó a cabo una “brillante misión” en la que se detuvo también a los secuestradores. Pacheco murió percibiendo pagas extraordinarias cada mes por esta y otras cuatro medallas “al mérito policial”.

En cambio, entre aquellos que tuvieron la desgracia de conocer a ese policía franquista, se decía que conocía más de cinco métodos para agriar el carácter, los huesos y hasta el hígado. Y ninguno para endulzarlo. “¿No es así, Billy? Se pregunta LQSabemos en el artículo “Cerdo agridulce”–. Y perdone el finado esta confianza porque es infinitamente menor de la que Su Autoridad se tomó con nosotros. Pero, mejor pensado, ¿por qué tendríamos que pedir perdón a alguien que jamás nos lo pidió? Nada de olvido y menos de perdón. Olvidar es materia de la Memoria –en este caso, pública. Y tampoco podemos perdonarte porque la gracia del Perdón es una virtud subjetiva y aquí no hablamos de sentimientos, ni generosos ni mezquinos. Ese es un tema personal absolutamente subjetivo que no se contempla en nuestro negociado público– o político, si lo prefieres, Billy. Por ende, no caeremos en la inverosímil hipocresía de quienes juran que ‘no le deseo la muerte a nadie’.

“Por ello, no escuchamos a los que se alegran y, menos, a los que se entristecen de tu muerte. Que lo hagan, pero en su fuero interno. De tu fallecimiento, haya sido por ‘patologías nefríticas previas’ o por la Moralidad Poética, sólo nos quedamos con un punto fundamental: que tu óbito demuestra por enésima vez que la Justicia española es lenta –es decir, rotunda, evidente y absolutamente injusta. Estabas procesado desde Argentina por la Justicia Universal y, mal que lo crean tus acólitos, no escaparás de ella mediante tu último subterfugio. Has pasado a la Historia y en sus calderas de pedro botero penarás por los siglos de los siglos…Así que, Billy, no te lo tomes por la tremenda, tú que tan equilibrado fuiste a la hora de contar los monises. No lamentes que tus torturados hagamos de la necesidad virtud y nos aprovechemos jurídicamente de tu fallecimiento. Ya ves, hay humanos y humanoides de los que, menos los andares policiales, se aprovecha todo”.

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