viernes, 25 de septiembre de 2020

María Moliner escribió el mejor diccionario de español en hojitas y con los nietos alrededor.

María Moliner escribió una obra monumental.

Hace setenta años, una bibliotecaria de oficio que estaba en la edad madura decidió emprender una aventura que conmocionaría nuestra lengua. Se trata de María Juana Moliner, la autora del más célebre diccionario español, conocido por ¡ “el María Moliner”. Nos lo recuerda Patricia Suárez en Clarín.com: “Una escritora puede imaginar ver su nombre en la tapa de los libros que escriba, novelas, poemarios, lo que sea, pero difícilmente un escritor, y todavía más una escritora, imagine ver alguna vez su nombre propio unido a un diccionario, el libro de los libros. Salió en 1966, en dos tomos, cuenta con 1750 entradas y 190 mil definiciones. Lo publicó originalmente su amigo, el poeta Dámaso Alonso, por la editorial Gredos. Miguel Delibes y Francisco Umbral se entusiasmaron con ese diccionario y Gabriel García Márquez opinó sobre él: ‘Es el más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Dos veces más largo que el de la RAE, y a mi juicio, dos veces mejor.”

María Moliner nació con el siglo XX, en Zaragoza, España; era hija de Enrique Moliner, médico rural, y, siendo niña, él tomó un barco a la Argentina y ya no lo volvió a ver más. El abandono del padre se le hizo un hueso duro de roer a la familia, pero pudieron sostenerse económicamente y María cursó la licenciatura de Filosofía e Historia y, en 1922, entró a formar parte del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y trabajó en el Archivo de Simancas.

Durante los años ‘30 estuvo comprometida con la causa republicana, trabajó con niños de 7 a 9 años en la Escuela Cossío (abierta hasta 1939). Un alumno que la recuerda contaba que la llamaban “doña María”, pero ella pedía a los chicos que la tutearan. María Moliner formó parte activa de las misiones pedagógicas, enviando pequeñas bibliotecas a sitios rurales y organizando en esos sitios funciones de teatro y títeres. Todos los que amamos las letras deberíamos tomar nota de su lema y grabárnoslo a fuego: “Cualquier libro, en cualquier lugar, para cualquier persona”. Hacia 1933 se habían creado 3.100 bibliotecas rurales, y publicó su Proyecto de plan de bibliotecas del Estado. Por si fuera poco, durante esos años se casó con el físico Fernando Ramón Ferrando y tuvo con él cuatro hijos.

Con Francisco Franco en el poder, el Estado se ocupó de poner a María Moliner en un cono de sombra. Cuando su marido fue trasladado a Madrid por su trabajo, se instalaron allí y a ella se le encomendó, en represalia, la dirección de la Biblioteca de Ingeniería Industrial de la Universidad Politécnica de Madrid —¡ella, que podría haber dirigido la Biblioteca Nacional de España!—. Hay quien dice que la idea hacer un diccionario nació de la desilusión que tuvo ante el puesto que ocupaba. Su hijo le acababa de traer de París el Learner’s Dictionary y se inspiró en él. Trabajaba diez horas diarias, escribía en hojitas, en fichas, en lápiz y a mano, y después lo pasaba en su máquina de escribir Olivetti. Pensó que su construcción iba a demandarle seis meses; pero le llevó quince años.

La salida del diccionario impactó en los ambientes de la lengua española. Tal fue la repercusión que, en 1972, Alonso presentó a Moliner a la Real Academia de Lengua Española para que ocupara el sillón B, que había quedado vacante. Hubiera sido la primera académica mujer en los doscientos años de la institución. Pero no pudo ser: alegaron que la señora no era filóloga y al sillón fue a parar Emilio Alarcos Llorach. La lexicógrafa lo tomó con filosofía y declaró que, si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, la gente habría dicho: “Pero, y ese hombre, ¡cómo no está en la Academia!”. En 1979, entró a la Academia una mujer: Carmen Conde. Hasta su muerte, en 1981, María Moliner vivió de su modesta jubilación. Una obra de teatro y una ópera la recuerdan. “María Moliner demostró con su trabajo que la lengua es propiedad de todos los hablantes y no de un puñadito de catedráticos. Demostró también que los hombres —o al menos los de su tiempo— se consideraban más propietarios de la lengua, que las mujeres. María Moliner demostró que hasta una bibliotecaria de pueblo puede convertirse en una autoridad en materia de lexicología y abrió un camino para que todas las personas tengan la valentía de debatir sobre la lengua”.

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